La prensa progresista europea ha dado la noticia a toda página: “Aya Nakamura saca de quicio a la extrema derecha francesa”, titula El País, por ejemplo, de manera parecida a La Sexta, Cuatro, Infobae… El choque no pasa de hipótesis: Emmanuel Macron está meditando invitar a la joven cantante francomaliense a actuar en la ceremonia inaugural de los juegos olímpicos de París 2024, para interpretar algún clásico de Edith Piaf. Un grupúsculo poco representativo de la opinión pública francesa (Les natifs, traducible por “Los nativos”) realizó una performance que recogen fielmente todos los medios de izquierda: media docena de personas posando con una pancarta que dice “Esto es París, no un mercadillo de Bamako”.
La derecha francesa, en sintonía con gran parte de sus compatriotas, ha protestado por la elección de Nakamura. Un 49% de franceses creen que es “mala idea” que Nakamura cante a Edith Piaf en la ceremonia, según encuesta del instituto Elabe; la cifra es del 63% si nos fiamos de los datos de otra firma demoscópica, Odoxa. Marione Marèchal, nieta de Jean-Marie Le Pen y alto cargo del movimiento Reconquista, ha denunciado que la cantante ni siquiera usa el idioma francés, sino que lo trufa con expresiones inglesas, españolas o de verlan, la jerga informal de las banlieues, barrios periféricos del país, casi siempre pobres y conflictivos.
Nakamura es de piel negra y solo tiene nacionalidad francesa desde el año 2021. Siendo rigurosos, la acusación de racismo no ha sido probada, ya que los mismos reproches se han hecho a cantantes blancas como Rosalía por usar un castellano mezclado con palabras en inglés o inventadas. También resultó polémica la decisión del símbolo nacional Serge Gainsbourg de regrabar en 1979 La Marsellesa a ritmo de reggae, bajo el título “Aux armes et caetera”. Y no estamos ante una polémica imprevisible: la mayoría de las elecciones para himnos deportivos, Eurovisión y similares han polarizado a defensores y detractores.
¿París popular o multicultural?
A poco que se busque contexto, queda claro que el debate se enmarca en otro mayor: el del menosprecio a los símbolos nacionales de Francia. Más debatido aún que esta elección pop ha sido el cartel oficial del diseñador Ugo Gattoni, que borra la cruz cristiana que corona el emblemático edificio de Los Inválidos e ignora la tricolor en su dibujo. Por no hablar de que representa París con la misma estética naíf que se usa en los planos de los parques temáticos o los festivales tipo Coachella o Primavera Sound. El diseñador es conocido por su inclinación a dar protagonismo en sus obras al rosa corporativo de la marca de lujo Hermès. ¿Más madera? Aunque la mascota olímpica enarbola la tricolor en algunos logotipos oficiales, hay otros carteles donde la bandera olímpica oculta más del ochenta por ciento de la enseña nacional.
Muchas familias francesas han mostrado su rechazo a la decisión de que los bebés tengan que pagar entrada por su acceso a instalaciones olímpicas
La prensa progresista ignora otros factores de la polémica en Francia. Entre ellos, el enfado de muchas familias por la decisión de que los bebés tendrán que pagar por acceder a los recintos olímpicos. La política de los Juegos, que se disputarán del 26 de julio al 11 de agosto, es que "todos los espectadores necesitan una entrada válida para acceder a una sede olímpica, incluidos los niños de todas las edades”. Los Juegos Olímpicos de Londres 2012 comenzaron con la misma política de venta de entradas que los de París, pero los organizadores la cambiaron bajo la presión del público y los medios. Las familias católicas francesas están especialmente sensibles por el hecho de que hace pocos días se otorgó rango constitucional al derecho de abortar, alejando al estado de sus raíces históricas, culturales y religiosas.
En el campo de la literatura, esta batalla fue adelantada por el superventas Michelle Houellebecq, en su debatida novela Sumisión (2015), un juego de política-ficción donde planteaba que el rechazo a los valores cristianos en favor del multiculturalismo desembocaría en una Francia dominada por los islamistas. En el plano sociológico, quien vio venir el conflicto fue el geógrafo y ensayista francés Christophe Guilluy, que describe en sus ensayos cómo Francia se ha roto entre las grandes urbes cosmopolitas y las cuidades medianas y pequeñas de la periferia. “El mundo intelectual y universitario está muy encerrado en las grandes ciudades, París y las localidades universitarias, y ha olvidado la Francia periférica, las clases populares, ha olvidado que las clases populares francesas siguen siendo mayoritarias. Creemos que las sociedades se reducen a las grandes metrópolis globalizadas pero no es así, las grandes metrópolis siguen siendo minoritarias y sigue habiendo estas categorías mayoritarias. Esto explica el fracaso electoral de la izquierda. Es un proceso lento que comenzó en los años ochenta, y la separación es por desgracia total”, advertía en 2019.
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