Cultura

La decadencia intelectual de Podemos: ¿momento Berlinguer o hipótesis Polanyi?

El partido morado, huérfano de referentes culturales que le permitan levantar el ánimo, solo consigue transmitir la ansiedad por aferrarse a su posición subordinada en el Gobierno

El pasado sábado, el exitoso ensayista político Danie Bernabé -cercano a Unidas Podemos- publicaba una tribuna en El País titulada “Momento Berlinguer”. En ella criticaba cariñosamente a Pablo Iglesias por haber retomado la retórica antisistema y pedía un regreso al enfoque institucional. “En nuestro presente el contrario de radicalidad es efectividad: la izquierda no requiere de grandes declaraciones de principios, sino de concreción y resultados. Demostrarse útil como ya lo ha demostrado el Ministerio de Trabajo, reclamar su labor en estos dos años aportando estabilidad al país. Construir un momento Berlinguer, el histórico secretario general del Partido Comunista Italiano, que consiste en hacerse imprescindible para el funcionamiento de las instituciones, para su transformación y pervivencia”, escribía Bernabé. Por supuesto, el fragmento contiene varias afirmaciones cuestionables, pero representa la creciente comodidad de la izquierda del PSOE con las instituciones del Régimen del 78, a las que ahora pretende “demostrarse útil” (para su "pervivencia " y para “aportar estabilidad”).

Usaré un símil pop: se ha pasado de cantar La Polla Records y Los Chikos del Maíz a entonar el institucional “Todos contra el fuego”, estribillo infantil de los ochenta para prevenir los incendios forestales (en este caso, el fuego es Vox, como explica Bernabé a lo largo de su texto, que estuvo entre los más leídos de Opinión). El mensaje hace tiempo no es “asaltar los cielos” sino “virgencita, virgencita, que me quede como estoy”. Lo relevante del artículo de El País, sobre todo para una sección de Cultura, está en analizar cómo se utilizan figuras intelectuales para construir relatos euforizantes que ocultan la decadencia del partido, cuando ya existía otro paradigma -mucho más desafiante- para afrontar el conflicto social que atravesamos: el momento Polanyi. 

El antropólogo húngaro Karl Polanyi, autor del clásico La gran transformación (1944), ha sido señalado como clave para interpretar las crisis del presente, entre otros por intelectuales de referencia en la izquierda del PSOE tan diferentes como Jorge Tamames, Manolo Monereo, César Rendueles, Alberto Santamaría y Rafael Poch (que prologa la última publicación del maestro en España, Europa en descomposición, en la editorial Virus). Por supuesto, Bernabé está hablando de un referente político que conviene a la mera supervivencia institucional de Unidas Podemos, que es la mentalidad instalada en el partido hace tiempo. Por el contrario, la lista de cinco autores que destaco -todos ellos sin salario del partido- se centran en analizar la batalla política popular (que la izquierda va perdiendo por goleada).

La tesis fuerte de Polanyi es que el capitalismo es una utopía política extrema, ya que la normalidad histórica consiste en que el mercado siempre ha sido un espacio subordinado en las sociedades humanas, cuyo centro está en lazos distintos al intercambio económico (familiares, religiosos, derivados de la costumbre, etcétera). El caso es que Polanyi se ha vuelto un referente incómodo para la izquierda del PSOE porque son los partidos de derecha radical -basándose en pensadores tradicionalistas- quienes han comprendido y aprovechado este enfoque mejor que ellos, disputándoles amplias capas de votantes.

Polanyi frente a Podemos

Lo explicó, de manera cristalina, Manolo Monereo -exdiputado de Unidas Podemos- tras el triunfo electoral de Donald Trump: "La ‘hipótesis Polanyi’ es que hay un movimiento cíclico, lo que llamaríamos un ciclo antropológico-social, caracterizado por la implementación de políticas radicales promercado y la reacción de la sociedad ante ellas y, sobre todo, a sus enormes sufrimientos sociales. Habría un ciclo A de ejecución y un ciclo B de respuesta. La globalización capitalista vive ya en este ciclo. Ha habido una primera etapa de globalización triunfante, de liberalización progresista y de una coalición cosmopolita de clases en favor de ella. Desde la crisis del 2007 estamos viviendo una fase B, es decir, una insurrección global plebeya, nacional-popular (de nuevo, perdóneseme el esquematismo) contra una globalización percibida ya como depredadora, alienante y crecientemente incompatible con los derechos sociales, con la democracia y, más allá, con la dignidad humana”, resumía en noviembre de 2016.

¿Se está reclamando un momento Berlinguer, un enfoque en la gestión, porque se sabe perdida la batalla de la calle?

