Solo hemos visto unos segundos del Napoleón de Ridley Scott para que cientos de cuentas salgan a apuntar las imprecisiones históricas del que será uno de los estrenos del año. Uno de los mayores divulgadores de historia en lengua inglesa, Dan Snow señalaba algunor errores: En el momento de pasar por la guillotina, María Antoniera tenía el pelo corto y en ese momento Napoleón estaba en el otro extremo de Francia. Napoleón no disparó a las pirámides, y la 'Batalla de las pirámides' no se disputó en la base de las mismas. También criticaba una escena en la que aparece Napoleón en una carga de caballería, y la propia ejecución de la misma. La respuesta del director en la revista New Yorker fue “Get a life” algo que podríamos traducir como “cómprate una vida”.
Es una de las figuras históricas que más películas ha protagonizado, cuando nació el cine a finales del XIX, era sin lugar a dudas el personaje reciente más relevante. Los primeros cineastas todavía contaban historias del Emperador vividas de primera mano por sus padres y abuelos. Después llegó Hitler y la Segunda Guerra Mundial para intentar hacerle frente. Según el libro Guinness de los Récords, Napoleón era en el año 2000 el personaje histórico que más películas había protagonizado con 189 cintas, superando incluso al propio Jesucristo. A pesar de tan pródiga producción, el cine moderno seguía teniendo una deuda con Bonaparte.
Ahora es el deslumbrante Joaquin Phoenix quien se enfundará el bicornio napoleónico. El actor que ya había encarnado al emperador romano Cómodo en Gladiator, también dirigido por Scott, se sintió agobiado al no ser capaz de entender la psique del general corso. Las primeras críticas de medios estadounidenses apuntan a la actuación de Phoenix como uno de los puntales de la cinta y el intérprete ya suena como uno de los candidatos para el Oscar al mejor actor. Tras el rodaje, Phoenix señaló al a revista Empire: “Si realmente quieres entender a Napoleón, entonces probablemente deberías estudiar y leer por tu cuenta. Porque si ves esta película, verás esta experiencia contada a través de los ojos de Ridley”.
Algunos detalles apuntados por Scott en entrevistas señalan la minuciosidad para plasmar los movimientos en el campo de batalla, al tiempo que se toma importantes licencias en beneficio del espectáculo. Con cada estreno de estas características surge la pregunta: ¿Deben estas películas adherirse estrictamente a la rigurosidad histórica? Una película es una obra de ficción y por tanto, mientras en su presentación no lleve el apellido “documental” no tiene ningún deber de seguir a rajatabla los hechos. Al mismo tiempo se espera que un biopic no incluya graves errores que distorsionen por completo la realidad histórica. Si Scott ordena que la artillería francesa bombardee las pirámides es una licencia más que aceptable, incluso si recrea el mito de que fueron los franceses los que demolieron la nariz de la esfinge. Lo grave y ucrónico sería que el Bonaparte de Scott venciera en Waterloo y controlara Europa durante el siguiente decenio.
La rigurosidad histórica absoluta puede ser un corsé que estrangule la narrativa y libertad creativa del cineasta y el valor educativo de las películas históricas no reside en su precisión, sino en su capacidad de despertar interés y curiosidad sobre períodos y figuras históricas.
Nadie ha hecho más por el conocimiento del Imperio Romano que Scott con su Gladiator. La ristra de publicaciones de divulgación histórica, vídeos de Youtube, podcast y documentales que siguen a cualquier superproducción es la mejor vitamina para la Historia. En Gladiator hay decenas de imprecisiones históricas, algunas de ellas podrían considerarse un exceso del concepto “licencia”, incluida la muerte de Cómodo en la arena del Coliseo a manos del protagonista interpretado por Russell Crowe. Sin embargo, si no fuera por esa película, el 99% de la población no habría oído hablar nunca del emperador Cómodo y su afición por participar en los juegos.
Sin salir de la Roma esclavista, el clásico entre los clásicos, Espartaco, de Stanley Kubrick y Kirk Douglas también cae en abultadas imprecisiones históricas, especialmente las vinculadas con la mentalidad e ideología de la época. La representación de Espartaco como un luchador por la libertad y la igualdad es más una proyección de las ideologías contemporáneas sobre derechos civiles y lucha contra la opresión que un reflejo preciso del pensamiento romano. Espartaco nunca quiso abolir la esclavitud.
En ocasiones resulta imposible intentar trazar un relato exacto de un periodo histórico determinado. Durante la escritura de El nombre de la rosa, Umberto Eco se topaba con continuas y a veces irresolubles dudas sobre el día a día monacal. ¿Cómo se saludaban exactamente los monjes?, ¿cuándo y cómo se quitaban la capucha?...
En un buen año para el cine histórico con megaproyectos como el Oppenheimer de Nolan, o Los asesinos de la luna de Scorsese, el broche lo pondrá Scott con un Napoleón que incluso bombardeando pirámides conseguirá que millones de personas se acerquen a la historia real del hombre que marcó el siglo XIX.
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