Entrevistar al filósofo Miguel Ángel Quintana Paz no es una misión cualquiera. Algunas de sus apariciones en prensa han generado una gran tensión, hasta el punto de que más que escucharle parece que hay periodistas que quisieran desenmascararle. “Algún entrevistador parecía crispado, militante, mientras que el fotógrafo asentía a las cosas que yo iba diciendo. Eso me reconforta porque me hace sospechar que la hostilidad de la prensa no tiene que ver con la de la gente común”, destaca. Vozpópuli le entrevista para conocer sus enfoques como director académico del Instituto Superior de Sociología, Economía y Política (ISSEP), que fundó Marion Maréchal. Hablamos de la sobrina de Marine Le Pen, una joven líder conservadora que muchos ven como futura presidenta de Francia, pero que hoy está volcada en dar la batalla cultural en Europa (a través de centros como este de Madrid).
Muchos periodistas de la izquierda española tienen la visión de que la derecha es anticultural. Twitter está llenó de mensajes que dicen que si quieres huir de Vox hay que meterse en una librería. ¿Es posible que a cierta gente se le fundan los plomos cuando encuentran un derechista más culto que ellos? “Seguramente. La primera idea que remachan algunos al difundir un interrogatorio contra mí es que ‘esto es una entrevista no manipulada’ (risas). Lo segundo es decir ‘…y aquí por fin se ve lo ignorante que es’. Creo, humildemente, que es una apuesta algo fuertecilla. Un servidor posee mil defectos, pero resultaría exótico que uno fuese la falta de preparación", señala.
Quintana Paz obtuvo tercer mejor expediente de España en Filosofía, luego fue premio extraordinario de doctorado, ganó varias becas públicas y privadas y fue investigador financiado por el Boston College. "He viajado y vivido bastante en el extranjero, y no me refiero a Cancún. Y siempre por méritos propios (mi padre no es que fuera precisamente un diplomático al servicio de los Emiratos Árabes)… No sé, buscad otro ángulo para atacarme…”, comenta sarcástico en las oficinas de la institución, situadas en el barrio madrileño de Trafalgar.
¿De dónde viene el malentendido de que a la derecha solo le interesa el dinero? “El reparto tuvo lugar hace décadas, en connivencia de la derecha, me refiero obviamente al PP. Se decidió entonces que la cultura era para la izquierda y la gestión económica para la derecha. El historiador y político Guillermo Cortázar se lo comentó una vez al exministro Jesús Posadas: ‘Oye, ¿no deberíamos dar un poco la batalla cultural?’ La respuesta fue que no, que su negociado era la gestión. A mí me parece absurdo porque esa dinámica lleva a que la derecha se pase la vida arreglando en cada legislatura todos los desperfectos económicos que dejan los mandatos progresistas”, lamenta. “El reparto tampoco es bueno para la izquierda porque la convierte en algo meramente cultural, cada vez más ajena a los conflictos de la economía. Entran en una dinámica que ya criticaba Adorno: concebir la cultura como un spa donde relajarnos del estrés y de los tráfagos del capitalismo”.
Quintana Paz contra el capitalismo moralista
Dar la batalla cultural es otra cosa: “Consiste en comprender que los marcos que utilizamos de forma cotidiana, en las relaciones con los demás, son los que moldean nuestra visión de la realidad. Un colectivo político no puede nunca regalar la definición de esos marcos; y quien define esos marcos no son las gráficas sobre cómo va la economía, sino la cultura”, advierte. El laboratorio de ideas ISSEP, que acoge ya a su segunda promoción, se centra en esa tarea. “Muchas veces me pregunto por qué a la izquierda le da tanto miedo un centro aún tan pequeño como el nuestro. El año pasado se graduaron 21 personas, este curso lo harán 32. ¿Piensan de veras que tan poca gente puede desmontar toda la España progre? ¡Resulta un miedo muy revelador! Y que nos da una excelente publicidad, por cierto”, añade con media sonrisa.
Quintana Paz recuerda, contra ciertos malentendidos, que ISSEP no está adscrito orgánicamente a Vox y que sus alumnos tampoco provienen solo de tal partido (ha habido incluso marxistas becados). Se trata de un máster de liderazgo político que cursa quien le interesa (y quien puede permitírselo: la matrícula ronda los 12.000 euros). De hecho, los interesados en presentar su candidatura para el próximo curso 2022-23 como alumnos (el proceso de admisión es muy selectivo) ya pueden solicitarla. En los dos cursos anteriores, más de un centenar de personas lo han intentado. La fundación con dependencia orgánica de Vox es Disenso, dirigida por Jorge Martín Frías. Parte de la misión de ISSEP es combatir las premisas de laboratorios de ideas progresistas no adscritas a partidos, por ejemplo Agenda Pública o Politikon (que intentan ser prescriptores de lo que se llamó 'Centro centrado' un vídeo cómico que se hizo viral en redes sociales).
