Hace 500 años tuvo lugar la denominada revolución –la primera vez que se acuñó este término– de las Comunidades de Castilla, una revuelta contra una monarquía impuesta. Se rechazaba un gobierno protagonizado por extranjeros y preocupado en mantener privilegios aristocráticos, que además privatizaba el territorio comunal y defendía una política fiscal recaudatoria –necesaria para fortalecer el Imperio–, amparaba la corrupción y limitaba representación política del pueblo (los plebeyos). Combinación de lo viejo y lo nuevo, la revolución comunera fue una de las primeras muestras de transversalidad social y política. Se establecieron alianzas y equilibrios tras el incendio de Medina del Campo por las tropas reales y se sublevaron Toledo, Segovia y Salamanca frente a las aliadas con el monarca Burgos y Valladolid. Muchos conocimos aquellos acontecimientos a través del disco Los comuneros, editado en 1976 por Nuevo Mester de Juglaría , basado en el romance de mismo título de Luis López Álvarez publicado en su día (1972), en la revista Cuadernos para el Diálogo.
Este año han visto la luz diversos textos, alguno ya reseñado en estas páginas, que nos permiten aproximarnos a aquellos momentos. Uno de los más interesantes es Los comuneros: el rayo y la semilla de Miguel Martínez. El vallisoletano, profesor titular de la Universidad de Chicago y doctor en Estudios Hispánicos por la City University of New York, sugiere una relectura de aquellas fechas. Un relato con profusión de datos y referencias a una España entonces poblada y hoy vaciada, con escenarios ocultos y con un olvido institucional silenciado.
Una de las aportaciones por desconocida más interesante, nos acerca al conde Juan Amor de Soria, aragonés derrotado en la guerra de Sucesión por la disputa de la corona entre Austrias y Borbones, recuperado por Ernest Lluch en una publicación que nunca pudo presentar al ser trágicamente asesinado por ETA. “Después de Amor de Soria, fueron muchos quienes percibieron que la derrota de las libertades castellanas. En Villar había sido la primera pieza de un dominio absolutista y progresivamente centralizador. Después de Castilla en 1521, caerían Aragón en 1592 y Cataluña, primero en 1640 y luego en 1741 con todos los demás reinos de la monarquía de los Austrias. Fenómenos como el juntismo, que implicaba formas radicales de descentralización democrática y construcción de soberanía desde abajo, apelaban a tradiciones que se percibían como anteriores a aquellas derrotas", explica Martínez, citando a Amor de Soria.
La España comunera fue la manifestación reaccionaria que se produjo contra el hecho verdaderamente revolucionario y magnífico del Imperio”, replicó Ramiro Ledesma Ramos
Luego sigue la cita: "Las juntas que emergieron durante la guerra de la Independencia tomaron como referente las provincias y territorios históricos. Más allá de Cádiz y el constitucionalismo revolucionario de 1812, sin embargo, el juntismo volvió a ser crucial en los periodos de mayor agitación democrática: las revoluciones de 1840, el Bienio Progresista (1854-1856) y el Sexenio Democrático (1868-1874). La imagen del pasado comunero mantendrá su centralidad como referente simbólico a lo largo de todo el periodo”. ¿Cuál fue la herencia de toso este proceso? "Odio implacable entre las ciudades y la nobleza, un hastío de aborrecimiento entre hidalgos y plebeyos, y una discordia invencible entre caballeros y comunes”, que sirve al investigador para apostillar “la derrota de los comuneros no solo acabó con Castilla, sino que cortó por lo sano cualquier articulación virtuosa sobre los diferentes reinos de España. Y de aquellos polvos (pensarían el austracita aragonés y el político catalán), estos lodos”.
Más aniversarios de revueltas
Esta visión histórica tuvo su propia revisión de la mano del máximo ideólogo del fascismo nacional, Ramiro Ledesma Ramos. "La España comunera fue la manifestación reaccionaria que se produjo contra el hecho verdaderamente revolucionario y magnífico del Imperio”. Su interpretación asumida entre otros por José María Pemán y Gregorio Marañón, y luego rebatida documentalmente por Menéndez Pidal, Américo Castro, José María Maravall –antiguo falangista que mantenía que la revolución comunera se adelantó a las grandes revoluciones burguesas como la inglesa, la estadounidense o la francesa– y por Joseph Pérez, posiblemente el mayor investigador y conocedor de aquellos acontecimientos.
