El mundo podría definirse para muchos, a grandes rasgos, como una dicotomía entre el amor y el desamor. El amor como abrigo, cuidados, escucha, paciencia, alimento, luz, caricias y miradas. El desamor como frío, indiferencia, hambruna y soledad. La línea que divide el amor y su ausencia se convierte en el relato de esta separación en The Quiet Girl, el debut en el largometraje de Colm Bairéad, una película tan sencilla en su propuesta como bella en su trama y su puesta en escena. Tanto, que se ha convertido en la gran joya de los premios Oscar, en los que competirá por la estatuilla a la mejor película extranjera.
El altruismo, esa cualidad que uno cree intrínseca de la familia, tan asociada al amor innato y al nudo materno, se convierte en esta película, en cambio, en una cualidad consustancial a la voluntad. La protagonista de esta historia, ambientada en 1981, es una niña de nueve años, Cáit, que vive con sus padres y sus muchos hermanos en algún lugar de la Irlanda rural, en un ambiente de pobreza física y afectiva.
Su progenitor es un bebedor y vividor, incapaz de querer. Su madre, una mujer amargada y resignada ante la situación que le ha tocado vivir. Poco antes del nacimiento de su nuevo hermano, la pequeña es enviada a pasar un verano con unos familiares lejanos, en una bonita granja y con un bienestar hasta entonces desconocido para ella.
El mundo de la protagonista se ha construido desde las ausencias y las carencias, en un entorno en el que la cena, la ropa y los abrazos, si los hay, son fortuitos, así que el viaje que realiza desde su hogar imperfecto y roto a casa de unos desconocidos se convierte también en el descubrimiento del amor, con mayúsculas, a menudo tan inherente a la familia más próxima, a los padres y los hermanos. Su verano se convierte en auxilio y en bálsamo de su realidad, y en ese paisaje estival reconstruye con la ayuda de sus padres de acogida la educación en los afectos, tan distorsionados o inexistentes.
The Quiet Girl podría constituir el reverso sencillo y delicado de otra de las grandes películas de esta edición de los premios Oscar: Los Fabelman, la cinta de Steven Spielberg
Es curioso, porque The Quiet Girl (una adaptación en irlandés del relato Foster, de Claire Keegan) podría constituir el reverso sencillo y delicado de otra de las grandes películas de esta edición de los premios Oscar: Los Fabelman, la cinta con la que Steven Spielberg rememora al joven que quería convertirse en director de cine. Ambos largometrajes se enmarcan en el género "coming-of-age", al poner la atención en el descubrimiento y el camino hacia la madurez, pero parten de lugares diferentes.
Si bien la cinta de Spielberg es una epopeya familiar, la película de Bairéad es un retrato delicado del amor en el hogar. El primer amor en la familia es el punto de partida en Los Fabelman y se convierte en meta en The Quiet Girl. Mientras que el primero parte del bienestar emocional para descubrir la decepción y la dimensión más agridulce de la vida, la cinta irlandesa parte de la amargura para descubrir el abrigo emocional, la familia de acogida como despertar afectivo.
The Quiet Girl: una mirada a la esperanza
A pesar de todas sus fortalezas, especialmente la historia conmovedora que presenta y una factura visual brillante, lo cierto es que las competidoras de The Quiet Girl en los Oscar no son rivales fáciles, especialmente la alemana Sin novedad en el frente, un alegato antibelicista, adaptación de la novela de Erich Maria Remarque, que triunfó en la reciente edición de los premios Bafta, o Argentina, 1985, De Santiago Mitre. Asimismo, Close (Bélgica) y EO (Polonia) tampoco han pasado desapercibidas y pueden desafiar a la irlandesa en el podio de la emoción.
La historia de The Quiet Girl es tan sencilla como impecable, y a nivel cinematográfico posee dos cualidades que la han convertido en una de las películas favoritas en esta edición de los Oscar, y que gracias al boca a boca posiblemente tendrá un recorrido interesante en las salas de cine, como le ocurrió recientemente a la celebrada Aftersun, el debut de Charlotte Wells.
La belleza es un fin en esta película, más allá de la historia, motivo que ha llevado a algunos a preguntarse si resulta artificiosa, si no será una mera distracción para atraer al espectador
Por un lado, destaca la actuación de la niña protagonista, la actriz Catherine Clinch, capaz de atraer la atención tan solo con una mirada serena y silenciosa, pero al mismo tiempo impaciente por encontrar la esperanza, un rasgo en el que muchos han visto la herencia del cineasta británico Terence Davies, también esta redactora de Vozpópuli. La ternura a menudo desafiante, tranquila y desasosegarte en una contradicción permanente reproduce tantas preguntas por segundo que uno no puede evitar meterse en su cabeza: ¿Quién va a ocuparse de mí? ¿Me abandonan? ¿Quién me va a querer?
The Quiet Girl, doblemente premiada a su paso por la Berlinale y ganadora de la Espiga de Plata, el Premio del Público y el Premio de la Crítica en el Festival de Cine de Valladolid, es, además, una de las películas más bellas que uno tendrá la oportunidad de ver en mucho tiempo. No obstante, la belleza es un fin en esta película, más allá de la historia, motivo que ha llevado a algunos a preguntarse si resulta artificiosa, si no será una mera distracción para atraer al espectador, incluso si el director está más preocupado por cómo cuenta la película que por lo que cuenta, más centrado en la apariencia que el fondo.
Lo cierto es que los silencios, las elipsis, son uno de los pilares en esta película, también en sus personajes, así que uno no imagina de qué otra manera, si no es desde la belleza total que permite el cine, se podría contar una película que quiere llevar al espectador hasta la esperanza. Si la estética fuera un mero pretexto, sus 90 minutos se habrían dilatado en un ejercicio tan de moda por repetir y sumar sin sentido alguno. Los silencios son aquí el antídoto de la vida y la belleza el bálsamo que conduce a la esperanza.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación