Con cada nueva canción Rosalía se supera comercialmente. Rompió todos sus récords en 'Con altura', demostrando que el reguetón es mejor apuesta que el flamenquito para conquistar al púbico internacional y los escenarios de los grandes festivales. Su nuevo himno, 'Aute cuture', tiene todo el gancho bailable que le faltaba a la anterior, esa fluidez contagiosa que tanto se echa de menos en la mayoría de su repertorio. Se ha pasado el fin de semana en la cima de Youtube Tendencias (casi ocho millones de reproducciones) y ha demostrado que no se le acaban los trucos 'fashion' llamativos para lucir en videoclips. Otra cosa muy distinta es que sean de cosecha propia.
El himno certifica la incapacidad para innovar de la catalana. Desde el comienzo de su carrera, se ha limitado a entregar réplicas poperas de estilos que tocaron su cima creativa hace al menos un lustro. De hecho, parece que camine para atrás, como los cangrejos. 'Malamente' fue una apuesta por el trap, el estilo de los mileniales macarras, pocos años más tarde de que lo abrazaran marcas, revistas 'cool' y festivales. “Con altura” ofrecía reguetón blando, 15 años después de la fiebre del reguetón. 'Aute cuture' es un pastiche de los tiempos dorados de Missy Eliot, Destiny's Child y Timbaland, la escena R&B que triunfó en los 90 y primeros 2000. Estamos ante un eco de clásicos eternos como 'Survivor', 'Work it', 'Crazy In Love' y 'Get Ur Freak On'. Escuchen y comparen.
“Give me some new shit”, clamaba Missy al comienzo de la última canción. Justo esa es la asignatura pendiente de Rosalía: darnos ‘mierda nueva’ alguna vez. 'Aute cuture' es el reciclado de una época gloriosa de la música pop, que romperá la cabeza a sus millones de fans porque son demasiado jóvenes para conocerla. Tonta no es, sin duda, pero una diva pop de primera tampoco. Si Rosalía fuera una película, pertenecería a la serie B. Tampoco pasa nada: lo mismo puede decirse de estrellas pop globales como Katy Perry. Seguramente sea el signo de los tiempos. La web Jenesasispop, que sigue muy de cerca y con mucho entusiasmo su carrera, analizó la canción bajo el titular “Rosalía saca matrícula en la asignatura R&B de los 2000”. Estamos ante una alumna aplicada y avispada, que todavía no ha demostrado tener nada que nuevo que enseñar
Diva de la moda joven
El videoclip muestra claramente las intenciones y el estatus de Rosalía: un icono cuya función es empujar el carrusel de tendencias de las revistas de moda. Ha copiado el montaje de Quentin Tarantino, la lógica musical del R&B y las uñas infinitas de una presentación del perfume de Lady Gaga en Londres en 2012. La paradoja radica en que cuanto más trillado es el terreno que pisa, más fluye la música y mejor responde su público.
Con cada nuevo lanzamiento, se agitan más las revistas de moda que las de música. La industria del vestido necesita innovaciones cada cuatro meses para tener a los clientes enganchados, con la tarjeta ardiendo, lo cual requiere una corte de diseñadores, directores de clips y divas pop proponiendo mutaciones sin parar. En ese terreno, Rosalía es imbatible, como sabe cualquiera que coja el metro en Madrid un viernes a las 23 y se fije en la cantidad de chicas de entre 17 y 22 que fotocopian sus estilismos como se hacía con Madonna en los años ochenta. No es poco.
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El R&B de los noventa y de los dosmiles fue un estilo hipercomercial y al mismo tiempo rebosante de innovaciones. Su mejor alquimista, Timbaland, marcó ese periodo como décadas antes lo hicieron visionarios de la música negra como Nile Rodgers (Chic), Hank Shocklee (Public Enemy), Dr. Dre (N.W.A., Snoop Dogg) y Phil Spector (Motown). El crítico musical Simon Reynolds explicó en su ensayo 'Retromanía' (2012) que el pop blanco lleva décadas sin aportar una idea nueva y que por eso se dedica a acelerar la ruleta de los 'revivals'. Los modernos, paradójicamente también, viven obsesionados con el pasado. Más allá de Reynolds, la industria publicitaria prefiere rostros blanquitos, así que basta dulcificar las innovaciones de negros, gitanos y latinos y envolverlas con papel de regalo sonoro. Así se triunfa en el mercado de las ‘tendencias’, esa mezcla de moda, música, diseño, fantasías audiovisuales y narrativa publicitaria. No es culpa de los artistas, sino de las marcas que alimentan este ecosistema cultural de invernadero, donde la calle es un decorado más.
Dinero y amor
Resulta obligatorio citar a otro de los grandes críticos musicales de nuestra época, el malogrado Mark Fisher. En su brillante artículo “No hay romance sin finanzas” reivindica la sustancia política del R&B, un género que describe el amor como campo de batalla económico del siglo XXI. Pone como ejemplo la canción 'Ain’t Nothing Going On But The Rent' (1986), de la cantante Gwen Guthrie. Podemos traducir el título como “No está pasando nada, excepto el alquiler”. Es un clarísimo mapa de la derrota. “No ese trataba de una celebración de las medidas económicas de Ronald Reagan. Al contrario, la canción de Guthrie sacó a la luz el modo en que las políticas de Reagan estaban corroyendo las condiciones para la intimidad; era un mensaje mucho más cargado emocionalmente y relevante en el plano político que la mayoría de canciones protesta del momento”, explica Fisher.
Éxitos R&B posteriores como 'No Scrubs' (TLC) y 'Bills, Bills, Bills' (Destiny’s Child), cien veces más exitosas y revolucionarias que Rosalía, amplificaron el mensaje de la canción de Guthrie. Justamente esa relevancia social es lo que se echa de menos en las canciones de la catalana. Sus letras se limitan a reflejar el subidón de endorfinas de ser una joven ‘influencer’ a la que las cosas le van de maravilla. “Sonando en las peñas y en los Hamptons”, dice el verso más venido arriba. En realidad, es dudoso que esta canción vaya a atronar en peñas flamencas y tampoco está claro que lo haga en las mansiones de lujo de Estados Unidos, que tienen música negra para dar y tomar. Más bien, con todo el respeto, estamos ante un himno de Erasmus y despedidas de soltera. Esta vez Rosalía suena suelta y con 'flow', pero no ha inventado la pólvora, sino que se ha limitado a recordarnos lo buenos que eran aquellos petardos que estuvieron tan de moda hace veinte años.
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