El uno de marzo de 2021 murió Quique San Francisco de una insuficiencia respiratoria. Un poco antes, en abril del año anterior, el actor y monologuista había intervenido en el programa Estado de Sitio del propagandista Javier Negre declarando “cercanía” a las ideas ultraconservadoras de Vox.
Esta declaración de intenciones acabó con el prestigio de San Francisco, que fue perseguido en redes sociales de inmediato. La página web ElNacional.cat decretó la “culpabilidad” de Andreu Buenafuente al compartir anuncio de Campofrío con este actor, mientras La Vanguardia le acusó de “franquista” por criticar al gobierno. Muchos, en Twitter, juzgaron que estaba bajo el influjo de la droga por su simpatía al partido verde.
En su muerte, el silencio fue clamoroso por parte de la profesión: esta fue incapaz de reconocer más de treinta años sobre las tablas y una trayectoria de éxito en un cine arriesgado, casi siempre vinculado a la contracultura. El humorista de moda en la esfera progresista, Bob Pop, no tuvo ni un tuit de reconocimiento a San Francisco, que había sido purgado del mundo artístico por ser crítico con el gobierno. Cineastas y periodista más nobles, Alex de la Iglesia o Jordi Évole, reconocieron el talento indiscutible de uno de los grandes secundarios cómicos del cine hispano. De entre todas las declaraciones una de las más tibias fue la de José Miguel Monzón Navarro, El Gran Wyoming, que afirmó esto casi de tapadillo a un periodista de Telemadrid:
“Era un figura, un trasto y ligeramente informal. Con Quique no te podías enfadar porque te daba exactamente igual”.
Esa deferencia innegable, ese paternalismo progresista, era la radiografía del cambio ideológico en la comedia española en los últimos diez años. El monopolio de formatos por Mediapro, la productora de Jaume Roures, ha sesgado de manera enfermiza la creación satírica hasta convertirla en caballo de batalla de partidos de izquierdas deseosos de obtener nuevos votantes.
Roures y el anticastrismo
La paradoja, a pesar de todo, es que este dominio de la producción humorística empezó por la asociación de Roures con un productor anticastrista: Emilio Aragón.
Emilio Aragón nació en Cuba en el año 1959: es hijo de caricatos célebres, la llamada familia Aragón, y se había educado entre América y España siguiendo sus giras continuas. Aragón padre, el conocido como Miliki, decidió escapar de la isla luego del giro comunista de los Castro. Este es narrado con tristeza en filmes como Memorias del subdesarrollo y exilió a más de un millón de isleños a la cercana Miami. Recordaba Miliki a propósito de su novela anticastrista Providencia:
“Muchas de las historias que se relatan en el libro son auténticas: muchos amigos míos tuvieron que huir del país en aquellos años".
Este carácter internacional de la familia Aragón, sus 'bolos' en Hispanoamérica, les hicieron ser conscientes de los últimos formatos americanos televisivos. De hecho, el propio Aragón llegó a adaptar Saturday Night Live en los años 80 con Ni en vivo, ni en directo luego de conseguir los derechos del formato, según recordaba la periodista Rosa Belmonte. El gran éxito de Aragón, a pesar de todo, sería posterior y lo obtuvo gracias a su labor de presentador comodín en los inicios de Tele5.
Viví como estafador creativo durante muchos años, y uno de estas fue el fenómeno de los monólogos
La capitalización de esos programas le permitió fundar Globomedia junto a Daniel Écija en el año 1993. Éste, la cara menos amable de la productora, contaba también con experiencia en la televisión internacional. La empresa poco a poco monopolizó antes que nadie los formatos cómicos en España y creó el mercado de monologuistas a finales de los 90. La aparición de El club de la comedia, así, va a crear una escena local de caricatos comparable al Off-Broadway americano y con ella vendrán decenas de formatos humorísticos. Aquí aparece el tercero en discordia, el que habría ser el hombre de Roures en la producción cómica española, y es el periodista José Miguel Contreras. Este instigó el boom de monologuistas y llegó a afirmar a Onda Cero:
“Yo era un obseso del mundo de la comedia. He compartido vida entre Estados Unidos y España porque mi hermano vive allí. Una de mis pasiones era la televisión estadounidense. Como no había Internet, podías vivir como un estafador creativo. Viví como estafador creativo durante muchos años, y uno de estas fue el fenómeno de los monólogos”.
