Cultura

El Putsch de Múnich, el golpe de Estado que sirvió de altavoz a Hitler

Se cumplen 100 años de la intentona golpista que llevó a Hitler a la cárcel

En medio de un tiroteo contra un grupo golpista, las fuerzas del orden de Múnich lanzaron una bala que pudo haber cambiado la historia de la humanidad. El proyectil mató a Erwin von Scheubner - Richter, uno de los golpistas del que nadie se acuerda. En su caída dislocó el hombro izquierdo del compañero al que iba cogido del brazo, Adolf Hitler. La intentona golpista del partido nazi y otros grupos de ultraderecha había fracasado y emitía su canto de cisne en un tiroteo en mitad de Múnich. También podría parecer el final de la carrera del joven agitador de cervecerías apenas conocido fuera de Baviera que acabó con sus huesos en la cárcel, pero el juicio sirvió a Hitler como un altavoz para hacerse oír en toda Alemania.

En 1923 Alemania seguía devastada por la Primera Guerra Mundial, las reparaciones impuestas tras la derrota desangraban al país que se vio doblemente humillado cuando el 11 de enero tropas francesas y belgas ocuparon la región del Ruhr. Los franceses justificaban su decisión amparándose en el Tratado de Versalles y agravaron la inflación de la joven república alemana. La subida de los precios y la devaluación protagonizaba reportajes en la prensa internacional que recogían cómo el precio de cualquier producto se actualizaba cada día e incluso cada hora.

La escalada inflacionaria dejó imágenes de pilas de billetes para comprar cualquier alimento y niños jugando con billetes de millones de marcos que habían dejado de tener valor real. 

Agitador de cervecería

En aquel momento, Hitler se había afianzado al frente del partido nazi, apenas era conocido fuera de Baviera y comenzaba a mostrar los rasgos egomaniacos por los que le conocerá el mundo. Un compañero de partido le describió la personalidad del caudillo nazi como una "megalomanía a medio camino entre el complejo mesiánico y el neronismo". La acusación de delirios de grandeza no era infundada, él mismo se veía a la altura de Bismarck y Federico el Grande. 

El discurso antidemocrático, antiliberal y antiparlamentario era pregonado por Hitler: "La gente ya no quiere ministros, quiere caudillos". El ejemplo para Alemania debía ser la marcha sobre Roma del año anterior por la que Mussolini había llegado al poder. Pero en los meses previos al golpe de la cervecería, las declaraciones de Hitler eran un tanto ambiguas sobre el papel que él mismo debería tomar. A veces parecía claro que se veía como el dictador que liderara a las masas y otras parecía adquirir la postura del agitador que allanara la llegada al poder de un líder. La intención durante sus dos años al frente del partido había sido convertirse en el "tambor" con el que excitar a las masas. "Yo no soy más que un tambor y un agitador", dijo en 1922.

La tensión política entre el Estado bávaro y el gobierno central había provocado la declaración del estado de alarma en Baviera, donde se nombró un triunvirato conformado por el primer ministro Gustav Ritter von Kahr a cargo, como comisario político general del Estado, junto con sus colaboradores, el general de las Fuerzas Armadas Otto von Lossow y el jefe de la Policía del Estado, Hans Ritter von Seisser. Este gobierno se caracterizó por la oposición y desobediencia a las políticas de Berlín, mientras tramaba dar un golpe desde Baviera y lanzar una marcha sobre Berlín para derrocar la república alemana e imponer una dictadura.

Pero el triunvirato sufrió en sus propias carnes el golpe. Sobre las 20:30 del 8 de noviembre, las fuerzas de Hitler se adelantaron, entraron a la cervecería Bürgerbräu Keller y detuvieron a los tres políticos. Hitler llegó a disparar al techo antes de dirigirse al público y tratar de negociar con el triunvirato. Mal planificado y ejecutado, el golpe fracasó y se acabó liberando al trío dirigente que rápidamente ordenaron reprimir la asonada.

En la larga madrugada del fracaso, Hitler decidió, como tantas veces hará en el futuro, seguir adelante. El golpe tornó en una marcha que pretendía recibir el apoyo del pueblo y que convenciera al Ejército a ponerse de su lado. "Era una ilusión loca, una política de gestos nacida del pesimismo, la depresión y la desesperación. No tardó mucho en afirmarse la realidad", señaló Ian Kershaw en su biografía del dictador.

Al mediodía del 9 de noviembre, una columna de unos 2.000 hombres salió de la cervecería. Recibieron vítores al tiempo que mofas: "¿Os ha dado vuestra mamá permiso para jugar con esas cosas tan peligrosas aquí en la calle?", preguntó un obrero al ver a uno de los integrantes con una ametralladora. El encuentro con la policía acabó en un tiroteo que dejó 14 golpistas y 4 policías muertos. 

En el golpe habían participado algunos de los futuros jerarcas del Tercer Reich como Hermann Göring, un apuesto y egocéntrico as de la aviación durante la Primera Guerra Mundial y jefe de las SA, la milicia del partido nazi, que consiguió escapar a Austria. Otro como Hitler fueron detenidos y fueron juzgados al año siguiente en unas sesiones en las que Hitler se pudo explayar en su fanatismo político y lanzó todo tipo de improperios contra el gobierno "traidor" de Berlín, justificando levantarse ante la clara "amenaza comunista" a la que estaba expuesta Alemania. Podía haber sido condenado a muerte, o expulsado del país por su procedencia austriaca, pero el tribunal le aplicó la pena más baja y solo pasó ocho meses en prisión. Como en otros casos de alta traición, los jueces fueron indulgentes contra los golpistas de extrema derecha que declaraban haber actuado movidos por el patriotismo. En la cárcel escribió el Mein Kampf, diez años más tarde era el dictador de Alemania.

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