Cultura

La trampa del progreso moral...¡en pleno siglo XXI!

Muchos nos preguntamos por qué la teoría del progreso moral, desmentida por los propios hechos, ha perforado nuestra mente hasta asentarse en nuestro inconsciente

La idea del progreso moral tiene muchos adeptos. Se piensa que la humanidad avanza progresivamente hacia la excelencia, que está inmersa en un proceso ―diríase mecánico, pues de algún modo escapa a la voluntad de cada cual― de perfeccionamiento ético. Según esta creencia, el siglo XVI habría sido más luminoso que el XV, claro, y a su vez jamás habría habido sociedad más espléndida que la de los albores del tercer milenio. Nosotros estamos bendecidos con la lucidez que se les negó a nuestros ancestros, pobres bárbaros que hubieron de vagar en tinieblas, ciegos a la verdad moral, encadenados a costumbres degradantes.

El otro día un amigo mío me mostró la pujanza de esta idea. Estábamos viendo juntos el telediario ―sí, sé que no es la actividad más estimulante, pero al menos teníamos una botella de vino― y a la narración de un crimen que no recuerdo él respondió pronunciando en voz alta, con histriónica indignación, una frase que todo hombre socialmente activo, todo hombre que aún no ha optado por la cada vez más tentadora vida del anacoreta, ha escuchado en varias ocasiones: "Es increíble que en el siglo XXI, ¡en pleno siglo XXI!, ocurran estas cosas". Es como si nuestra centuria estuviese vacunada contra el crimen, como si los sintagmas "pleno siglo XXI" y "mal" se excluyesen, como si de su concurrencia en una frase sólo pudiese resultar un oxímoron, un sinsentido lógico.

Conmovido por el enojo de mi amigo, yo me dije para mis adentros que, efectivamente, en el siglo XXI, ¡en pleno siglo XXI!, ocurren muchas cosas, buena parte de ellas desagradables. En pleno siglo XXI los países se declaran la guerra unos a otros, los gobiernos ordenan bombardeos humanitarios y los militares recurren a drones ―oh, valentía, en qué abismo te extraviaste― para eliminar a sus objetivos. En pleno siglo XXI, verdadero siglo de las luces, culmen de la historia civilizada, los biólogos experimentan con fetos, los médicos menos escrupulosos arrancan a los niños de las entrañas de sus madres y los investigadores fantasean con un futuro en el que los hijos se elijan a la carta, se diseñen como un producto cualquiera. ¡Eugenesia travestida de progreso!

En 2022 un puñado de multinacionales se reparten el poder económico, las clases medias agonizan y decenas de millones de personas no pueden paladear las mieles de la prosperidad


En pleno siglo XXI depredamos los recursos naturales como si fuésemos la última generación que va a habitar la tierra e infestamos los mares de residuos cuya naturaleza no es exactamente biodegradable. También crecen entre nosotros pirómanos que arrasan los bosques y terroristas que consagran su tiempo a un crimen semejante con una víctima distinta. En pleno siglo XXI, ¡en el siglo de la justicia social!, muchos empresarios defraudan el jornal de sus trabajadores, un puñado de multinacionales se reparten el poder económico, las clases medias agonizan y centenares de millones de personas ―pobres, asquerosamente pobres― no pueden paladear las mieles de la prosperidad que los voceros del régimen proclaman hasta la náusea.

La falacia progresista

Ocurren tantas cosas en pleno siglo XXI… Los países civilizados comercian con los bárbaros; vemos cómo mendigan lastimosamente las migajas de su opulencia, cómo se postran ante ellos a cambio de una mísera contrapartida. Y los políticos decretan confinamientos, promulgan leyes inicuas, amañan elecciones, compadrean con las élites económicas, extorsionan a los medios de comunicación, desdeñan las costumbres del pueblo al que deberían servir. En pleno siglo XXI ―¡la centuria feminista!, el tiempo en el que se celebra la liberación definitiva de la mujer, el desgarro de sus ataduras pretéritas― hombres ricos alquilan el vientre de mujeres hacinadas en granjas indignas incluso del animal más nauseabundo, la pornografía está casi tan extendida como la cerveza y los lupanares, favorecidos por la complicidad de unos políticos que no terminan de ilegalizarlos, continúan acogiendo a millones de clientes que desean huir de su vacío al menos por una noche.

Entre tanta injusticia, uno se pregunta por qué concebimos nuestra época como una felicísima excepción cuando no constituye sino un acto más de ese drama que es la historia; se pregunta por qué la teoría del progreso moral, desmentida por los propios hechos, contradicha por la misma realidad de las cosas, ha perforado nuestra mente hasta asentarse en nuestro inconsciente; se pregunta, en fin, por qué en (¡pleno siglo XXI!) sigue habiendo ingenuos que se extrañan de que (¡en pleno siglo XXI!) el mal triunfe por doquier.

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