Maiakovski tenía dieciocho años, dieciséis dientes podridos, dos hermanas y un solo lector, escribe Juan Bonilla en la primera página de Prohibido entrar sin pantalones (Seix Barral, 2013), una novela dedicada a la vida del poeta futurista que se adelantó un siglo en todo cuanto hizo: desde la publicidad hasta el flahsmob. La publicación de este libro coincide justamente con los 120 años del nacimiento de Maikovski, que se celebra el 19 de abril.
Fue actor de cine, guionista, dramaturgo, pintor de viñetas satíricas, editor, agente cultural, propagandista del leninismo, informador de la policía, agitador, iniciador de peleas y palizas y también, a su manera, corresponsal periodístico. Llegó incluso a montar una agencia de publicidad con Aleksandr Ródchenko. Se llamó Mayakovski-Ródchenko Advertising-Constructor.
Su tarjeta de presentación sólo tenía impreso su nombre. Con eso bastaba. Él era su profesión. Su personaje. Su mejor creación. Un hombre excesivo y arrogante. Una hipérbole. Una contradicción permanente: el narcisista chulesco que no soportaba pasar desapercibido; el poeta nacional que se sintió poderoso e invencible y que, sin embargo, unos años después se quitó la vida de un disparo en el corazón.
Provocación tras provocación, podría pensarse hoy que Vladimir Maiakovski pudo haber sido el primero de todos los punks. Pero inmediatamente Juan Bonilla nos saca de tan tentador error. “Su relación con el futuro, su confianza en que el hombre alcanzaría la inmortalidad, lo apartan de un movimiento cuyo principal eslogan fue, justamente, la ausencia total de futuro”, explica el autor jerezano que en el 2003 ganó el Biblioteca Breve con Los príncipes nubios.
En Prohibido entrar sin pantalones, Juan Bonilla plantea un recorrido –sin fechas- por la vida del poeta. Con una prosa poética teñida por el espíritu de Maiakovski, Bonilla consigue que el libro llegue a comportarse como una antología poética, un poemario a dos vidas o cuatro manos.
“Adolescente perpetuo”, como se refiere Bonilla al hablar del poeta, Maiakovski pasó de ser el más enérgico representante de la vanguardia a militar encendidamente en la causa de la Revolución rusa. De espantar a los burgueses con sus acciones –la poesía, decía, debía llegar al pueblo- a cantar las glorias de Lenin. Llegó a creer que la revolución proponía un futuro; quizás por eso pasó por alto algunos crímenes y se prestó a su manera como informante y delator.
Ese carácter vehemente queda expresado en dos vertientes: el Maiakovski de La nube en pantalones (1915) o La flauta de vértebras (1915), verdaderos y potentes poemarios futuristas; y otro que puso fin a una “poesía poética” por otra “periodística”, pues según él mismo, para poder acercar verdaderamente la poesía a la fábrica había que rebajar la intensidad del lenguaje acercándolo a los métodos del reportaje.
Prohibido entrar sin pantalones es, también, una historia del romance de Maiakovski con Lily Birk, la mujer con la que mantendrá una larga relación amorosa alentada por su propio marido, el crítico literario Osip. A ella dedicó buena parte de sus poemas y justo a través de su relación es posible “transparentar” la fragilidad del poeta.
Nueva York, Berlín, París, Moscú, San Petesburgo y México son los lugares que utiliza Juan Bonilla para reconstruir a un Maiakovski que él no considera para nada ingenuo y al que no se atreve a juzgar con otra vara que no sea poética. Al menos así lo parece al escuchar a Bonilla tartamudear ante la pregunta de si el escritor terminó creyéndose su propio personaje.
Tras la muerte de Lenin, el pedestal de Maikovski como poeta nacional se desplomó. Se convirtió en diana de la ira de los nuevos escritores del realismo social alentado por Stalin, quienes le tacharon de elitista, consentido y burgués. Aquel hombre que igual podía partirle la cara a los simbolistas de San Petesburgo y Moscú disfrazado con una chistera, fue apagándose, como el sueño revolucionario en el que creyó. Esta “novela gamberra” –como le llaman sus editores buscando acaso provocación- no necesita más de la que ya tiene. El incendio es Maiakovski, Bonilla su madera. Arden bien los dos juntos.
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