La polémica por la rave de La Peza (Granada) debería servirnos para desenredar muchos malentendidos culturales de los que somos víctimas. Para empezar, varios medios hablan de una rave ilegal, redundancia que solo se explica por el hecho de que quienes escriben o hablan sobre ella no saben ni siquiera que las ‘raves’ (fiestas electrónicas autoorganizadas) son ilegales por definición. Frente al sensacionalismo de la gran mayoría de medios, quienes han puesto la sensatez son los vecinos del pueblo, declarando ante las cámaras que la fiesta no les molesta, que muchos de sus hijos han acudido a disfrutarla y que el ruido de los DJs pinchando en el campo no es más molesto que el zumbido de la nevera. Toda una lección para periodistas con querencia al registro amarillo-tabloide.
En realidad, como intuyen estos vecinos, la fiesta no es más que una variante actual de las celebraciones nacional-populares de toda la vida: verbenas, romerías y cualquier otra jarana impulsada por asociaciones de abajo o por las clásicas peñas juveniles de mozos. Analizado con objetividad, lo que ocurrió hasta ayer en La Peza es una muestra de civilización, ya que los chavales están organizando su propio ocio musical, con una estructura bastante compleja, que incluye seis escenarios, pizzería, café y masajes. Se trata de un espacio de relación social basado en la colaboración en vez de en lógicas de consumo. Por si fuera poco, la 'raves' acercan la música en vivo a muchas poblaciones desabastecidas.
Los argumentos en contra de la fiesta apenas se sostienen. ¿Hay que echar a estos jóvenes porque ocupan un terreno municipal? En realidad, se trata de un espacio de todos utilizado cinco días, además de que a la mayoría de festivales comerciales se les ceden terrenos públicos y además se les otorgan subvenciones sustanciales. El alcalde del PP de La Peza, Fernando Pérez, ha demostrado su sensatez con unas declaraciones que le honran, dejando caer que no sería mala idea contratar al equipo organizador de la rave para que se encarguen de las fiestas patronales de San Marcos el próximo 25 de abril, y también de las del doce de octubre en honor al Cristo de la Misericordia. Ojalá ocurriese en este y otros pueblos de España (parece que algunos vecinos pidieron a los organizadores de la fiesta de La Peza que regresaran dentro de un año).
'Rave' o barbarie
Los debates sobre la fiesta La Peza me trajeron a la cabeza una de las mejores reflexiones culturales de 2022 sobre nuestro país. Me refiero a la columna “De Camuñas a Aravaca: la inadvertida igualdad de los españoles”, firmada por el intelectual mexicano Ricardo Cayuela Galli. Lo que explica el texto es que nuestra sociedad tiene una estructura y querencia igualitaria, que hace que una reunión social de un municipio rico de Madrid no sea sustancialmente distinta de otra en Camuñas, un modesto pueblo entre Toledo y Ciudad Real (excepto por el precio de las casas en que se celebran y el de los alimentos que se consumen).
Cayuela Galli también celebra que España tenga un alma antielitista y que por eso no cause ningún problema que -como él descubrió en 1987, a su llegada a Madrid- aquí no resulta conflictivo que unos obreros de la construcción sean clientes del elegante Café de Oriente del barrio de Ópera (junto al Teatro Real). Esa simple transgresión de clase, nos cuenta, sería anatema en países de América Latina donde hay distancias insalvables entre la miseria de muchas zonas rurales y el lujo obsceno de las clases dirigentes de la capital, servidas a diario por criados con librea. “Este sentido de igualdad entre españoles viene de atrás, y es un bien cultural inadvertido. Para algunos, se remonta hasta el entramado jurídico de Castilla durante la Edad Media, pero sus trazas son incuestionables, al menos, en el teatro del Siglo de Oro”, nos recuerda el autor.
De la fiesta de La Peza puede decirse lo mismo: defenderla es algo que iguala la vida cultural de los urbanitas ricos que acuden cada verano al festival Sónar (Barcelona) con la de la chavalada que bailan en este municipio rural de Granada (si tuviese que escoger, me quedaba con La Peza). Delante de nuestras sociedades, tenemos un camino que se bifurca: el de esta verbena rural y el de la ley anti-raves de Georgia Meloni, que menoscaba la vida cultural italiana y recorta la libertad de expresión. Por algo este mismo mes siguieron las protestas contra la norma (que incluso creó divisiones dentro del propio gobierno). Necesitamos más democracia cultural y menos control estatal de las maneras en las que decidimos divertirnos.
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