Máxima expectación en Madrid. El recinto no estaba ni mucho menos lleno, 25.000 personas, pero solo un fenómeno pop de la talla de Rosalía podía convocar a tanta gente una noche de miércoles. Hubo ovación de gala cuando pisó al escenario. Más todavía cuando sonó el primer verso, con su voz seductora y temblorosa: “Tengo miedo cuando sales, sonriendo pa’ la calle/ porque todos pueden ver…los hoyuelos que te salen”. Una de sus grandes bazas, “Tu mirá”, pone al público a tope mientras se confirma el vacío que convertirá el concierto en un naufragio. Me refiero, nada nuevo, a que Rosalía pretende actuar en un escenario grande de festival sin músicos, solo con bases pregrabadas, algo que abarata costes y facilita la logística pero que pasa la enorme factura de rebajar la emoción sonora de la noche
El recital nunca cayó en picado porque nunca llegó a despegar. Se mantuvo en un runrún atlético, funcional y aséptico como una clase de zumba o una pizza precongelada. Si hubiera que definirlo en una frase, diría que muchos sentimos estar en la grabación de un programa televisivo más que en una fiesta musical. El voltaje fue muy inferior a lo exigible para la gira más esperada, glamurosa e internacional del pop español en 2019. Una decepción.
Siempre tendremos que agradecer a Rosalía que haya rebajado brutalmente la edad media de asistencia a conciertos en nuestro país.
Las bailarinas cumplían su cometido con disciplina militar, también con la gracia necesaria. Los éxitos iban cayendo, uno tras otro, con un 'tempo' firme y animado. El problema es que faltó la levadura pop necesaria para que aquello subiese. La generación 'trap' presume de no necesitar músicos en vivo, pero una cosa es crear estampas bonitas sobre un escenario y otra emocionar a las personas de abajo. La sensación anoche fue que solo se divirtió quien vino muy motivado de casa o puso muchas ganas de tu parte.
Entre El Gunicho y Las Grecas
Seguramente la imagen más elocuente de la noche la cara de Pablo Díaz-Reixa, alías ‘El Guincho’, artista de electrónica tropical y productor de la etapa triunfal de Rosalía. Durante toda la noche, se le vio inerte, aburrido, pensando en otra cosa, como un recogepelotas de Wimbledon sometido a un partido tedioso. Nunca he visto a un músico tan 'sopa' sobre las tablas.
Cierto que El Guincho siempre ha sido más un artista de estudio que de directo, pero en el Mad Cool transmitió una completa sensación de hastío y desconexión. Por otro lado, es algo normal cuando eres parte de un concierto más previsible que un vodevil de Lina Morgan. La única sorpresa de la noche fue una ráfaga de un minuto de “Te estoy amando locamente” (Las Grecas) que se llevó un aplauso igual o mayor que “Malamente”.
La canciones flamencas tienen más vistosidad que pellizco, las traperas más actitud que 'flow' y la única reguetonera podría bautizarse como Disneytón
De acuerdo, hablamos de un diva pop. Hay que exigirle que nos fascine antes que sustancia musical. El problema es que tampoco destaca por eso. Se pasa todo el concierto con el mismo conjunto verde, volantes por arriba y shorts por debajo. Sus coreografías son vivas y eficientes, pero nada que hayamos visto hasta ahora. Cuando vino Missy Elliot a la Riviera en 2007 también optó por pasar de la música en vivo, pero el baile fue mucho más fresco, arriesgado y futurista. Apostaría a que Rosalía sí cantó en directo, pero se mantuvo en un registro tibio, calcado de los discos, que tampoco consiguió emocionar. "Madre mía, Rosalía, súbele", daban ganas de gritar, parafraseando uno de sus himnos.
Coros y danzas
La canciones flamencas tienen más vistosidad que pellizco, las traperas más actitud que 'flow' y la única reguetonera (“Con altura”) podría bautizarse como Disneytón, perreo para comedias de situación infantiles. Suena más a Ariana Grande o Demi Lovato que a Bad Bunny o Maluma. El peor minuto de la noche, sin duda, se lo llevó ‘Millonària’, su canción rumbera 'multiculti' en catalán. Lo más bailado fue la contagiosa “Aute Couture’, pero tampoco es que aquello quemara mucho.
La ventaja de vivir en 2019 es que nadie se aburre nunca en un concierto. Si el 'show' no se te contagia, te pones a escribir whatsups, hacerte ‘selfies’ o chatear con tu ‘crush’. Decenas de fans compaginaban estas actividades con vigilar de reojo lo que ocurría en el escenario. Quienes mejor se lo pasaban eran los niños y adolescentes que habían acudido a su primer concierto acompañados de sus padres, que bailaban, preguntaban y brincaban, muchas veces de espalda al 'show'. Siempre tendremos que agradecer a Rosalía que haya rebajado brutalmente la edad media de asistencia a conciertos en nuestro país.
Mientras volvía hacia casa, recordé la crítica de Guille Galván (Vetusta Morla) a Rosalía tras la última gala de los Goya: “Más allá de lo obvio, una artista sobresaliente en lo técnico y conceptual, lo que más me fascina es su capacidad de convertir cualquiera de sus actuaciones en eventos escénicos diseñados para ser retransmitidos y visto en pantalla, grande o chica”. Es exactamente eso: Rosalía se sube al escenario para emocionarnos, sino para enganchar a quienes hagan click en Youtube al día siguiente. En ese terreno resulta insuperable, la número uno de su cosecha. Quizá la próxima vez haya que mandar al crítico de danza, de televisión o de tecnología.
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