Cultura

¿Por qué los poetas odian Nueva York?

Lorca, Camus, Poncela, Camba y otros artistas pasearon por la Gran Manzana en busca de un son que nunca encontraron. Es la ciudad de los rascacielos, la soledad y la lluvia

Cuando pienso en Nueva York, escucho un solo de John Coltrane, atisbo ese cruce de miradas con bellas desconocidas, me atrapa el sentimiento del náufrago en la gran urbe de las posibilidades. Cuando pienso en Nueva York, veo ese vapor salir de las bocas del metro, esa nieve coronando el Empire State, el humo de un cigarro distorsionando la ciudad en un rooftop de Manhattan. Cuando pienso en Nueva York, recuerdo a aquel vagabundo negro que daba los buenos días al lado de un restaurante chino, y a aquella pareja feliz en Central Park. Ella dormía con la cabeza reposando en su abdomen, y él leía una biografía del Rat Pack.

Para muchos, Nueva York no es ese paraíso perdido que evocamos entre duermevelas estivales. A algunos de los mejores artistas de nuestra era se les atragantan los rascacielos, son alérgicos al ir y venir despavorido de taxis y viandantes y no soportan el hedor consumista que acecha en cada esquina. Los poetas odian Nueva York, y sienten náuseas ante el polvo metálico que asola barriadas y callejones. La basura se acumula en las calles como los corazones rotos.

Nueva York.

Julio Camba pasó en 1916 un año en la Gran Manzana como corresponsal del ABC. Para el periodista, "fuera de la mecánica, apenas existe allí nada verdaderamente importante. La cocina es pésima y la literatura abominable. Las muchachas, muy hermosas por lo general, tienen el inconveniente para el europeo de carecer de psicología... La vida es áspera y espantosa".

Una década después, Federico García Lorca atracó en el muelle de Manhattan para ponerle acento granadino a la capital del Nuevo Mundo. Llegó cabizbajo, recordando aquellas críticas de sus amigos, Salvador Dalí y Luis Buñuel, sobre la falta de vanguardismo en su obra. A Lorca, aquellos fastuosos edificios, forjados por la mano del hombre, le dejan frío, indiferente. Echa de menos Andalucía. Nueva York es una ciudad sin alma.

En 'Poeta en Nueva York' da buenas muestras de su animadversión por esa forma de vida. Canta la llegada de un barco, desde África a Nueva York, en 'Danza de la muerte':

Era el momento de las cosas secas,

de la espiga en el ojo y el gato laminado,

del óxido de hierro de los grandes puentes

y el definitivo silencio del corcho.

...

El mascarón bailará entre columnas de sangre y de números,

entre huracanes de oro y gemidos de obreros parados

que aullarán, noche oscura, por tu tiempo sin luces, ¡oh salvaje Norteamérica!, ¡oh impúdica!, ¡oh salvaje!,

tendida en la frontera de la nieve!

La decepción de Albert Camus

Se puede sentir más soledad en la capital del Nuevo Mundo que en un pueblo de la España vaciada. Para los poetas, conectar en la jungla de cristal es como lanzar un mensaje en una botella. Albert Camus se parecía físicamente a Humphrey Bogart, pero nunca compartió con él su devoción por Nueva York, la ciudad que vio nacer a Lauren Bacall, el amor de su vida.

En sus 'Diarios de viaje', editados en España por Penguin para Debolsillo, recoge sus impresiones de la ciudad, a la que llegó en 1946. "Tras una primera ojeada, horrorosa ciudad inhumana", comienza. En otro párrafo, relata: "Lluvia sobre Nueva York. Cae incansablemente entre los altos cubos de cemento. Extraño sentimiento de lejanía en el taxi, cuyos limpiaparabrisas, rápidos y monótonos, barren el agua que renace sin cesar. Impresión de estar cogido en la trampa de esta ciudad y de que podrían liberarme de los bloques que me rodean y correr durante horas sin encontrar otra cosa que no fuese nuevas prisiones de cemento, sin la esperanza de una colina, de un árbol de verdad o de un rostro descompuesto".

Chinatown, años 60. El barrio que más gustó a Camus junto al Bowery.

El filósofo existencialista se refiere a los rascacielos como "inmensos sepulcros habitados por muertos". Su sensibilidad no casa con el American Way of Life. Eso sí, tuvo tiempo para ligar con Patricia Blake, mientras recordaba al verdadero amor de su vida, la gallega María Casares.

Muerte de César González-Ruano en Harlem

Uno de nuestros autores más castizos, César González-Ruano, también paseo su esqueleto alfonsino por Bowery, célebre calle frecuentada por alcohólicos y vagabundos. La mayor impresión se la provocó Harlem, barrio negro por excelencia, cuna del jazz. A nuestro escritor le produjo un escalofrío la afluencia de negros y llegó a temer por su vida.

"Hay un momento en que no se ven más hombres o mujeres blancos que los maniquíes de los escaparates. No hay maniquíes negros. Harlem da cierto miedo, aun de día. Cuando me quedé solo me metí en Harlem de hoz y coz. No pasa nada. Entré en algunos bares y paseé ya de noche por sus calles. Pensé que si me mataban tampoco quedaba mal para la biografía. Y además, ¿qué es lo que podían matar en mí? ¿Acaso unos meses? Pero no me mataron".

Para ser un gran escritor hace falta mala leche, mala sangre o mala baba. Y Ruano las tenía todas. Acudió a un concierto de Ella Fitzgerald, a la que describe en pocas palabras: “Una negra famosa, muy gorda, especializada en el jazz. Canta con voz bronca, aires broncos del Sur, de Nueva Orleans. Una como cachondería húmeda y triste”.

Chicle. Whisky. Gasolina

Otro de nuestros ilustres visitantes a los ídolos de neón y hormigón fue Jardiel Poncela. El humorista y escritor escribió un poema sobre las sensaciones que le provocó Nueva York. Frasea al más puro estilo de Chirie Vegas y presenta elementos comunes con los artistas que hemos ido repasando. Soledad, frío, polvo y nieve:

Chicle. Whisky. Gasolina.

Circuncisión. Periodismo:

diez ediciones diarias,

que anuncian noticias varias

y todas dicen lo mismo.

...

Cemento. Acero. Basalto.

Sed. Coca-Cola- Sudor.

Prisa. Bolsa. Sobresalto.

Y dólares. Y dolor:

un infinito dolor

corriendo por el asfalto

entre un Cadillac y un Ford.

Nueva York no deja indiferente. Quizá los poetas no piensen en ella como esa ciudad donde los sueños se cumplen, o donde a cada paso sientes que te apunta el objetivo de Martin Scorsese. Pero tampoco pueden evitar sus señales, su crudeza de existencia invernal. Como esas relaciones que no salen del todo bien, ni tampoco del todo mal. El que mejor lo definió fue Julio Camba: "¿Qué cosa extraña es esta que me ocurre a mí con Nueva York? Me paso la vida acechando la menor oportunidad para venir aquí, llego, y en el acto me siento poseído de una indignación terrible contra todo. Nueva York es una ciudad que me irrita, pero que me atrae de un modo irresistible".

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