Más claro todavía: “Lo que está en crisis es la globalización capitalista y, como siempre, esto tiene, al menos, dos salidas: hacia el autoritarismo oligárquico o hacia la democratización social. En medio, no hay ya nada, solo las lamentaciones de unas viejas izquierdas sindicales y políticas que se hicieron neoliberales y que ya no son capaces de entender la sociedad y, mucho menos, de transformarla”, remata Monereo. Aunque el texto de Bernabé tiene tono propositivo, más bien resulta notarial: hace tiempo que el partido morado está por "aportar estabilidad" al sistema. Mientras el pueblo rechaza la globalización y sufre sus estragos, los altos cargos del gobierno de coalición lucen la chapa de la Agenda 2030.

Jorge Tamames ilumina también estos conflictos en La brecha y los cauces: el momento populista en España y Estados Unidos (2021, Lengua de Trapo). Allí expone los motivos del desplome podemita: "A pesar de la capacidad de Podemos para movilizar más allá de los confines de la izquierda tradicional española, siguió estando asociado a la demografía clásica de los partidos progresistas: profesionales del sector cultural, votantes jóvenes y urbanos, y partidarios de centro-izquierda descontentos (muchos de los cuales volvieron al PSOE en 2019). El partido apenas penetró en electores rurales y de mayor edad", destaca en su análisis final.

Polanyi, recuerda Tamames, nunca perdió de vista “el hecho de que ‘el fascismo, al igual que el socialismo, hundía sus raíces en una sociedad de mercado que dejó de funcionar’”. El actual populismo de izquierda compite hoy con la derecha radical, que en el caso de partidos como Reagrupación Nacional en Francia realizan una defensa “chovinista, pero sincera” del Estado del Bienestar (aunque en la práctica el lepenismo critique más a los migrantes que al mercado neoliberal desregualdo).  La cuestión interesante respecto al texto de Bernabé es esta: ¿se está reclamando un momento Berlinguer, un enfoque en la gestión, porque se sabe perdida la batalla de la calle?

Desafección popular

Otro aspecto clave señalado por Tamames es que Podemos tiene un serio déficit de cargos técnicos. Aunque Yolanda Díaz tuviese un carisma electoral infinito, que no parece el caso, la falta endémica de este tipo de cuadros seguiría condenando el "giro institucional" del partido. "Gestionar un Estado contemporáneo es, al mismo tiempo, una tarea enormemente exigente -que requiere un considerable bagaje técnico y administrativo- e insuficiente, en la medida en que para realizar una labor genuinamente emancipadora es necesaria una movilización y coordinación que trascienda las instituciones políticas formales", recuerda Tamames. Hoy Podemos se muestra impotente en ambos planos, ya que no triunfa en la calle ni en los debates técnicos sobre gestión.

La derecha radical ha comprendido que no basta con ofrecer mejoras materiales: es crucial reconstruir lazos sociales

Las invocaciones a Berlinguer -por tanto- suenan muy forzadas, aunque las haya cultivado el propio Iglesias, por ejemplo en la entrevista que concedió al diario italiano La Stampa nada más abandonar su cargo de vicepresidente en mayo de 2021: “Ni siquiera el líder del Partido Comunista más grande de Occidente, Enrico Berlinguer, pudo llegar a donde he llegado yo: un marxista en un gobierno de la Alianza Atlántica…Mirar lo que he logrado me marea”, afirmaba en mayo de 2021. El prestigioso periodista que fimaba la noticia de La Stampa, Aldo Cazzullo, no parecía muy impresionado, ya que describía a Iglesias como "el primer político posmoderno, nacido en los talk shows" y "con el más alto nivel de desaprobación: tiene fans, siempre menos, pero los demás españoles le detestan”, tal y como se explicó en Vozpópuli.

Berlinguer no fue solo un político brillante, sino también respetado y querido por el pueblo, que se volcó para despedirle el día de su entierro (se calcula que acudieron más de un millón de personas). Pablo Iglesias registra lealtades decrecientes, casi todas entre periodistas afines a los que filtra información y cuadros de Unidas Podemos a los que consiguió un sueldo. Suena lógico que neocomunismo (o retrocomunismo) añore un ‘momento Berlinguer’, pero no parece que Unidas Podemos tenga fuerza social para aspirar a eso, ni tampoco líderes cercanos (ni siquiera remotamente) a aquel tirón popular. Mientras tanto, la derecha radical hace tiempo que ha comprendido que no basta con prometer mejoras materiales, sino que es crucial ofrecer -aunque sea a nivel discursivo- la reconstrucción de los lazos sociales que hacen de la vida algo significativo.

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