El mismo día que el poeta Federico García Lorca era asesinado en Granada, el 18 de agosto de 1936, el gobierno de la Alemania nazi rechazaba oficialmente la petición de suministrar armas al Gobierno de la República. Pero Hermann Goering, uno de los personajes más codiciosos del Tercer Reich y jefe de la Luftwaffe, la Fuerza Aérea alemana, había olido el dinero del gobierno español y no iba a dejar pasar la oportunidad. A través de traficantes de armas de confianza y con el gobierno griego por medio, autorizó la venta de armamento a los republicanos, que llegaría a las costas españolas al mismo tiempo que sus hombres bombardeaban ciudades españolas.
Las dificultades con las que se encontró la República para conseguir armas durante el primer año tras el inicio de la Guerra Civil, analizadas por el doctor en Historia Miguel Í. Campos en Armas para la República, dan para varias películas de espías. El periplo del armamento germano es buen ejemplo. Las armas llegarían a España a través de barcos enviados desde el propio Reich alemán, o a través del Mediterráneo con armas fabricadas en Grecia con maquinaria, acero y técnicas alemanas.
Las cajas de armas eran cargadas en barcos griegos hasta una isla desierta del archipiélago griego, allí cambiaban la documentación y ponían rumbo a Marsella. Si cruzando el Mediterráneo eran interceptadas, el capitán de la embarcación debía mentir y decir que su destino eran los puertos mexicanos.
Con las armas en Marsella, pequeños barcos pesqueros griegos situados en las costas españolas enviaban un radiotelegrama codificado avisando de que la ruta estaba despejada de embarcaciones franquistas. Solo en ese momento, los barcos con las armas atracaban en Barcelona. El periodo con más ventas se produjo entre 1937 y 1938, y según señala el autor es muy probable que el armamento alemán para la República también llegara en buques con bandera danesa, polaca, y neerlandesa, entre otros.
Abandono de las democracias
Tras el golpe de Estado del 18 de julio, la República confiaba en recibir la ayuda francesa. En ambos países gobernaba el Frente Popular, el país vecino era un suministrador tradicional del Ejército francés, y había buenas relaciones entre miembros de ambos ejecutivos. Sin embargo, París acabaría rechazando dicha ayuda, por asuntos de la política interna y por las presiones de los británicos, que entendían que lo que se estaba librando en suelo español era un combate entre un gobierno comunista y una dictadura militar, opción esta última preferida por Londres.
La mayoría de enviados republicanos a los distintos mercados negros no sabían nada de armamentos y mucho menos de tratar con traficantes
Según señala el historiador, una semana después del golpe, se empezaba a conformar la situación asimétrica de que un gobierno democrático reconocido internacionalmente no podía comprar armas para sofocar una rebelión, mientras que los que se habían sublevado comenzaban a recibir material de guerra con el que ganar la partida”.
El autor también marca como uno de los errores republicanos la aceptación de la no intervención francesa: “Esta actitud fue un lastre para la defensa del derecho republicano a nivel internacional y para argumentar y denunciar violaciones en la Sociedad de Naciones. A partir de ese momento, la República quedó en Francia en manos de aquellos ministros, funcionarios, y miembros de partidos de la izquierda que quisieron ayudarla”.
La obra califica la retracción de las democracias, junto al rápido apoyo de los potencias fascistas, como la primera gran derrota de una República “estrangulada”. Campos señala que de no haberse producido el pacto de “no intervención”, el gobierno español podría haber destinado las reservas de oro a la compra de material militar en Francia y otros países, en particular, aviones y armas de infantería y artillería, escasas en los arsenales propios.
Enfrente se encontró con un bando que ya había firmado contratos con la Italia fascista, quince días antes del propio golpe, al que luego se unió la ayuda alemana. Campos vuelve a desmentir uno de los mitos más empleados por la historiografía y propaganda franquista, basado en fechar la intervención de las potencias fascistas posteriormente al apoyo francés.
El gobierno republicano acabó tocando todas las puertas legales, desde Estados Unidos que también se lavó las manos; a Checoslovaquia, primer exportador de material de guerra del mundo a mediados de los treinta, y México, de los que sí que pudo sacar algo de armamento. También llamó a Bélgica, Suiza, Polonia, Holanda, los Estados Bálticos, y países de Iberoamérica. Tras tantear y ser rechazado por socios tradicionales, la República trató de conseguir armas de cualquier forma. Pero la mayoría de enviados republicanos a los distintos mercados negros no sabían nada de armamentos y mucho menos de tratar con traficantes.
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