Quino dibujó a Mafalda en plena época de las dictaduras militares del Sur, a las que dedicó no pocas viñetas. Entre sus estampas más amargas algunos recordarán aquellas piernas mostrencas que lucían unos pantalones bajados hasta la rodilla. El signo de una Argentina que padecería a Videla y que el dibujante retrató como un general de uñas corvas aposentado en un wáter. Un ser oscuro que limpia el rastro de sus deposiciones con billetes de dólar, una alegoría de quienes torturaron a hombres y mujeres hasta hacerlos caer como moscas.
Pero hoy toca hablar de Mafalda -convertida ella misma en memoria de quien la creó-, así que mejor guarecerse en lo que ella hizo de sus lectores. Aquella niña -y su nutrida pandilla de amigos- burló dictaduras a ambos lado del mar. Y aunque su creador haya muerto (ayer nomás), ella sigue siendo una pequeña de 56 años, un ser que aún continúa preocupada por la Humanidad y la paz mundial.
Mafalda es un criatura que se rebela contra el mundo que le dejan sus mayores. Se trata de una heroína que comparte un aire de familia con los niños de Roald Dahl, una pequeña con cabellera tupida, lúcida y al mismo tiempo pesimista, en cuyas ocurrencias Quino resumió las ganas de reír y de estamparse contra la pared.
Aquel personaje fue un éxito internacional traducido a treinta idiomas y con el que más de uno aprendió a leer en silencio, sin mover los labios: un ejercicio de aptitudes y actitudes. Mafalda permitía desentrañar en sus viñetas una crítica feroz que, aún sin entenderla del todo, irrigaba la inquietud de quienes la leían. En España la censura la calificó como un tebeo "para adultos". Lo cual, hasta cierto punto, no dejaba de ser cierto. Porque Quino trató a todos sus lectores como tales, tuviesen seis o cincuenta años.
Biografía y advertencia
Mafalda apareció por primera vez en 1964, justo cuatro años antes del Mayo Francés; el dato, en su caso, no es retórico. Aquella niña argentina de moño y cabello negro, la misma que odia la sopa y ama a los Beatles, enseñó a generaciones enteras a hacer preguntas incómodas y dudar de todo. Fue el apresto ideológico de unos cuantos. Sus reflexiones sencillas, pero provistas de una irónica lucidez, sirvieron al dibujante para reflexionar sobre una década de cambio: la liberación sexual; la guerra de Vietnam y la guerra fría; la cultura de masas y, por supuesto, cómo no, los regímenes autoritarios que asolaron el mundo durante la década de los setenta.
Para referirse a la fuerza de aquella niña de la clase media argentina, Quino dijo siempre que ella era una expresión del carácter trágico y el humor negro de Andalucía, de donde procedían sus padres. Joaquín Salvador Lavado Tejón, nacido en Mendoza en 1932, recibió desde pequeño el mote que lo diferenciaba de su tío Joaquín Tejón, apreciado pintor y diseñador gráfico, con el que, a los tres años de edad, descubrió su vocación.
Historia de una conciencia
En 1962, Quino llevaba ya cerca de una década realizando humor gráfico, cuando su amigo Miguel Brascó, humorista y escritor, fue contactado por Agens Publicidad con el fin de crear una tira de historietas para promocionar la marca de electrodomésticos Mansfield, de la empresa Siam Di Tella. La tira funcionaría como publicidad encubierta al aparecer en medios impresos. Brascó recordó que Quino le había comentado «que tenía ganas de dibujar una tira con chicos» y le sugirió realizar una historieta que combinara a "Peanuts con Blondie". La campaña no llegó a realizarse, pero Mafalda fue concebida en ese fogonazo.
El personaje apareció por primera vez el 29 de septiembre 1964 en el semanario Primera Plana, en Buenos Aires. El 9 de marzo 1965, con el paso de las tiras cómicas al periódico El Mundo, se inició el imparable éxito del personaje, que cruza las fronteras nacionales para conquistar América del Sur y luego se extiende a Europa, ganando una posición en el imaginario colectivo.
En Mafalda, Quino igual ironizaba sobre el recién catapultado Fidel Castro como cuestionaba los poderes fácticos. En ellasi hay un rasgo distintivo: son los personajes infantiles quienes llevan la voz cantante. Los adultos están caracterizados con una cierta abnegación, mientras que los niños, valiéndose de un registro más directo y caracterizados casi como adultos -pero no por ello menos tiernos o severos-, no pierden ocasión de ponerles en aprietos.
Ya sea de pie ante su pequeño globo terráqueo o sentada ante su tocadiscos, Mafalda incomoda –especialmente a sus padres- con sus cuestionamientos sobre lo socialmente establecido y sus preguntas relativas al manejo político del mundo. Está convencida del progreso social de la mujer y lo preconiza, aunque no por ello mira a su madre –ama de casa- con cierta conmiseración. Se imagina a sí misma estudiando idiomas y trabajando como intérprete en las Naciones Unidas para contribuir a la paz mundial.
En 1973, en pleno éxito, Quino decidió poner fin a las andanzas de Mafalda, que se mantuvo en las lecturas y estanterías de miles de familias que veían en la protagonista y sus secundarios, una caricatura de aquello que sufrían en sus propias carnes.
Desde que dejó Mafalda, Quino no volvió a tener un personaje fijo e incluso asumió un humor mucho más oscuro. Sólo la revivió en una ocasión: cuando dibujó Mafalda para campañas a petición de organizaciones como UNICEF o el Gobierno argentino. Así lo hizo tras el fallido golpe de Estado de 1987 contra el presidente Raúl Alfonsín –Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional 1985–, cuando dibujó a Mafalda diciendo: “¡Sí a la democracia! ¡Sí a la justicia! ¡Sí a la libertad! ¡Sí a la vida!”. Su trabajo posterior ha sido recopilando en su colección de libros de humor ¡Qué presente impresentable! (2005), La aventura de comer(2007) y ¿Quién anda ahí? (2013).
Alerta, siempre
Buena parte del éxito de Mafalda no se debe sólo a sus agudas observaciones, sino al poder que tienen sus viñetas para retumbar en quienes las descifra. También, por supuesto, a un reparto con el que Quino parodió a la sociedad argentina: Felipe (el soñador tímido y enamoradizo que quiere arreglar el mundo como su ídolo, el Llanero Solitario); Manolito (una caricatura del inmigrante gallego que representa las ideas capitalistas y conservadoras); Susanita (parlanchina, altiva y chismosa. Su único interés es crecer y convertirse en madre. Para ella el futuro perfecto del verbo amar es "hijitos"). También está Miguelito (enérgico, contundente y más filósofo que la propia Mafalda); a Guille (el hermano pequeño de Mafalda y el único que crece a lo largo de la tira, enamorado de Brigitte Bardot); y finalmente a Libertad , socialista convencida, la más radical del grupo.
Cuarenta años antes de un mundo que se apunta al populismo, Mafalda alertó con su humor tierno y demoledor. A través de ella, Quino nos enseñó a leer, a tener la guardia en alto contra milicos y otras criaturas que el tiempo engendró. Pero ahí estaba Mafalda, apoltronada en su huir y pesimismo. Ella nos enseñó a leer. Nos hizo adultos y nos metió en el mundo del que ahora no sabemos muy bien cómo salir.
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