Acababan de pasar los nacionales y un grupo de chavales desenterraba a la Cibeles. En un gigantesco montículo de arena, los críos celebraban, brazo en alto, la toma de Madrid por parte del bando sublevado. Era el 29 de marzo de 1939, y la diosa madrileña había aguantado la respiración dos años de bombardeos del bando franquista y sus aliados nazis, bajo un caparazón de ladrillos y tierra.
Las primeras fotos del Madrid franquista todavía tienen escondidos tras ladrillos y sacos de arena algunos de sus monumentos. Cinco días después del golpe de Estado de 1936, las autoridades republicanas crearon la Junta de Incautación y Protección del Patrimonio Artístico para salvaguardar de la guerra las obras artísticas, históricas y bibliográficas del país.
Desde aquel verano, brotaron en las ciudades españolas templetes bunkerizados que resguardaban las estatuas más importantes. La Cibeles o la estatua de Felipe III de la plaza Mayor de Madrid fueron cubiertas por un armazón de ladrillos y arena, mientras que el Gobierno republicano daba orden de empaquetar y evacuar los principales cuadros del país.
En agosto de 1936, las paredes del Prado y de otros museos se vaciaron y miles de obras maestras fueron cargadas en camiones para huir de la capital. Con escala en Valencia o Cataluña, los tesoros fueron preservados en la Sociedad de Naciones de Ginebra. Tras casi tres siglos en España, las Meninas abandonaron su patria, por primera y única vez, en febrero de 1939 con la caída de Barcelona a manos de tropas franquistas.
Esta huida propició una de las exposiciones temporales más impresionantes de todos los tiempos. Ya con Franco gobernando el país, se llegó a un acuerdo con el cantón de Ginebra para organizar una muestra entre los meses de junio y agosto de 1939, que fue un rotundo éxito con más de 400.000 boquiabiertos visitantes ante los Goya, Velázquez, Tiziano o Rubens. Cuando Europa comenzaba la guerra más brutal que ha visto la humanidad, los cuadros españoles regresaban a Irún el 6 de septiembre de 1939.
Los sacos de arena que protegieron a la Cibeles cubren desde hace dos semanas el patrimonio ucraniano ante la agresión de Putin. Mientras millones de personas se convertían en refugiados, grupos de ucranianos acolchaban las fuentes y estatuas de sus calles. Dentro de los museos, manuscritos medievales, imágenes ortodoxas o bustos de Lenin de época soviética eran empaquetados para protegerlos de los bombardeos rusos.
El director del Museo Nacional de Ucrania, Fedir Androshchuk, contemplaba hace dos semanas como una posibilidad real que Putin diera un paso más y saqueara algunas obras ucranianas para decorar las vitrinas del Hermitage, dada la importancia de Kiev en el nacionalismo ruso.
Hitler en París
Cuando Hitler estrenó el verano de 1940 en la recién conquistada París, hizo un tour por algunas de las joyas de la capital francesa. Cual turista actual, el dictador posó frente a la torre Eiffel y la tumba de Napoleón, sin embargo, no consiguió retratarse con las obras más icónicas del Louvre, que como el Prado cuatro años antes, habían sido evacuadas.
El director de los museos nacionales, Jacques Jaujard, se apresuró a retirar las obras de las salas parisinas y la Gioconda circuló durante la guerra por varios castillos y abadías, y esculturas como la Venus de Milo y la Victoria de Samotracia se refugiaron en el castillo de Valençay.
La Segunda Guerra Mundial allanó decenas de ciudades en Europa y muchos de los edificios históricos tuvieron que ser reconstruidos por el efecto de las bombas. En uno de los bombardeos aliados, la humanidad estuvo a punto de perder 'La última cena' de Leonardo da Vinci. Una bomba destrozó el refectorio de Santa Maria delle Grazie, salvándose milagrosamente la pared en la que Leonardo pinto a Jesús y sus apóstoles.
El avance de la fuerza destructiva del siglo XX puso en alerta a los conservadores del arte e instituciones como la UNESCO, pero hubo que esperar hasta las guerras de los Balcanes para ver una sentencia por la destrucción deliberada del patrimonio. En 2004, el ex almirante serbio Miodrag Jokic fue condenado a siete años de cárcel por el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia, por los bombardeos sobre el casco antiguo de Dubrovnik, declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO.
Barbarie yihadista y el mártir de Palmira
Ni el secuestro, ni las torturas, ni la amenaza de ser asesinado doblegaron la voluntad del arqueólogo Jaled Asaad de proteger el legado que albergaba el museo de Palmira. En el baño de sangre que supuso el avance de Estado Islámico en Siria en 2015, uno de los objetivos del fanatismo islamista fue la destrucción de toda herencia ajena a su visión del Islam. Los terroristas del Daesh dinamitaron los restos romanos y torturaron y asesinaron a los guardianes de estas joyas históricas. Asaad se negó a revelar el paradero de las piezas del museo de la ciudad que él mismo había ayudado a evacuar, acabó decapitado en una plaza y su cuerpo fue colgado en un semáforo.
Los actos de destrucción de las ruinas romanas de Siria indignaron al mundo, que todavía tenía en el recuerdo la voladura de los Budas de Bamiyán tras la toma de Afganistán por parte de los talibanes. La misma barbarie yihadista había arrasado unos años antes los tesoros de Mali, y por primera vez en la historia la Corte Penal Internacional consideró la destrucción del patrimonio cultural como un crimen de guerra. El tribunal condenó en 2016 a nueve años de cárcel al yihadista maliense Ahmad Al Faqi Al Mahdi por haber destruido una decena de lugares históricos y religiosos en la legendaria Tombuctú.
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