Fundamental en las piezas más arriesgados de comedia española en los 90, venía de la contracultura (Radio 3) y va a conseguir fundir su consultora GECA (Gabinete de Estudios de la Comunicación Audiovisual) con Globomedia a finales de los 90. En ese tiempo la producción comienza a ganar sesgo, especialmente luego de la vinculación a los cómicos de El Terrat, y este consultor e ideólogo será el probable cicerone de la entrada de Jaume Roures en el año 2006.
Aupar a Zapatero al poder
Contreras, el habilidoso Contreras (uno de “los migueles” que auparon a Zapatero a la presidencia), había logrado controlar por la puerta de atrás la productora de un desterrado del castrismo: faltaba solo el cómico providencial para sus propósitos políticos.
¿Quién quiere ser el Jon Stewart español?
Si se quiere dar una fecha de cuándo la comedia se convirtió en propaganda es probable que fuera el siete de enero de 2020. Ese día tuvo lugar la entrevista de El Gran Wyoming con Pablo Iglesias al poco de conformarse la coalición progresista. En ella Wyoming eliminaba casi cualquier ironía en sus palabras y pontificaba al nuevo gurú de la izquierda alternativa:
“¿No podrían nombrar ministro de cultura a un presentador con caché, bagaje, atractivo que peine canas…?”
La respuesta ditirámbica de Pablo Iglesias fue “tú sabes que yo lo veo, Wyoming”. Ese compadreo, ese chiste reído en pequeña comandita, era el absoluto suicidio profesional para un Monzón que se uncía de la nueva púrpura cardenalicia podémica ante el nuevo Papa. Las clerecías del periodista navarro Alfredo Urdaci con José María Aznar habían resucitado solo cambiando los atuendos cavernosos de joven yuppie neocatecumenal por la camisa de leñador y los vaqueros de Alcampo; uniforme improvisado de todos los condenados al futuro de esa religión laica llamada 15-M.
Wyoming y la censura
Qué lejos quedaba esta encarnación del presentador madrileño del que se quedó en la calle en febrero de 1994 por El peor programa de la semana. Wyoming tuvo allí el valor de invitar a Quim Monzó luego de hacer chanzas de la familia real en TV3, lo cual condenó este formato de sketches. El peor programa… fue, sin duda, su creación más fina -contaba con David Trueba como jefe de guionistas- y sufrió la garra censora de una institución absolutamente intocable como la monarquía incluso luego de pasados veinte años de la muerte del dictador.
Pero, en todo caso, no se debe confundir al Wyoming joven, más ácrata y arriesgado, con el Monzón de la vejez; showman podémico cuya sátira se desactivaba convenientemente cuando gobernaba la izquierda. Otra muestra de su decadencia clara: afirmó en 2015 que “Fidel Castro le daba un poco de pena”, mientras que su patrón, Roures, fue todavía más lejos al pontificar que la “ética” de Castro “estaba fuera de discusión” a propósito del documental que financió a Oliver Stone. Todos estos asertos debieron revolver el estómago a una familia Aragón que pagó con el exilio, tal como Miliki había narrado, su oposición a los “barbudos”.
De hecho, “Wyoming…” en el fondo solo es la pieza de un entramado que comenzó con un intento poco disimulado de imitar el formato The Daily Show en los inicios de la Sexta. Esta fórmula norteamericana, en pantalla desde julio de 1996, ha tenido un 'éxito vaguada' dependiendo en gran parte del partido político en la presidencia. La llegada de Jon Stewart, en 1999, creó un ariete informativo que coincidió además con los ocho años largos de la presidencia republicana de George W. Bush. Con el auge del republicano “renacido” al evangelismo, Stewart y los suyos van a servir de contrapunto inteligente, no poco hiriente, de las ilusiones imperialistas y reaccionarias derivadas de los atentados del 11 de septiembre. Recordaba el guionista del programa J. R. Havlan:
“…no es ningún secreto que el personal es casi todo liberal en The Daily Show. No hay muchos republicanos, o más bien pensadores conservadores, y recuerdo que en la noche electoral del año 2000, cuando dijeron que Florida era para Al Gore, podías oír gritos a lo largo de la oficina de `¡Al Gore es presidente!, `¡Al Gore es presidente!´”
¿Ha leído Wyoming la frase de rosa Luxemburgo que dice que la libertad de expresión siempre es para quien piensa diferente?
