No es un libro cómodo, aunque tampoco inventa el agua tibia. Lo sabe quien lo ha escrito, Robert-Juan Cantavella (Castellón, 1976). Y lo sabe porque no pretende explicar nada, bautizar nada, ni inaugurar nada. Aquí no hay catecismos ni monaguillos. Y valga decir que Cantavella no tiene aspecto de santurrón. Es la una y media de la tarde de un viernes con sol. Aún no ha comenzado el otoño, aunque hace rato que las hojas se desploman de las ramas; porque la gravedad así lo manda; porque no queda una opción mejor: dejarse caer, o simplemente caer.
Robert Juan Cantavella no pretende explicar nada, bautizar nada, ni inaugurar nada. Aquí no hay catecismos ni monaguillos. Y valga decir que Cantavella no tiene aspecto de santurrón.
Robert Juan-Cantavella acaba de bajar de una AVE directo desde Barcelona para presentar en Madrid La Realidad (Malpaso), un libro que interpela a todos: a los hechos, a quienes los cuentan y a quienes los leen. Publicado en la colección Lo real, dirigida por Jorge Carrión para el sello que dirige Malcom Otero Barral, el volumen reúne doce textos que podrían agruparse, por aquello de las etiquetas, en la cartulina de la No-Ficción, una expresión traducida en muchas ocasiones como periodismo narrativo, a veces incluso como periodismo literario.
Las de La realidad son historias arbitrarias, contadas con acidez, inteligencia y licencias. Esos pactos que los lectores avispados suscriben porque saben a qué atenerse: una entrevista en la que Bret Easton Ellis declara estar enganchado al juego Angry Birds; una crónica carnicera –el asunto lleva honor cuando el desolladero despelleja lo importante- del ahora remoto debate electoral entre Alfredo Pérez Rubalcaba y Mariano Rajoy; la visita al Chiapas del sub-comandante Marcos. En fin. En este libro hay mucho. Sí, mucho periodismo.
Las de La realidad son historias arbitrarias, contadas con acidez, inteligencia y licencias. Esos pactos que los lectores avispados suscriben porque saben a qué atenerse
“Yo no creo que el periodismo que hago en este libro sea mejor que el periodismo diario”, dice Cantavella sin aspavientos ni buenismos. El tema es uno solo: escribir; mejor dicho, escribir bien. Autor de las novelas Y el cielo era una bestia (2014), Asesino cósmico (2011), El Dorado (2008) y Otro (2001), Cantavella fue redactor jefe de la extinta Lateral, una revista que apostaba fuertemente por el buen periodismo, incluso años antes de que comenzáramos a hacerlo tan mal. El periodismo de Lateral no necesitaba apellidos –ni literario ni hostias-, porque era periodismo. Y de los buenos. Ese es el tipo de textos que reúne Robert-Juan Cantavella en La realidad.
Se pregunta quien lee: ¿están mejor contadas las historias que pasan por alto el corsé del reporterismo al uso? ¿El ligero desenfoque de quien para narrar asume otra perspectiva es más genuino del que se traviste en sabueso del palo de la objetividad? ¿Es esto periodismo Gonzo? Ni este libro, ni mucho menos este texto, pretenden aclarar el rugoso asunto, porque ésta –claro- es la versión editada de una conversación real, ahora servida en un producto de la cirugía de la memoria, la transcripción y acaso las obsesiones, las de quien habla y quien escucha.
"El periodismo está transigiendo con una serie de cosas que están alterando su línea de flotación. Eso no tiene que ver con la disposición del periodismo o de ciertos periodistas a transigir"
“Yo no creo que la forma convencional de escribir periodismo esté agotada, ni mucho menos. Sí creo que en los últimos tiempos, o quizá lo digo así porque son mis tiempos, el periodismo está transigiendo con cosas con las que no debería transigir. El problema no es el formato, porque en el formato del periodismo no hay que inventar nada: es ir a un lugar y contarlo. A lo que me refiero, es que el periodismo está transigiendo con una serie de cosas que están alterando su línea de flotación. Eso no tiene que ver con la disposición del periodismo o de ciertos periodistas a transigir. Hay un capítulo del libro, en el que cuento cómo a la salida del Palacio del Congresos después del debate entre Rubalcaba y Rajoy, un grupo de periodistas se presta a ser encerrados en una jaula que tiene forma de gradas y a que de los cincuenta, sólo uno de ellos va a tener derecho a hacer una pregunta sin garantías de que le respondan. Eso me parece una irresponsabilidad. No deberían de haberse quedado allí. Cuando les dicen que esas eran las condiciones de hacer su trabajo, debieron marchase y buscar otras. Quedarse es transigir y trabajar en unas condiciones en las que obviamente no podrán sacar nada de provecho, pero eso no tiene que ver con que el periodismo esté agotado sino que los que estuvieron allí no se supieron plantar”, dice Cantavella antes de aclarar que él, dedicado a vivir de la enseñanza y la traducción, puede dedicarle tiempo a una versión, acaso más lenta, de los personajes que entrevista y los hechos que presencia.
