Un titular de prensa del 31 de mayo afirma que: “La norma del PSOE contra el proxenetismo quiere prohibir toda producción audiovisual con contenido sexual”. Lo lógico si alguien aspira a prohibir la prostitución es que prohíba también la pornografía, por la sencilla razón de que la pornografía es, sin ningún género de dudas, una forma de prostitución: en ella tanto hombres como mujeres practican el sexo a cambio de dinero, que es la definición literal de prostitución. Dicho lo cual, ni la pornografía, ni mucho menos la prostitución podrán ser jamás erradicadas, puesto que siempre existirá gente que practica el sexo a cambio de dinero o de interés. Tratar de apagar incendios con cubos de agua es un acto puramente simbólico, una pose sin eficiencia política o social alguna. Todo sexo se practica por interés: ya sea por el mero placer que proporciona o por lo verdaderamente saludable que es echar un buen polvo; ya sea porque nuestro compañero sexual nos dé algo a cambio ─de modo más o menos sutil, más o menos inmediato─, ya sea porque la persona que nos atrae sexualmente cuenta con estatus, fama, o cualquier otro encanto físico o personal que nos atrae; y, para terminar, incluso para compensar carencias afectivas o por el puro placer de imponernos a un competidor o competidora social y sexual. Todos sabemos bien que estas son algunas de las motivaciones que nos llevan a practicar el sexo.
Se dice hoy en círculos feministas vinculados al PSOE y Podemos que la pornografía es intrínsecamente violenta y degradante para las mujeres, al tiempo que influye en la juventud, que adopta los usos y costumbres representados en la pantalla. Lo cierto es que este anhelo de prohibir se sustenta en varias falsas premisas. En primer lugar el porno no es siempre violento, ni mucho menos; además, existe el porno gay, sin participación femenina, y es tanto o más violento que el porno heterosexual, en el que el objeto de deseo es la mujer (aquí el objeto de deseo es el hombre por lo cual la agresividad representada es imposible que sea fruto del machismo); por último, el porno no es particularmente malo para salud mental ni es causa de violencia y criminalidad (a no ser que uno ya cuente con problemas mentales o criminales previos). Dijo el asesino en serie Ted Bundy, poco antes de ser ejecutado, que él cometió sus crímenes por culpa de la pornografía, una completa falsedad que empleó a modo de excusa que habría de descargarle de toda responsabilidad. Bundy era desde su más tierna infancia un sádico perturbado, criado en el seno de una cultura del dominio, el estatus, la competición y el dinero como la estadounidense, caldo de cultivo de innumerables asesinos en serie psicópatas.
La pornografía fue en los años sesenta uno de los grandes caballos de batalla de la libertad de expresión en la contracultura estadounidense
Tratar de prohibir la pornografía a estas alturas de la historia parece verdaderamente surrealista, aunque, en el fondo, manifiesta algo muy real: la naturaleza pendular y dialéctica de la historia, como diría Hegel. La pornografía fue en los años sesenta uno de los grandes caballos de batalla de la libertad de expresión en la contracultura estadounidense. En Occidente el rechazo a la exhibición del acto sexual ha dominado a lo largo de casi toda la historia del cristianismo. Aun así, la visión que se ha tenido del cuerpo humano y su representación ha fluctuado. Giovanni Boccaccio en el siglo XIV escribió su Decamerón, un compendio de relatos pornográficos muy exitoso entre las mujeres italianas de la época, y en el siglo XVI Miguel Ángel pintó la Capilla Sixtina, repleta de cuerpos desnudos, en el corazón mismo de la cristiandad. Posteriormente, en el siglo XVIII, fue publicada la primera obra pornográfica en la historia de la literatura inglesa: Fanny Hill (1748). Ese mismo siglo vio nacer al Marqués de Sade, buque insignia del porno literario. Ya en el siglo siguiente aparecieron los primeros daguerrotipos. Con la aparición de esta nueva técnica surgió la fotografía pornográfica. Desde entonces la pornografía fue un artículo de coleccionista. Existían copias exclusivas de material sexual generalmente en manos de gente con recursos.