La escasa talla intelectual del intelectual “simplón” que defendía a Bush Jr. en Fox News tuvo en este programa una brillante parodia en Stephen Colbert; irresistible presentador bobalicón de derechas. Este colaborador de The Daily Show, que llegó a “independizarse” con su propio programa (The Colbert Report, clarísima parodia del “The O'Reilly Factor” del caído por acoso sexual Bill O'Reilly), acabaría convirtiéndose en la cara reconocible de la comedia progresista en EE.UU. al suceder a David Letterman en su Late Night… para 2015.
Regresando a Daily Show…, su sátira no sobrevivió bien a la presidencia de Barack Obama, y ,aunque fue sin duda el altavoz de la intelligentsia demócrata, solo la despedida de Jon Stewart alcanzó grandes audiencias. El candidato republicano John McCain es buen testamentario del sesgo de Stewart y los suyos, aún reconociendo una capacidad de jugar a la contra:
“No había dudas de con quién estaba Jon, pero no es un liberal rabioso: es el centro de la izquierda. Y una candidatura como la de Barack Obama era atractiva: esperanza y cambio (…)”.
Este centrismo de Stewart le llevó incluso a enfrentarse con Obama en algunas de las entrevistas del Daily Show a propósito de su proyecto de sanidad pública o para contrarrestar su visión triunfalista de la política internacional. Recientemente, de hecho, apoyó al cómico Joe Rogan en su guerra con Spotify al haber realizado propaganda antivacunas y comparar a los afroamericanos con chimpancés. Demasiada heterodoxia para la progresista Variety, que le llegó a juzgar “fuera de tiempo”.
Pero ¿sería Wyoming capaz de defender como Stewart la libertad de sus adversarios? ¿Leyó el cómico y actor alguna vez la cita clásica “la libertad es siempre libertad para el que piensa diferente” de la espartaquista Rosa Luxemburgo?
¿Cómicos o propagandistas?
El pasado 29 de enero contaba Rubén Arranz en este medio cómo Wyoming pasó de cualquier atisbo de sátira a parlotear una parábola de sacristía en El Intermedio respecto la polémica de Spotify y Neil Young. La viscosidad del vídeo, que rompía la sátira para entrar directamente en el sermón, exponía el abismo intelectual y moral entre Stewart y Wyoming.
El primero conocía que si persigue la libertad de expresión del podcaster antivacunas más pronto que tarde podrían ir a por él; el segundo dijo que es bueno “hacer un sacrificio” en la libertad de palabra utilizando una historia de botánicos soviéticos tan eclesial como poco divertida. Asombrosa pervivencia en 2022 de la “libertad con orden” que llenó las columnas del tardofranquismo en los 70 de tanto y tanto franquista (la mayoría de ellos se convertiría en solo antifranquista con la victoria del PSOE una década después).
Los dos perfiles comparados, en fin, demostraban la talla moral del primero y el carácter servil de Monzón ante su parroquia. No por casualidad éste afirmó que su “odio” al Partido Popular viene de su veto en RTVE:
“Bueno, hasta cierto punto, porque yo no puedo trabajar en ningún medio público cuando gobierna el Partido Popular. Está totalmente asumido, por mi parte también. Me parece intolerable”.
Más “intolerables” son las audiencias de El Intermedio, menos del diez por ciento desde la victoria de la coalición progresista, y el programa sobrevive gracias a un Roures pródigo con la comedia española siempre que sean soldados de su incesante guerra ideológica. Su control de los formatos, como hemos narrado, le ha permitido construir un ideario de bien y mal que ha logrado la pervivencia contra todo público de ese oxímoron llamado “humor gubernamental”. Esto ni siquiera lo permitió la RTVE de Zapatero, la cual purgó el programa de Wyoming La Azotea ante ese aforismo ancestral: no se puede hacer humor a favor del sistema.
El político criado en León le salvó al echarle, incluso, de un mayor desprestigio: ¿no hay mayor fracaso personal que acabar siendo el Urdaci de Malasaña?
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