El gran protagonista de 2020 en el planeta pop fue la pandemia, pero si un artista pudo hacer competencia al coronavirus fue Benito Martínez Ocasio, más conocido como Bad Bunny. La joven estrella, nacida en San Juan de Puerto Rico en 1994, publicó tres elepés, provocó duras polémicas por los numerosos premios recibidos y se mantuvo en todo lo alto, a pesar del apagón del circuito de conciertos, que este año debía consagrarle como una máquina de hacer dinero.
Por si fuera poco, se convirtió en el artista más escuchado del planeta, según datos de Spotify, el primero en conseguirlo cantando en español. Hablamos de más de ocho mil millones de reproducciones solo en Spotify, casi la mitad de las mismas procedentes de su último álbum, YHLQMDLG, siglas de Yo hago lo que me da la gana. Gusten más o menos sus canciones, hay que celebrarlo como un triunfo rotundo de la cultura española (aunque nuestros periodistas del ramo siempre le hayan tratado regular tirando a mal, considerándole un subproducto reguetonero, pachanga facilona).
Es triste leer textos como la portadas que le dedicaron Rolling Stone y el suplemento cultural del New York Times y comprobar que se le analiza con más respeto en Estados Unidos que en España, a pesar de cantar en nuestro idioma. Una de las cosas más alucinante del fenómeno Bad Bunny es que apenas cala en mayores de cuarenta, pero es muy dominante en los sectores juveniles del mercado. Se trata de un artista más generacional -rollo The Chemical Brothers- que universal -digamos Michael Jackson-. Ese parece el único reto pendiente, al que ya se va acercando con un giro hacia el pop y la estética universal de los adictivos años ochenta.
Promiscuo e insatisfecho
¿Son legítimas las críticas a la música de Bad Bunny? Sin duda, aunque rara vez se presentan de manera articulada, más bien se trata de un menosprecio a su condición de artista joven orientado a la pista de baile. Un detractor ilustrado podría argumentar que Benito no ha inventando nada, que su ‘flow’ no suena especialmente intenso y que sus rimas no aguantan el paso a papel (aunque el pop no esté obligado de ninguna manera a cumplimentar esta prueba). También se podría decir que sus álbumes resultan tremendamente irregulares, cuestionamiento que comparto, aunque no suele señalarse porque sus opositores no les prestan suficiente atención como para certificar esto. En todo caso, esta presunta debilidad musical solo hace más interesante su éxito global: ¿qué es entonces lo que engancha tanto a los jóvenes de este exreponedor de supermercado devenido en Dios del pop?
Bad Bunny atesora el mérito claves en cualquier grande del pop, que es fundir en sus canciones alegría y tristeza
Suena convincente la visión de Elizabeth Duval, ensayista española de veinte años: “Bad Bunny no es solo el rapsoda del sexo desenfrenado o del goce sin límites: es también, y cada vez lo ha ido mostrando más, la voz ambivalente de las insatisfacciones que producen las formas en las que nos relacionamos. La socióloga Eva Illouz nos dice que habitamos un mundo relacional en el cual se han separado las esferas de lo sexual y de lo romántico, divido también en lo afectivo y lo relacional: una cosa es el goce del cuerpo y otra la satisfacción que tengamos con nuestras vidas. Y esa insatisfacción es algo que Bad Bunny refleja constantemente en sus letras”, argumenta.
Traducido para alérgicos al lenguaje académico: Bad Bunny atesora uno de los méritos claves en cualquier artista pop, que es fundir en sus canciones la alegría y la tristeza, el éxtasis y la frustración de la vidad, como han hecho todos los grandes, incluyendo a The Beatles, Nirvana y Juan Gabriel. Nada más publicarse su primer disco este año, escribí un artículo para Vozpópuli defendiendo que Bad Bunny es el equivalente actual de Bob Dylan. Recibió burlas y criticas en España, pero igual que Dylan cantaba a sus mayores “Los tiempos están cambiando”, Benito exhibe letras que marcan una frontera generacional con gran parte de la Generación X y de los ‘boomers’. Se esté de acuerdo o no con la comparación, es innegable el alto voltaje político del 'conejito malo', cada vez más activo en la defensa de los derechos trans, además de impulsor de las protestas populares en el verano de 2019, las que obligaron a dimitir (contra todo pronóstico) al gobernador corruto y despectivo Ricardo Rosselló.