¿Es el tiempo presente que usó Foster Wallace para seguir una campaña electoral el mismo que usaron el resto de quienes como él estaban a pie de obra, sacando declaraciones con un pico de metal? No. No lo es.
Dos cervezas se evaporan en una terraza sin atributos. Un mejillón empanado se muere de asco en su plato astillado, mientras Cantavella responde preguntas falibles de una entrevista sin certezas. Porque, en esto del periodismo, ¿quién tiene la última palabra… y quién tira la primera piedra? Que todo texto periodístico encierra mecanismos de ficción es algo que este libro deja claro, tan claro que redime. ¿Es el tiempo presente que usó Foster Wallace para seguir una campaña electoral el mismo que usaron el resto de quienes como él estaban a pie de obra, sacando declaraciones con un pico de metal? No. No lo es. Y ahí está la diferencia. La enorme y singular diferencia. Y así lo demuestra en su registro Cantavella en los perfiles que hace de personajes como Curtis Garland o Javier Krahe o en el ese falso Carlos Boyero al que dedica toneladas demoledoras de verdad o, mejor aún, en la respiración que adquieren monstruos –hoy lisiados por las circunstancias- como Hunter S. Thompson, un autor que recorre todo cuanto Cantavella ha hecho. Un espíritu.
En el Paseo Reina Cristina los autobuses que provienen de la avenida del Mediterráneo barren el polvo. Recogen a los pasajeros que desembarcan en Atocha y a los que no van a ninguna parte. Apartan con su lentitud de barcos hundidos la grasa que se acumula en la vida de quienes ocupan un asiento momentáneo. El periodismo se cuela en esta cosas, acaso porque es un veneno que irriga, un alimento que a veces no alimenta.
-Hay contradicción en este periodismo que usted propone en estas páginas. Parece Gonzo, aunque no lo sea. Quizá otra cosa. Un periodismo poroso, arbitrario. Un periodismo bueno y justamente por eso problemático.
-Es un periodismo que me interesa mucho. Me interesa muacho Hunter S. Thomson, un personaje que atraviesa el libro.
-O su obra entera, como un espíritu.
-Quizá –dice-. Cuando Thompson hablaba de su libro Miedo y Asco en las Vegas aludía a Faulkner, diciendo que la ficción siempre contribuye a buscar la verdad. Lo cierto es que no hay novela que no parta de hechos reales, ninguna.
-N ninguna forma de periodismo que no use la ficción, al menos en cosas tan simples como la elipsis.
-No hay periodismo que no haga uso de recursos narrativos, que en última instancia lo están emparentando con la ficción. Otra cosa es mentir conscientemente para tratar de crear una realidad que tú conoces y sabes que conoces pero que quieres escorar hacia otro lado. El simple hecho de emplear un recurso narrativo para armar una buena pieza, te está emparentando con el escritor de ficción, sin que eso sea malo y sin que eso te convierta en un mentiroso. Sólo hay que ser consciente de que la escritura es diferente a la realidad y que meter al realidad en una página de periódico no es posible.
Para escribir los textos que forman parte de este libro, Cantavella apela siempre a la realidad. Hechos puros y duros: las comillas de sus aludidos, gestos, tropiezos, sucesos. Sólo que en esta oportunidad -¿sólo?, sí, con acento- procura cambiar el punto de vista. Busca modificar aquello que, en otras circunstancias, sería sencillo empaquetar en un titular con comillas. Y no lo hace. Porque la realidad desobedece los renglones, se resiste a la página de periódico. Ese momento en que al enunciarse como cierta, la realidad se hace más compleja. Contar es, siempre, más complejo que presenciar. Por eso este libro sobresale del resto. Porque no inventa el agua tibia. Ni lo pretende.
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