En uno de los centros psiquiátricos más grandes de España, en la provincia de Palencia, hay un cartel en un pasillo donde pone: “No somos borratajos, tenemos sentimientos”. Hubo un tiempo en que estos centros eran manicomios, y su objetivo no era otro que mantener aislados a las personas con enfermedad mental. De tener a los locos separados del resto de la sociedad para que molestasen poco. En Cine en Blanco y Negrete recomendamos una película que habla de esos tiempos: ‘Los renglones torcidos de Dios’.
Esta película, recién estrenada, adapta la novela homónima de Torcuato Luca de Tena. Cuenta la historia de Alice (Bárbara Lennie), investigadora privada que ingresa en un hospital psiquiátrico simulando una paranoia. Su objetivo es recabar pruebas del caso en el que trabaja: la muerte de un interno en circunstancias poco claras. Sin embargo, la realidad a la que se enfrentará en su encierro superará sus expectativas y pondrá en duda su propia cordura.
Entre las paredes del manicomio hay desde un enano, hasta un gigante llamado el hombre elefante. Esquizofrénicos, psicópatas, un hombre con fobia al agua, mujeres de risa incontenible… Son algunos de los compañeros de viaje de Alice en el país de las maravillas. Samuel Soler se estrena en el cine haciendo de Rómulo y Remo, dos hermanos gemelos que forman parte del ecosistema convivial del lugar. Uno creerá que Alice es su madre.
El director consigue reflejar el ambiente con bastante certeza. Cuando uno atraviesa las puertas de un psiquiátrico lo primero que ve es cientos de ojos fijándose en uno. Mirando con curiosidad, intentando establecer contacto como David Bowie en Space Oddity. Entre las paredes de un centro psiquiátrico no hay ganadores de medallas olímpicas, o personas con síndrome de Down que saquen carreras universitarias. Sus metas son menos mediáticas. Buscan el cariño y alcanzar, algún día, eso que llamamos una vida normal.
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