Sin pontificar
Otra firma que ha comprendido el perfil del artista es el periodista Carlos Manuel Álvarez, director de la revista digital cubana El Estornudo. “Bad Bunny ejerce su liderazgo sin pontificar. Lo asume, lo alimenta, parece encontrar ahí el contrapeso para la fatiga solipsista de la fama, pero con un gesto astuto, como si no quisiera, manoseando las formas”, destaca. Estamos ante un activismo alérgico a ‘popes’ y panfletos, más líquido que la antigua militancia si se quiere, pero con mucha fuerza entre la juventud latina. “No se trata de alguien que utilizó su virtud para escapar del supermercado en el que trabajaba como empaquetador, sino de alguien que del saber propio del empaquetador de supermercado hizo una virtud, de ahí el desconcierto que provoca", remata Álvarez en un texto brillante, donde relaciona a la estrella con aspectos de Lorca, The Matrix y María Zambrano (referencias cultas innecesarias para disfrutarle, pero que pueden ayudar a comprenderle en toda su extensión).
Se ha convertido en referencia cultural global, que prepara película con Brad Pitt, provoca tormentas en redes cuando una escritora española le califica 'literatura' y es escrutado por los estilistas de todo el planeta
Parte de la incomprensión de la critica cultural de nuestro país hacia Bad Bunny tiene que ver con la lamentable recepción que se hizo del reguetón en la primera mitad de los dosmil. Aquella bomba musical fue despachada con los mismos argumentos absurdos que utilizaron Sinatra y las capas más reaccionarias de Estados Unidos para rechazar el rock and roll en los años cincuenta. Especialmente grave es la empanada mental de quienes no se dan cuenta de lo importante que son fenómenos pop de este calibre para la difusión del idioma español. Rizando el rizo, Bad Bunny consiguió algo casi imposible: escandalizar con una frase procaz de su colaboración con Anuel AA, toda una hazaña quince años después de la explosión del perreo. Nos referimos a esta rima: "Es mi Lady Gaga, yo su Bradley Cooper/ ella se lo traga y me lo escupe", que recita en "Hasta que Dios diga" para shock de algunos puritanos y puritanas.
https://youtube.com/watch?v=IjVnCbZqTf8
Zona Zoolander
Otro de los logros de Bad Bunny es su tremendo olfato estético. El reguetón siempre fue ninguneado por las empresas de moda, márketing y publicidad, que lo identificaron (correctamente) con las capas de menor poder adquisitivo (con alguna excepción tardía, como un anuncio de la marca de alta costura Lanvin en 2001, donde se cerraba a ritmo de Pitull). Bad Bunny ha logrado seducir al mundo de la imagen, pero -y aquí está el mérito- cultivando un glamour cutre y ‘hazlo tú mismo’ que recuerda al encanto de Kurt Cobain (otro icono del estilo alérgico a mezclarse con el pijerío). Sus videoclips cálidos y entrañables, sus conciertos solitarios durante la pandemia y los cameos de clásicos como Snoop Dogg muestran que Benito es un genio en zapatillas de andar por casa a la hora de proyectar su imagen.
Ya se ha convertido en una referencia cultural de primera, que prepara una película con Brad Pitt (Bullet Train), provoca tormentas en redes cuando la ensayista Luna Miguel le otorga categoría de literatura y es escrutado por los estilistas de todo el planeta en cada decisión de vestuario. No se puede ser más ‘hot’ en menos tiempo. Damon Albarn, cantante de Blur y Gorillaz, hizo unas declaraciones en octubre que decían así: “Hablé con Bad Bunny hace un tiempo o con alguien que se parecía mucho a él. Me gustaría colaborar, sería genial”. Eso es la cima de la fama cool, cuando quieren trabajar contigo incluso las estrellas que no están muy seguras de quién eres (ni de si han hablado relamente contigo). Ahora la incógnita es si en 2021 podrá realizar la extenso gira anunciado para 2020, que sus fans esperamos con tantas ganas.
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