Hay muchas ganas bailar, de perrear, de saltar. A pesar de la oferta abrumadora de este 2022, hay hambre de música en directo. Este fin de semana lo acreditó el Bilbao BBK Live, donde se desató una energía contenida durante tres años de parón. El monte de Kobetamendi, donde se celebró la decimoquinta edición del macrofestival, reunió a 115.000 personas de todas las edades que retozaron entre brilli-brilli, camisas hawaianas, y la cadencia latina del reguetonero colombiano J Balvin, los clásicos imperecederos The Killers y el sofisticado laboratorio rítmico de LCD Soundsystem. Un rotundo y consolidado éxito de ocio veraniego cuyo único reto reside en dirigir sus esfuerzos en cuidar y mejorar la experiencia de un público intergeneracional inagotable.
La organización del BBK Live no es novata y la recogida de pulseras, el transporte, las colas y las instalaciones cumplieron con agilidad. Es un fin de semana grande en Bilbao, con la ciudad a tope y gran ambiente en los bares, donde se precalienta la subida a la idílica cima que ofrece una vistosa panorámica de la ciudad. Una propuesta gozosa sobre el césped más seductora que el asfaltazo recalentado que ofrecen la mayoría de recintos de la competencia. Es así.
Sin embargo, el viernes y especialmente el sábado, cientos de chavales se reunieron para hacer botellón sobre las laderas que envuelven el recinto. Seguramente la mayoría no se puedan permitir los precios de la bebida dentro del recinto, donde un litro de cerveza costaba 10 euros y uno de calimocho 11. El resultado es penoso: un mar de bolsas de plástico, vasos y botellas desperdigados por el prao. Urge que los festivales ajusten el precio del alcohol. Y urge aún más que se planteen servir comida decente a precios asequibles.
Zahara, LCD Soundsystem y The Killers
Zahara fue una de las protagonistas de la primera jornada. La cantante presentó su Puta Rave -así titula su presente gira- con la que sacudió con fuerza el escenario y puso por primera vez a bailar y saltar a los festivaleros. El crecimiento de la ubetense ha sido formidable y su show destila barro, grasa, ruido, intensidad. Emociones. Manuel Cabezalí (guitarras y sintetizadores), dos bailarinas y Martí Perarnau IV a los mandos teclados y máquinas, dispararon ondas sónicas y ritmos electrónicos sobre los que surfearon con gran altura sin que todavía hubiera caído el sol.
Los inanes Placebo recogieron el testigo para ofrecer su enésimo concierto carente de sustancia. Aburridos y planos hasta el desaliento. Mientras actuaban, la cola para maquillarse en un pequeño puesto de la organización se fue alargando de público que ya se mimetiza entre la purpurina y los brillantes de corazones, redondos o de estrellas. Es, sin duda, el complemento más favorito de los asistentes, que también se divirtieron entre las decenas de puestos de marcas que ofrecen regalos o juegos.
Cerca ya de la media noche, los neoyorquinos LCD Soundsystem ofrecieron, tras cinco años de ausencia en España, uno de los grandes conciertos del festival. Un complejo entramado rítmico liderado por James Murphy y Nancy Whang, donde los músicos se fueron intercambiando posiciones e instrumentos para construir un gran puzle disco-punk en un momento donde el recinto se sentía holgado y corría una agradable brisa norteña. Una celebración apabullante que no dio tregua sobre un escenario que parecía un gran laboratorio sónico, atestado de teclados, sintetizadores, secuenciadores y cacharros entre los que Murphy se paseó y cantó con su habitual micrófono vintage, vestido de andar por casa y sin inmutarse demasiado.
The Killers fueron los reyes de la segunda jornada, donde hubo un crecimiento exponencial de asistentes. Es indiscutible que la banda de Las Vegas posee un repertorio de grandes éxitos imbatible. Y el esfuerzo y la energía que ofrece su cantante, Brandon Flowers, es innegable. Su decadencia como frontman también. El cantante, convertido en un animador de crucero, jaleó, bailó e hizo corear a la gran masa temas como When you were young, Human o Mr. Brightside, con el que pusieron colofón a su show. Fue la primera gran comunión festivalera del evento y el triunfo ya estaba asegurado.
La banda colombiana Bomba Estéreo formó la gran discoteca de la noche, provocando un gran baile multitudinario con su gran celebración de ritmos latinos llevados a la modernidad. Les sucedió el belga Stromae, cuyo nombre real es fácil Paul van Haver, con su sofisticado pop electrónico, con trazas de rap, chançon, y la Orquesta Paraíso. El último gran espectáculo del viernes lo dieron el dúo de DJ irlandés BICEP, que ofrecieron la más sofisticada propuesta electrónica del festival, con unos visuales apabullantes y una gran sesión para los oídos más refinados.
Y es que la electrónica ya es uno de los pilares de estos macroeventos. Al final -o desde el principio- de cada jornada, los más jaranosos disfrutaron de los espacios de Basoa y Lasai, donde pincharon Palms Trax, Carg Craig o John Talabot. Sin duda es uno de los grandes alicientes de este festival, que cierra la programación en una zona boscosa, donde luce una gran bola de discoteca y un público sumergido en la música y la penumbra.
Fue la primera vez que festival trajo a un gran artista de reguetón, acostumbrado a las guitarras y el rock and roll
Bandini, Peluso y Balvin
La última jornada el recinto se desbordó de juventud. Y las barras y las colas para acceder a los baños ya no fluyeron como los dos primeros días. Y la experiencia empeoró. Al rescate acudieron Rigoberta Bandini y Nathy Peluso, que se encargaron de reventar la tarde. La catalana se mostró sorprendida por su reclamo -“Estoy flipando. Sois muchos”- y provocó el descontrol generalizado con himnos como Ay, mamá, Perra o Too many drugs. El éxtasis llegó cuando Amaia subió al escenario como invitada para cantar su reciente versión de Así bailaba. Peluso declaró su reinado latino con una demostración de baile y fuerza, magnética y poderosa con temas como Mafiosa o su colaboración con Bzrp. Empapada en sudor, la argentina cerró el concierto con una versión de Vivir así es vivir de amor de Camilo Sesto que el público coreó embelesado. “Hasta siempre. Mueran de amor”, se despidió.
El fin de fiesta lo puso J Balvin. Fue la primera vez que festival trajo a un gran artista de reguetón, acostumbrado a las guitarras y el rock and roll. Y fue un gran éxito. Ataviado con un mono, un sombrero de estilo de pescador de la firma Prada y el brazo izquierdo escayolado, el artista empalmó éxitos como Reggaeton, Se pone caliente o Con altura que incendiaron la pista y entre canción y canción, la superestrella se enredó en un discurso de buena “vibra” con tintes de telepredicador. Pero el show de José Álvaro Osorio Balvín no tiene apenas fisuras, e hizo perrear al unísono a miles de personas sobre un escenario escueto con una gran pantalla y acompañado de un DJ y cuatro bailarines que fueron apareciendo y desapareciendo entre bailes erráticos.
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