La fiebre ha sido tal que la prohibición ha entrado en escena. '13 Reasons Why' ('Por trece razones' en español) ha desembarcado en Netflix con tanta fuerza que en algunos colegios, como la Escuela Primaria St. Vincent de Edmonton, en Canadá, se ha prohibido hablar de la serie. La propia plataforma de 'streaming' ha anunciado que incluirá más advertencias sobre su contenido y ha habilitado una web para las personas que están sufriendo acoso. En sólo unas semanas, la trágica historia de la adolescente Hannah Baker ha convertido a la serie en la más comentada en las redes sociales en lo que llevamos de año.
La polémica, por supuesto, era inevitable: mientras educadores, psicólogos y asociaciones de este gremio advertían de que la serie hacía apología del suicidio y se vestía este acto de una suerte de 'glamour', otros especialistas, así como los actores y productores de la serie, entre los que se encuentra la estrella 'pop' Selena Gomez, defendían que las escenas explícitas que muestra la producción de Netflix ayudan a desmitificar, por su crudeza, el acto de quitarse la vida.
Con estos mimbres, resulta evidente que 'Por trece razones' es más que una serie para adolescentes. Bajo una capa de rabia juvenil, hay mucho más. Porque la serie no solo habla de amistades rotas, amores imposibles y angustia adolescente. '13 Reasons Why' trata fundamentalmente, del dolor. Un dolor que se antoja más punzante, más inabarcable -nada en la adolescencia está exento de intensidad- pero que entronca con la epidemia de 'bullying' y depresión que se está extendiendo en muchos países desarrollados, empezando por los Estados Unidos, donde el suicidio es la segunda causa de muerte entre las personas de entre 15 y 34 años.
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Aunque el mérito habría que atribuirlo en gran parte a la novela de Jay Asher en la que se basa la historia, el guion es una combinación casi perfecta de misterio y drama. Desde el primer minuto, sabemos que Hannah Baker (Katherine Langford), una joven de 17 años de un pequeño pueblo estadounidense, se ha suicidado. Es sólo el principio de una montaña rusa para 13 personas de su entorno, que recibirán una caja repleta de 'casettes' en los que Hannah ha dejado su testimonio póstumo: las razones por las que decidió acabar con su vida. Nuestro compañero de viaje es Clay Jensen (Dylan Minette), un chico que iba a su mismo instituto, que trabajaba con ella y que, descubrimos, estaba enamorado hasta la médula.
No es una historia fácil de digerir. No se evita el impacto. No se esconde el abuso, la indiferencia y la traición; ni tampoco la tristeza, la rabia y el duelo
No es una historia fácil de digerir. Visionar cada capítulo es transitar por un camino de emociones y por varios nudos en el estómago. No se evita el impacto. No se esconde el abuso, la indiferencia y la traición; ni tampoco la tristeza, la rabia y el duelo. Pero lo que más sobresale es la intención didáctica del guion, que logra entretener sin dejar de insistir en que cada desprecio, cada burla, cada palabra y cada silencio son decisivos. Los 'casettes' de la protagonista dejan claro que cada pequeño detalle puede empujar a acabar con todo a una persona que, además de haber sufrido burlas y humillación sexual, está hundida en la apatía y la depresión -que no siempre se manifiesta de forma tan evidente como nos indican los mitos-.
Un casting desconocido... y brillante
Una de las cualidades que más sorprende de la serie es su capacidad para hacer brillar a un casting tan numeroso (trece adolescentes más padres, personal de la escuela...). 'Por trece razones' no es solo la historia de Hannah y Clay: también es la de la chica insegura, la de la ambiciosa, la del 'friki' apartado, la del 'popular' con buen corazón, la del alternativo harto del mundo... Unos perfiles con los que casi cualquiera se puede identificar interpretados por jóvenes actores prácticamente desconocidos pero que se lucen en cada escena.
La dirección artística de la serie también llama la atención desde el inicio. Contar una historia que se debate entre los 'flashbacks' y el presente es siempre un reto en la pantalla -recordemos que estamos ante una adaptación de una novela- que los cinco directores de la serie resuelven con aparente facilidad. Las transiciones y la iluminación, cálida en el pasado y lúgubre en el presente, resultan especialmente bellas.
El producto lo completa una interesante banda sonora, parcialmente creada por el compositor estadounidense Eskmo, con notas melancólicas e indies que se entremezclan con algunas pistas de rock ochentero, todas ellas presentadas de forma muy hábil a nivel intradiegético (al introducir un casette o al hilar con la música que suena en una fiesta, por ejemplo).
**Atención: a partir de aquí hay algunos spoilers**
Los guionistas parecen haberse cuidado de dejar la trama abierta ante la posibilidad de lanzar una segunda temporada o crear spin-offs en los que podrían tratarse temas igualmente controvertidos como el acceso a las armas en Estados Unidos (encarnado en el personaje de Tyler o incluso en el de Alex), el funcionamiento de la justicia (la primera temporada se cierra sin saber si Bryce tendrá que rendir cuentas ante los tribunales), el papel de los colegios en la lucha contra el 'bullying' (nos quedamos sin saber qué hará el señor Porter, el orientador de la escuela, tras escuchar la última cinta de Hannah) o la supervivencia a una violación (como la que sufre Jessica).
La serie dista de ser perfecta, pero sí que se trata de una de las aproximaciones más valientes al problema del 'bullying' y de la depresión adolescente
'Por trece razones' dista de ser perfecta, pero sí que se trata de una de las aproximaciones más valientes al problema del 'bullying' y de la depresión adolescente. La producción quizá peca de intensidad y llena de un aura de tristeza al espectador que puede llevarle a abandonar el visionado. También tiene algunos problemas de verosimilitud (¿Nunca sospecharon nada los padres de Hannah? ¿Por qué no les llamó el orientador escolar tras su conversación?) y le falta dar más protagonismo a la influencia de las redes sociales, así como menciones explícitas a cuestiones como las enfermedades mentales o a la depresión.
Y se puede aducir -con razón- que no todos los adolescentes son Hannah Baker: que resulta poco realista esperar que una joven con tendencias suicidas comprenda con tanta claridad los motivos que le empujarían a tomar una decisión tan drástica como acabar con su vida. Pero también es evidente que el objetivo de los creadores, más allá del entretenimiento, no era otro que servir de muestra viva de las consecuencias del acoso y el aislamiento social. De hecho, en más de una ocasión somos testigos de visiones sobre el futuro de la protagonista si las acciones de los que la rodean hubiesen sido distintas y si ella no se hubiese sentido empujada a poner fin a todo.
Si algo queda claro tras escuchar la última cinta, es que pedir ayuda y saber ofrecerla es fundamental. En eso -mal que les pese a los que ven en la serie una errónea apología del suicidio- 'Por trece razones' obtiene un sobresaliente.
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