No hay que confundir el soberanismo con la autarquía franquista de los años cincuenta
La gran pregunta: ¿conviven dos almas en Vox, una conservadora y otra neoliberal? Para huir de abstracciones, le pido que responda apoyándose en su trayectoria. Empieza contando que conoció a Martín Frías en la red Floridablanca, el principal espacio que surgió en el centro-derecha español para criticar el rajoyismo y su ausencia de ideas. “Al ponernos a dialogar en la derecha sobre qué somos, aparece enseguida la dualidad que señalas entre un ala más liberal y otra más conservadora. Y se entiende bien mirando a Estados Unidos. Allí ha fracasado lo que podemos llamar la Gran Alianza. Los conservadores se unieron a los liberales, pero luego notaron que eso no funcionaba porque los liberales abrazaban la agenda cultural de la izquierda, con ejemplos tan claros como el del aborto. Así que la alianza se empieza a cuestionar con el trumpismo. Mientras los liberales parecen pensar sobre todo en mercados libres, los que tenemos algo de conservadores vamos más allá. Pero no pedimos mucho: con que nos dejen tranquilos cultivando nuestro modo de vida en nuestras escuelas y nuestros ranchos nos vale (risas)”.
Defiende que estamos en un periodo propicio para “encontrar aliados al otro lado de la verja política”, pero obviamente con límites. De hecho, se para y mide sus palabras. “Lo que tengo claro es que yo no soy de izquierdas, para empezar porque no me obsesiona si cada cosa que hago es de izquierdas o no lo es”, explica. “Yo vengo de espacios liberal-progresistas y algún periodista de izquierda que me entrevista me ha llegado a preguntar si he cambiado de bando por dinero. La pregunta demuestra lo débil de sus análisis: ¿cómo no vamos a radicalizarnos con algunas de las cosas que están pasando? Y, además, si yo lo hubiera hecho por dinero, no voy a contártelo a ti alegremente, ¿no?”, bromea. “Me pasma esa seguridad que exhiben en que si empiezas a apreciar cosas conservadoras es que ha habido algo turbio por ahí que estarías dispuesto a confesarle al primer sacerdote del progreso que te topes”.
Aliados inesperados
Algo importante de lo que está convencido: el liberalismo cada vez se enfrenta a mayores problemas de relato y también de aceptación popular. “Y no te hablo del relato de Hayek, sino del de John Rawls, la idea de que sigue existiendo un consenso que nos congrega a todos. Eso funcionaba en la Europa posterior al fin de la Segunda Guerra Mundial, donde la gran mayoría decidimos que no queríamos ser nazis ni avanzar hacia regímenes comunistas. Nos gustaba que la política fuera aburrida y dedicarnos a otras cosas”, señala.
“Pero eso se rompe con el deterioro actual de las condiciones de vida, el famoso ‘vivirás peor que tus padres’. Y con la sensación de que nuestras élites no buscan el bien común. Todo ello crea un nuevo marco. Hayek pudo ser interesante contra la URSS cuando esta existía. Pero ahora hay nuevos retos que quizá afronte mejor el soberanismo, que no hay que confundir con la autarquía franquista de los años cincuenta. Significa solo que crees que las naciones siguen siendo pertinentes. Por ejemplo, para protegerte en un mundo cruel. O para no depender de mascarillas chinas al estallar una pandemia. Además, el soberanismo permite a la derecha conectar con capas de la población con las que aún no lo había hecho”, destaca.
Podemos son un populismo raro: detestan al pueblo español, al que quieren dividir en varias partes
Para ilustrar su posición personal, cuenta lo siguiente: “Me llevo muy bien con Iván Espinosa de los Monteros, pero me hizo gracia su propuesta de que el 1 de mayo debería convertirse en una fiesta de homenaje a los empresarios. Me parece más interesante explorar la vía que ha llevado a fundar un sindicato como Solidaridad”, aclara. ¿Se siente cómodo en una institución que algunos tildan de cercana a Vox? “Bueno, yo ahora me muevo en un ambiente que no es el mismo que te encuentras en un comedor universitario entre clase y clase", explica tirando de eufemismo.
"Dicho esto, lo que más me ha conectado con este nuevo ambiente es mi tesis del capitalismo moralista: demostrar que una parte de las élites de izquierda -académicos, empresarios, estrellas del espectáculo…- se han vuelto prosistema, aliándose a través de la cultura woke. Esas élites ya no se conforman con enriquecerse, sino que quieren aprovechar su poder para determinar toda tu escala de valores y de conductas. Así que no me preocupa demasiado lo que esas élites puedan decir de mí”, concluye.
Con quien más distancia siente Quintana Paz es con la derecha madrileña de toda la vida, los que piensan que el mundo sigue igual que en los años noventa. “Me refiero a esa gente que se queja de su falta de libertad desde un dúplex del barrio de Salamanca con un Miró en el salón. Son personas que jamás han movido un dedo en favor del debate filosófico contra la izquierda en España. Los escucho hablar y pienso que no, que ahora mismo en España hay conflictos más cruciales que bajarles a ellos los impuestos”.
“Por supuesto, también me siento en las antípodas de Podemos porque son un populismo raro: detestan a su propio populus, el pueblo español, que quieren dividir en varias naciones (la “plurinacionalidad”). Es algo que analiza muy bien Adriano Erriguel en el ensayo Pensar lo que más les duele (Homo Legens). Detesto el populismo venezolano, pero al menos a Hugo Chávez no le daba asco su propio pueblo ni quería fragmentarlo. El caso de Podemos es bien distinto; nos quieren separados en identidades populares diferentes: catalana, vasca, asturiana… ¡Hasta propusieron hace unos años que quedaran marcadas en nuestro DNI! Ya se hizo en Yugoslavia, por cierto, y sabemos cómo acabó”, remata.
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