Libertad de expresión
Durante los sesenta se inicia una nueva era en este campo. Se da un proceso de liberalización a través del cual los contenidos pornográficos se harán finalmente accesibles a aquellos que quieran consumirlos. Todo ello integrado en un periodo de transición cultural más amplio. Los años sesenta supusieron una época de ruptura definitiva frente a la mojigatería del sistema, en un proceso que desembocó en la libre circulación de contenidos sexuales durante la siguiente década. La Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos establece la prohibición de toda ley que vulnere la libertad de expresión. En palabras del ilustre pornógrafo Larry Flint, este artículo defiende "el derecho sin reservas a la libre elección". Como afirma Bob Chin, director de cine para adultos, "los que trabajábamos en el porno entonces de veras considerábamos que estábamos haciendo algo para incrementar la libertad de expresión".
En décadas anteriores el único recurso con el que contaba una persona interesada en consumir pornografía consistía en ver películas sobre campamentos nudistas, documentales sobre pedagogía sexual de pareja o cine de autor europeo. El "sexploitation" cinematográfico también servía para saciar la curiosidad sexual de los espectadores, aunque no se tratase propiamente de pornografía. Curiosamente, la censura contaba con una función comercial, puesto que cada nueva muestra de explicitud sexual en una película propiciaba una reacción del público, que acudía en masa a verla. La prohibición generaba cierto morbo que proporcionaba pingües beneficios.
Hasta los sesenta la censura conservadora dominaba el discurso mediático. Los estamentos de poder velaban por visibilizar únicamente formas de expresión que encajasen con la opinión pública y la ideología dominante; hostigando a aquellos que no hiciesen un uso «apropiado» del lenguaje. Por poner un ejemplo, Los desnudos y los muertos (1948), primera novela de Norman Mailer, desató toda una ola de indignación moral al hacer uso de lenguaje "vil, sexual y blasfemo". Actualmente dicha novela habría recibido el mismo escarnio, solo que desde posiciones políticas contrarias. En 1965 El almuerzo desnudo (1959) de William S. Borroughs fue sometido a juicio por su crudeza y lenguaje obsceno. A pesar de perder el caso, la editorial recurrió y la novela fue liberada de todo compromiso con la censura, lo que supuso una plena liberalización de los contenidos literarios en Estados Unidos.
En el caso del erotismo visual, ocurre lo mismo. Hugh Hefner, fundador de Playboy (1953), se presentó siempre a sí mismo como adalid del progresismo y luchador por la libertad de expresión. Y en el caso del Estado contra Harry Reems, protagonista de Garganta profunda (1972), progresistas del mundo del espectáculo como Gregory Peck, Warren Beatty y Jack Nicholson mostraron su apoyo al acusado, que se enfrentaba a una pena de cárcel por "conspiración para distribuir materiales obscenos traspasando fronteras estatales". En esos años la pornografía no era considerada desde la izquierda como una forma de explotación "heteropatriarcal", sino que era entendida como una herramienta para la ampliación de las libertades ciudadanas. Extrañamente, con los años la cosa se ha invertido dialécticamente: hoy la censura es ejercida, precisamente, desde posiciones "progresistas" como el feminismo, la multiculturalidad y el igualitarismo.
Acceso universal a la pornografía
Muchos de los progresistas que se consideraban sofisticados en los sesenta y setenta visionaban porno por su valor simbólico ("porno chic", lo llamaban). Todos aquellos que se consideraban «hip» (modernos o al día) iban al cine en masa a ver Garganta profunda (1972) u organizaban proyecciones privadas. Hacerlo otorgaba estatus; significaba que estabas liberado. Con el tiempo, la pornografía fue tornándose un fenómeno cotidiano, surgieron sex shops, cines x y cualquiera persona suscrita a Canal + podía ver una película porno la madrugada del viernes. Con la llegada de internet, el acceso de todos a la pornografía fue universal. Desde la perspectiva de la izquierda de los sesenta y setenta, la libertad de expresión y liberación sexual serían totales, pero el discurso dominante de la izquierda actual no está de acuerdo.
