En el acervo popular español ha pervivido que el emperador Carlos V le cedió a su hijo Felipe II los territorios que más quería (el Imperio hispánico y los Países Bajos), pero no le llegó a traspasar sus dominios del este de Europa (Hungría, Austria y Bohemia) por no dejarle un avispero. El catedrático de Historia Moderna por la Universidad de Viena, Friedrich Edelmayer, asegura que nos encontramos ante un mito, ya que el futuro “rey de las Españas nunca hubiera sido elegido por los siete príncipes electores”, al contrario de su padre, por tratarse de “una monarquía electiva”.
El requisito que tuvo que enfrentar Carlos I de España para ser nombrado Emperador fue el de obtener el beneplácito de cuatro de los siete príncipes electores en plena pugna por el título imperial con el rey de Francia, Francisco I. Finalmente, gracias al apoyo financiero de la familia banquera de origen alemán de los Fugger, el último rey caballero medieval fue coronado en Aquisgrán en 1520 -cuna de Carlomagno- siendo recordado en la posteridad como el emperador Carlos V del Sacro Imperio Romano.
El “rey de reyes” nacido en Gante tuvo que esperar a 1530 para ser ungido por el papa Clemente VII en Bolonia, debido a las continuas disputas por ser la cabeza de la Cristiandad. En este momento, Carlos V decidió nombrar a su hermano Fernando con el título “Rey de Romanos” para que fuera su representante en su ausencia en la parte oriental de su Imperio. Este episodio fue clave en palabras del catedrático Friedrich Edelmayer, ya que Fernando “conoció mejor la situación en contacto con los príncipes protestantes alemanes que Carlos” provocando un enfriamiento de la relación fraternal.
Según recoge John Elliot en su libro Carlos V: una nueva vida del Emperador, Fernando conspiró -incluso con potencias extranjeras- para que el título imperial lo heredara su hijo Maximiliano II, que era alemán, antes que el hijo español de Carlos V, Felipe II. En un contexto histórico en el cual la ola protestante amenazaba la unión de la Cristiandad, se convocó la dieta de Ratisbona (1558) donde se ratificó que Fernando I sería el próximo Emperador. Este hecho significó la partición de los Habsburgo en dos ramas: la española y la austríaca, que seguirá en contacto para el fortalecimiento de la dinastía.
"La sucesión española que no queremos"
Además, el historiador Edelmayer analiza como Carlos V ante la amenaza luterana “pensó que a los herejes había que enfrentarles militarmente” y razonó que su hijo Felipe II era el mejor candidato a la sucesión pues emprendería después de su muerte esta lucha. La iniciativa carolina no gustó en el Sacro Imperio que llegó a tildar esta idea como “la sucesión española que no queremos”. Ante un clima de rechazo que no favoreció al rey español, sumado al hecho de que Fernando I firmara la paz de Augsburgo con los príncipes protestantes (1555) en nombre de Carlos V -a pesar de su rechazo- provocó que el “Emperador de Occidente” abandonara la idea de reclamar la corona imperial para su heredero.
En definitiva, aunque Carlos V hubiera querido traspasar la corona imperial a su hijo Felipe II hubiera sido imposible por el rechazo que suscitaba en los príncipes electores.
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