Francés, hijo de valencianos, Pérez se doctoró en 1969 con la tesis La révolution des Comunidades de Castille (1520-1523). Fundador de la institución La maison des Pays Ibériques, historiador, hispanista, con una obra reconocida y galardonada entre otros con el Premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales (2014) o la Gran Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio. Comendador de la Orden de Isabel la Católica y oficial de la Legión de Honor, falleció en octubre de 2020 siendo uno de los grandes dinamizadores de los siete Simposios de Historia Comunera, celebrados en Villalar de los Comuneros desde 2009. Dirigidos por el historiador István Szászdi, la vallisoletana Editorial Páramo ha publicado Cuando el mal gobierno sublevó a un pueblo. 1521-2021. 500 años de la revolución comunera, una selección de los trabajos presentados, acercándonos a la transversalidad del movimiento. El papel que jugó el clero, la Iglesia con el obispo Acuña a la cabeza, las mujeres –no solo María de Padilla–, además de conversos, nacionales, extranjeros, mercaderes burgaleses, campesinado manchego, Cisneros, Marañón, monarquía, republicanismo, pensamiento humanista… una buena manera de acercarnos y conocer parte de nuestra historia bastante desconocida, para intentar comprender nuestro devenir posterior.
74 días duró La Comuna de París (1871) de la que se cumplen 150 años y sobre la que existe una importantísima bibliografía. Para ponernos en contexto es recomendable la lectura de Masacre. Vida y muerte en la Comuna de París de 1871 ,de John Merriman. Este profesor de Historia de la Universidad de Yale realiza una aproximación histórica, intentando contrarrestar la manipulación o apropiación que esta insurrección comunera también ha padecido. En línea similar y al mismo tiempo diferente, se aproximó Albert Ollivier, historiador, escritor y periodista miembro de la resistencia francesa. Amigo de André Malraux y Albert Camus, colaboró en publicaciones como Combat y Les temps modernes, siendo parte del primer consejo de redacción de esta última revista fundada por Jean-Paul Sartre. Miembro de la Agrupación del Pueblo Francés (RPF), dirigió Le Rassemblement, órgano de expresión del partido gaullista, publicando en 1939 La Comunne, reeditada recientemente como La Comuna por la Ed. Irrecuperables.
Espectros de La Comuna
La Comuna surge en un primer momento por la derrota y capitulación del gobierno de Thiers en la guerra franco-prusiana. La firma del armisticio lleva consigo la disolución del ejército francés, el pago de 200 millones de francos como indemnización, manteniéndose en manos prusianas más de 400 mil prisioneros de guerra, ocupando 43 departamentos de territorio francés. A la ruptura con la identidad nacional se unen una serie de medidas gubernamentales antipopulares: suspensión de la moratoria de alquileres y el pago de las deudas de un pueblo empobrecido y hambriento a consecuencia de la guerra. Gran parte del Gobierno y los funcionarios huyen a Versalles festejando en sus palacios con todo tipo de lujos. La proclamación de La Comuna propone una nueva forma de gobierno, con prácticas que nunca antes se habían desarrollado, basadas en la cooperación y lo común. Buscaban ser dueños de su propio destino y en este proyecto participan personas de ideologías y procedencias diversas, sin patrón ni direcciones únicas. Criticada por Marx, Lenin y Trotsky, no les quedó otra que rectificar sus primeras visiones, ya que les era imposible comprender iniciativas de tal calibre sin la dirección de una vanguardia política.
Estas dos publicaciones ayudan a comprender las palabras del periodista argentino Rodolfo Walsh, recogidas por Carlos Sagüillo en el prólogo del libro de Ollivier: “Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes ni mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores. La experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan”.