Debemos recordar que Nixon y otros políticos conservadores eran favorables a prohibir la pornografía y quisieron llevar a cabo estudios psicológicos que demostrasen lo nociva que era esta para la psique humana. En 1969 el Tribunal Supremo de Estados Unidos sentenció en el caso de Stanley v Georgia que cualquier persona podía ver pornografía en la privacidad de sus hogares. Como respuesta, el Congreso de los Estados Unidos creó una Comisión del Presidente contra la Obscenidad y la Pornografía. Uno de los objetos de tal comisión era estudiar los efectos de la pornografía particularmente “en la juventud, y en su relación con el crimen y las conductas antisociales” (¿les suena?). También el feminismo prohibicionista habla hoy de la “cultura de la violación” y de cómo la pornografía fomenta la violencia sexual; por cierto, estipulada dicha violencia como un delito desde hace siglos ─por mucho que algunos crean haber descubierto el Mediterráneo y digan lo contrario.
Hace poco dijo Irene Montero que “la libertad sexual por fin será un derecho en este país”. Se trata de un claro ejemplo de anacroactivismo: activismo por derechos ya conquistados hace décadas. La libertad sexual existe en España, en forma similar a la actual, por lo menos desde la Transición. Por otro lado, todos sabemos que “solo sí es sí”, ley a cuyo nombre hace referencia la supuesta nueva libertad, es una auténtica quimera en la vida real. Cuando las personas de a pie mantenemos relaciones sexuales casi nunca decimos sí antes de iniciar el acto sexual. Si de veras solo “sí fuese sí”, todos (tanto hombres como mujeres) habríamos sido violados incontables veces, puesto que, como todos sabemos, la seducción no va de explicitudes, sino de sugestiones: se puede decir (y de hecho se dice) sí con la mirada, con los labios, con los brazos, con los gestos. Merece la pena recordar a algunos que el lenguaje no verbal representa el 93% de la comunicación, y no digamos ya en el plano de la interacción sexual.
Quizás haya llegado la hora de la actual izquierda adopte esfuerzos más positivos que negativos, más liberadores que prohibicionistas; que traten de abrir más que de cerrar
Pero volvamos a Nixon. La comisión mencionada descubrió que “no hay evidencia hasta la fecha de que los materiales sexualmente explícitos jueguen un papel significativo a la hora de causar comportamientos delincuenciales o criminales entre jóvenes o adultos”. Al mismo tiempo la comisión descubrió que “no hay evidencia de que la contemplación de material sexualmente explícito tenga efectos adversos para el carácter o las actitudes morales en lo concerniente al sexo y la conducta sexual”. Nos vemos asolados en los últimos tiempos por un neopuritanismo de “izquierdas” con afán de prohibir, que cree lograr instaurar derechos que han sido obtenidos hace ya mucho, al tiempo que intenta cargarse otros logrados con el sudor y esfuerzo de nuestros predecesores, la mayoría de los cuales eran de izquierdas.
Quizás haya llegado la hora de la actual izquierda adopte esfuerzos más positivos que negativos, más liberadores que prohibicionistas; que traten de abrir más que de cerrar. Quizás haya llegado la hora de que cierto feminismo nos deje a todos tranquilos (como en efecto está ocurriendo y ocurrirá pronto por puro desgaste y reacción dialéctica), que nos deje a todos y todas hacernos pajas felizmente en la privacidad de nuestros hogares con el tipo de porno que nos venga en gana, siempre y cuando los actos representados en él no entren en conflicto con una leyes de libertad sexual que llevan existiendo ya desde hace muchísimo tiempo.
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