Cultura

¿Por qué no arraiga en España la izquierda del PSOE?

Clara Ramas, filósofa progresista, arremete contra el deseo de echar de raíces en ‘El tiempo perdido’

  • La pensadora francesa Simone Weil, católica y antielitista radical

Hablamos claro: El tiempo perdido (Arpa) es un libro de intervención política. Lo escribe Clara Ramas, doctora en Filosofía especializada en Karl Marx, que fue diputada de la Asamblea de la Comunidad de Madrid por Más Madrid. Aunque ya no tenga cargo, parece más pendiente de refrescar el argumentario del partido que de ofrecer enfoques para el debate público. Partiendo de su devoción por Marcel Proust, ofrece un diagnóstico sobre la crisis sociopolítica de Occidente donde cuestiona con dureza el discurso que ha calado entre los llamados “perdedores de la globalización”. El subtítulo del libro -Contra la Edad Dorada. Una crítica del fantasma de la melancolía en la política y la nostalgia- deja claro que no sintoniza con quienes confían en la tradición o en las comunidades clásicas (religión, patria, familia) como ancla en tiempos revueltos.

El primer problema salta a la vista: Ramas es una militante progresista y descubrir que el pasado tuvo aspectos superiores al presente invalidaría en gran parte su discurso político. La preferencia por la palabra “melancolía” (62 menciones) en vez “nostalgia” (con solo 5) para describir a sus adversarios ya indica su intención peyorativa, además de su falta de precisión. El ascenso actual de pensadores tradicionalistas y de los partidos socialpatriotas en Occidente no tiene nada de melancólico, aunque sí de nostálgico, una nostalgia aventurera -se comparta o no- articulada en torno a conceptos como la reconquista frente a la tolerancia multicultural de la izquierda (cada vez más en sintonía con las multinacionales y las instituciones de gobernanza globalista, que es una forma de melancolía por la revolución perdida). El tono de Ramas es el de quien regaña a los demás por no llegar al nivel de sofisticación adecuado, mientras que los autores de la orilla contraria despliegan un llamamiento a la autodefensa y la articulación comunitaria, véase por ejemplo El retorno de los dioses fuertes (Homo Legens, 2020), de R.R. Reno. Comparar ambos textos ayuda al lector a calibrar quién comprende el momento político y quién vive en una burbuja autorreferencial

El ensayo de Ramas hace aguas enseguida, a la altura del tercer capítulo, titulado “Contra los cantos del arraigo”. Allí encontramos una autora pasada de confianza, que intenta convencernos de que es capaz de desmontar el discurso de un clásico del pensamiento como Simone Weil en menos de diez páginas. No es la única vez: también afirma que Gilles Lipovetsky es superior a Christopher Lasch sin sentir la necesidad de justificarlo (la verdad es que resulta reveladora la tirria que siente la nueva izquierda por Lasch y sus denuncias del narcisismo contemporáneo). Ramas considera que el creciente interés por Weil es una simple moda, fruto de una oleada de romanticismo adolescente, pero la realidad es que la francesa se ha convertido en referencia central para pensadores, políticos y académicos de todo el espectro político, como puede comprobar cualquiera que se acerque a una buena librería.

Reprocha a Weil “una idealización de la familia y la pequeña propiedad en su esbozo de programa para un rearraigo obrero”, cuando en realidad lo que hace Weil no es idealizar, sino señalar las cosas que importan (Ramas tampoco argumenta dónde radica esa idealización). En algunos pasajes, El tiempo perdido suena como un delegado de la CEOE que no comprende por qué los trabajadores precarios se preocupan tanto por sus carencias materiales en vez de valorar las posibilidades de ascenso y reinvención que les ofrece el dinámico capitalismo contemporáneo. “Las condiciones ‘materiales’ dadas nunca explican hasta dónde llegaremos y qué haremos. La imaginación es real. La realidad por sí sola no nos dice dónde están los límites. Es al revés. Lo imaginado y lo deseado dinamitan y expanden lo real”, escribe. Llevamos escuchando esto desde Mayo del 68 pero hoy parece el discurso de uno de esos youtubers motivacionales encargados de espabilar a los pringados (un Amadeo Llados, a quien critica más adelante). En algún caso la imaginación puede dinamitar las condiciones materiales, pero la tradición es buen mapa de nuestros límites y en la inmensa mayoría de casos tu código postal de nacimiento es la forma más fiable de predecir tu nivel de renta futura.

Desarraigo de izquierda

Tratando de desmontar el discurso de Weil, lo único que consigue es confirmar la desconexión de la izquierda del PSOE con las necesidades y demandas de los de abajo. Desde una perspectiva marxista, no sorprende que quienes tienen sus necesidades materiales cubiertas sean los más propensos a menospreciar el arraigo y considerar que la vida es un gozoso devenir donde ir fluyendo de barrio gentrificado en barrio gentrificado. Además de lo endeble de la tesis, hay pasajes surrealistas, por ejemplo cuando defiende que los Hermanos Muslmanes son un colectivo “chestertoniano” o describe Sumisión de Michel Houellebecq (2015, Anagrama) como una crítica al Islam cuando en realidad es un encendido elogio de la eficacia antropológica de los vínculos que despliega, como explicó el profesor Mark Lilla en su esclarecedora reseña para Letras Libres.

El libro tiene valor como autorretrato de una generación de políticos que tuvieron cerca la oportunidad de cambiar el país pero la perdieron por una plebefobia crónica

La teoría del arraigo que defiende Weil, en realidad, no anda tan lejos de las tesis de La gran transformación de Karl Polanyi, economista y antropólogo de referencia en la izquierda, seguramente el progresista más inteligente del siglo XX (al que Ramas cita en el libro). La tesis principal de Polanyi es que cada vez que el capitalismo consigue despojarnos de nuestra densa red de relaciones humanas se produce una contestación en forma de tumulto, revuelta o insubordinación. La actual forma que toma la contestación popular son los partidos de derecha patriótica, algunos en claro ascenso con discursos basados en parte en las tesis de Weil. Marion Marechal Le Pen, la joven líder derechista francesa, suele citar la frase de Weil “se puede destruir todo menos el deseo de arraigo”. No es extraño que un campo político (la nueva derecha) crezca elección tras elección, apoyado en las periferias y el mundo rural, mientras el otro (la izquierda cool) mengua arrinconado en sus nichos (los urbanitas devotos de la imaginación creadora).

La sensación final que causa El tiempo perdido es la de una apología del desarraigo, en línea con la izquierda posmoderna hoy en crisis. El libro, además, incurre en la deshonestidad de criticar a colectivos sin citar a sus miembros: por ejemplo, Ramas habla de “los rojipardos” pero no menciona autores, no sea que alguien tenga la tentación de echar un ojo en Internet a ver si las tesis que les atribuye son realmente las que defienden (solo cita al italiano Diego Fusaro, no especialmente centrado en la nostalgia ni en la reivindicación de pasados gloriosos). ¿Conclusión? El libro tiene valor como autorretrato de una generación de políticos que tuvieron cerca la oportunidad de cambiar el país pero la perdieron por una plebefobia crónica, típica de las nuevas élites.

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