La publicación es enriquecida con la incorporación de textos de la misma Comuna, incluido su Manifiesto, y aportaciones de Elisée Reclus, Louise Michel, Mijaíl Bakunin, Piotr Kropotkin, Julián Vadillo Muñoz y Alain Badiou. Aquella experiencia que duró poco más de dos meses y se saldó con la mayor represión realizada por una burguesía occidental con cerca de 30 mil fusilamientos. Francia se transformó. El espíritu comunero fraccionó al movimiento obrero entre colectivistas y estatistas. El catolicismo replanteó su doctrina social en la encíclica Rerum Novarum de León XIII, pidiendo al Estado la protección de los trabajadores, siendo calificado por los sectores más reaccionarios del catolicismo como una encíclica socialista al promover que todos los ciudadanos deben ser tratados como iguales. Todos estos acontecimeintos influyeron notablemente en el pensamiento de ensayistas clásicos como William Morris, John Ruskin, Simone Weil, Antonio Gramsci, Pier Paolo Pasolini, Herbert Marcuse y Guy Debord. Todos ellos defendían que un mundo más justo solo puede serlo en libertad, respetando la naturaleza y la belleza como alternativas al trabajo mecanizado.
El impacto en nuestro tiempo
Ha tenido que pasar bastante tiempo para visibilizar certezas de aquellas derrotas. Este año se ha cumplido el décimo aniversario del 15M. Seguramente sea pronto para valorar con cierta objetividad su relevancia más allá de interpretaciones condicionadas. En las plazas se rompió con la visión y el lenguaje dominantes, cuestionando el bipartidismo, la relación entre política y sociedad, la Transición. el filósofo Amador Fernández-Savater analiza su vigencia en La fuerza de los débiles. El 15M en el laberinto español. Un ensayo sobre la eficacia política (Akal). Relaciona la trayectoria con dos fracasos de la izquierda no institucional: el de 1936 cuando libertarios y poumistas plantean la necesidad de hacer la revolución para ganar la guerra, y en 1977 cuando el movimiento obrero autonomista, alejado de los sindicatos oficiales, constató la imposibilidad de aprovechar la coyuntura política para propiciar una salida favorable para trabajadores y sectores más débiles.
En el 15M quizás la cuestión habría que centrarla en la relevancia transformadora de la presencia institucional. Conocido es que cuando se trata de desactivar cualquier movimiento solo hay que convocar elecciones, con Pompidou como maestro, animando a participar en instituciones y tocar poder. Quizá merece la pena recurrir a Antonio Orihuela en el capítulo “Karl Marx en España” de su libro Puntos ciegos. Los cuerpos y razones que preferimos ignorar (Ediciones fantasma), sobre la brillante a la vez que perpleja visión que el filósofo alemán tenía de nuestro país. Una muestra: “Como se resuelven en España los diferentes episodios revolucionarios… cada vez que el pueblo está a punto de dar un gran paso para inaugurar una nueva era, se para, se detiene, y pone toda su energía en manos de personas que lo primero que harán al tocar el poder será despojarse del impulso radical que brotaron y traicionar las esperanzas de la ciudadanía”.
Quizás lo más interesante de la década haya sido la cartografía surgida por propuestas e iniciativas germinadas y maduradas en torno a esa fecha. El 15M como experiencia, diálogo, interrogatorio. El abundante material surgido en pequeñas ediciones alejadas de las grandes poblaciones. Pensamiento asentado en la España vaciada y en la que nunca pasa nada, contribuyendo a cambios en nuestra literatura, como comenta David Becerra Mayor en Después del acontecimiento. El retorno de lo político en la literatura española tras el 15-M (Bellaterra). Tras años de “apoliticismo”, lo político vuelve a ser relevante. También se gana el reconocimiento de otras voces y creadores en un mundo donde imperan los “opinadores de saberlo todo”, que antes de que empiecen a hablar, intuimos y sin ser adivinos, lo que van a comentar sin salirse nunca de un guion tan establecido como cansino, o los ideólogos que no van más allá de sí mismos, sintiéndose relevantes si aparecen en La Sexta.
Ganar batallas tras la derrota no es exclusivo de la literatura caballeresca. Lo importante es anticiparse, sindicarse, agruparse, así lo dicen los clásicos, hasta Ana Iris Simón, que dedica más páginas a ello que a Ramiro Ledesma Ramos. A pesar de todo y de todos, siempre ha habido, hay y habrá tiempo de cerezas.