Manuel Borja-Villel no se presentará a la reelección en el Reina Sofía, en mitad de una polémica por sus intentos de perpetuación. Este debate se ha recrudecido por una investigación de ABC, contestada desde el propio museo, dando a entender que estamos ante la clásica guerra cultural entre izquierda y derecha. La realidad es muy distinta: los sectores más ilustrados y también los más combativos de la izquierda cultural española también fueron muy críticos con la labor de Borja-Villel. Siempre se le ha reconocido la preparación académica y capacidad técnica, pero se le acusó en numerosas ocasiones de ser políticamente insustancial, de amparar prácticas de explotación laboral y de articular un séquito afín a sus tesis (más que fomentar debates estimulantes).
Vamos por partes. La principal acusación que la derecha formula hacia el director saliente es la de politizar las actividades del museo. En 2011, causó bastante revuelo que mencionase -en la revista Artforum- las manifestaciones del 15-M como la obra de arte más relevante de aquel año. También se criticó la última reordenación del museo, Vasos comunicantes, 1881-2021, plagada de pósters y octavillas de los movimentos sociales, desde las protestas contra la Expo 92 de Sevilla a las del movimiento contra los desahucios. En realidad, es mucho más afinada la crítica que le hicieron desde la izquierda cultural: el problema de Borja-Villel no fue solo rendir el arte ante la política sino contribuir a la conversión del activismo en performance.
Hubo muchos momentos icónicos de este proceso: entre ellos destaca la fallida protesta “Salvar la cultura”, organizada por Acampada Sol. Se trataba de “ocupar el museo” Reina Sofía para visibilizar los conflictos por los recortes en el sector cultural y de los medios de comunicación. Reunió tan solo a unas cien personas, que finalmente protestaron fuera del edificio para ser más visibles. Su acampada se esfumó enseguida porque no había antagonismo posible en esa reivindicación (el Reina Sofía estaba de acuedo en todo y mantenía un constante interlocución para cubrir sus necesidades). Toda una metáfora de cómo el museo acogió y promovió en todo momento una disidencia impotente, que en algunos casos sirvió de plataforma para carreras políticas.
Una investigación de Diario 16 hace un lustro acusaba a la dirección de convertir el museo en una especie de chiringuito. “Borja-Villel ha facilitado históricamente el aterrizaje en el Reina Sofía de proyectos relacionados con la izquierda alternativa o municipalista, como la Universidad Nómada, La Casa Invisible, Traficantes de Sueños, Patio Maravillas, Ateneu Candela, etcétera. Todos estos colectivos confluyeron en la Fundación de los Comunes, que recientemente organizó un encuentro estatal municipalista”, denunciaba el texto. Varios trabajadores denunciaron que “desde el inicio de la nueva dirección de Borja el Museo deriva fondos hacia esta red sin que haya una relación contractual o convenio”.
Reina Sofía: izquierdismo de postal
En 2012 el Museo firma un convenio con la Fundación de los Comunes sin que se produjera una convocatoria pública que permitiera que otras organizaciones optaran a ella. “Otras relaciones destacables del MNCARS con la nueva política serían algunas como las de Marcelo Expósito, diputado al Congreso de los Diputados por En comú podem, que obtuvo una residencia de investigación en el Centro de Estudios y colaboró en la revista Desacuerdos”, denuncian. Expósito publicó el libro laudatorio Conversación con Manuel Borja-Villel, recibido por muchos como un masaje más que una conversación estimulante.
Borja-Villel pasa por un icono de la izquierda, pero esa no era la percepción de muchos de los trabajadores del museo. Otro reportaje del diario izquierdista Diagonal destapó la contratación de falsos autónomos como práctica habitual del museo: “En 2014, la sección primera del Tribunal Superior de Justicia de Madrid (TSJM) ya sentenció a favor de una persona que había estado trabajando de 2009 a 2012 en calidad de autónoma y que, tras decidir denunciar su situación laboral, vio cómo el Museo Reina Sofía le retiraba el ordenador y la clave del correo electrónico”, recordaban. El perfil de las contrataciones cuestionables “abarcaría desde las tareas cotidianas de diseño gráfico para la actividad del museo –caso que recoge la citada sentencia condenatoria– a las educadoras, posiblemente el colectivo con unas condiciones de trabajo más malas”. Con Borja-Villel, se hizo continua exhibición de activismo marxista, por ejemplo en la muestra Principio Potosí (2010), acerca de la acumulación originaria, pero ese compromiso raramente llegaba al despacho de Recursos Humanos.
El paso de Borja-Villel por el Reina Sofía puede recordarse como el de alguien que estetizó las luchas de los de abajo para convertirlas en pasatiempo estético de las élites progresistas
La citada investigación de Diario 16 denunció con detalles el funcionamiento laboral del museo. Fuentes sindicales y laborales destapaban que la preferencia por los falsos autónomos tenía que ver con la búsqueda de “un empleado servil y deudor, disponible al capricho de su responsable en el horario que se le imponga y que no pone ‘peros’ a los procedimientos y actuaciones de sus jefes (…) sin someterse a los principios de igualdad, mérito y capacidad”. Este tipo de plazas se obtienen “por amiguismo y no por mérito y se realizan para hacer las labores que podría realizar un funcionario/laboral”, lamentaban.
A pesar de su prestigio cultural, Borja-Villel protagonizó sonoros fracasos que pocas veces se mencionan en el balances de su gestión. Entre ellos destacan la de acoger y apoyar en 2014 una especie de premios Goya del arte contemporáneo que provocaron vergüenza ajena entre quienes los presenciaron. También se cuestionó una exposición sobre arte en América Latina en los años ochenta, donde se olvidaba precisamente de incluir a los países que habían dado un giro al socialismo, como Cuba o Nicaragua. "Estos dos contrapuntos, tan paradójicos, parecían perfectos para profundizar en las contradicciones entre arte, revolución y política. Pero entonces el arte hubiera estropeado la doctrina, el territorio habría destrozado al mapa. Aparte de que asumir esa contradicción hubiera requerido una autocrítica profunda de las políticas culturales de las revoluciones en el poder, algo que a nuestra ‘izquierda curatorial’ nunca le ha gustado mirar de frente”, explicó el prestigioso ensayista Iván de la Nuez. En una línea similar, se criticó desde la izquierda la falta de contexto histórico conflictivo en la exposición Piedad y terror en Picasso. El camino a Guernika (2017).
Quizá donde se ve más clara su labor de domesticar la potencia del arte sea en la última y polémica reordenación de la colección permanente, la citada Vasos comunicantes, 1881-2021, una expo que incidía en todos los activismos posibles de la historia reciente de España, y que fue patrocinada por el Banco de Santander. Después de años de agrios debates, el paso de Borja-Villel por el Reina, como su anterior paso por el Macba, puede terminar recordándose como el de alguien que estetizó las luchas de los de abajo para lustrar su carrera laboral y reducir la disdencia social a pasatiempo estético para las élites progresistas.
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