Cultura

Sabina encara su despedida

El cantautor más admirado de los que nos quedan en activo rompe la maldición del Wizink y confirma su infinita conexión con el público

Joaquín Sabina comienza a decir adiós a Madrid, la ciudad que mas le ha inspirado y la que más le ha querido. Queda otro concierto el jueves, luego un par más en diciembre (18 y 20), pero a partir de ahí ya es tierra incógnita. En realidad, su cuerpo baqueteado por décadas de parranda sabe que cada recital puede ser el último.

“Vamos a romper el maleficio de Madrid”, se prometía horas antes, jugando con el morbo.

Recordemos que en este mismo recinto se quedó mudo en 2018 y sufrió un hematoma craneal en 2020. Lo menciona en la canción "Sintiéndolo mucho", que hoy suena entre las primeras del repertorio. "Muchos creyeron que me habían amortizado/ cuando viajé del Wizink Center en camilla al hospital/ con los dedos del Serrat entrelazados/ devolviéndome las ganas de cantar", recita en un alarde de autoficción épica. "Han sido unos años durillos. La última vez que salí de aquí me operaron dos veces y el día que me sacaron del quirófano empezó la covid", recuerda ante su parroquia entregada.

Esta gira, 'Contra todo pronóstico', tiene regusto a último baile y por tanto implica un tipo de disfrute que la eleva frente a cualquier otra. El “yo estuve allí” será un galón de por vida, que se impone a cualquier carencia musical de la noche, empezando por la voz de Sabina, cada vez más de lija. A estas alturas, que pueda o no aportar algo al pop-rock español ya casi no importa porque ha dado alegrías de sobra en cinco décadas, básicamente todas lo que tenía que dar. Parte de su público, los más devotos, disfrutan el simple hecho de tenerle unas horas cerca: aunque el fraseo raspe y se arrastre más que nunca, les sigue emocionando como siempre.

Nada Divo, don Joaquín sale a escena a la vez que sus músicos, recibiendo una tormenta de aplausos. El micro le falla unos segundos y lo primero que se escucha es esto: "Dormí con chicas que lo hacían con hombres por primera vez/ compraba salchichas y olvidaba luego pagar el importe", susurra. Parecen dos versos sin conexión pero igual sí tienen alguna, la celebración contracultural de los años sin vínculos. El himno se titula "Cuando era más joven" y lo canta de memoria la mayoría del público del Palacio de los Deportes, entusiastas que llevan siguiéndole varias décadas, y que también echan de menos aquellos tiempos. "Hemos pasado del camello a la canguro", resume un cincuentón con ganas de hacerse el gracioso en la fila de delante.

Madrid entregado a Sabina

El concierto comienza a exhibir nivel con el repertorio de la etapa Leiva, por ejemplo con "Lo niego todo". Pero el primer gran subidón no se alcanza hasta "Por el bulevar de los sueños rotos", con el recuerdo a Chavela Vargas y el karaoke colectivo del público. Luego llegan himnos inmortales como la solemne "Una canción para Magdalena", la rumbera "19 días y 500 noches" y la apoteósica "Y sin embargo", que mezcla -como es costumbre- con la inmortal "Y sin embargo, te quiero", aprovechando para reivindicar "la copla española, un género denostado y confundido por el franquismo". El Wizink la celebra a pleno pulmón, aunque el verso coreado con más fuerza es de "Una canción para Magdalena", ese que dice "la más señora de todas las putas/ la más puta de todas las señoras". Es el viejo canalleo de toda la vida y la fascinación que ejerce en corazones burgueses o que aspiran a serlo.

¿Lo más flojo de la noche? Una versión desangelada de "Llueve sobre mojado", dueto del disco con Fito Páez, que no termina de funcionar, seguramente por la escasa química de la voz que da réplica a Sabina. Tampoco prende "La canción más hermosa del mundo" cantada por Antonio García de Diego ni "Quiero ser una chica Almodóvar" por Mara Barros. Sabina se otorga varias treguas apoyado en la voz de sus compañeros de banda y el público aprovecha para ir al baño o a por otra cerveza. Aquí se ha venido a escuchar por última vez a Sabina, así como a reírle los chistes, especialmente el que hace cuando le ponen delante un líquido de color transparente: "Esto es agua, qué vergüenza, con lo que ha sido una", comenta. El concierto tiene una bonita explosión final con "Peces de ciudad", "Contigo" y "Pastillas para no soñar", aunque la segunda -sinceramente- funcionaría mejor como denuncia de una relación tóxica, en vez de la celebración de un amor romántico, que es como Sabina la enfoca. Escuchada desde la madurez, esa letra militante contra la rutina amorosa tiene algo de disfuncional, aunque maride de fábula con su melodía elegante y contagiosa.

Dice que aspira a “envejecer sin dignidad” pero lo tiene realmente complicado: su público y él se conocen demasiado para que queden ya escándalos o sorpresas en el camino. 

El de Úbeda ya ha ganado todo lo que puede ganarse: hasta Podemos propone que se cambie el himno de Madrid por uno de los que él compuso. La polémica decisión de rebautizar la estación de Atocha con el nombre de Almudena Grandes hubiese sido consenso total si se hubiese propuesto el nombre de Joaquín Sabina. Dimitido ya de la izquierda, con Hacienda como enemigo principal, al Sabina crepuscular solo le queda mantener el personaje. Canta que aspira a “envejecer sin dignidad” pero lo tiene realmente complicado: su público y él se conocen demasiado para que queden ya escándalos o sorpresas en esta recta final.

 El pacto artístico establecido es que el artista del bombín siga haciendo más o menos lo de siempre, apoyado en la espléndida muleta de Leiva, sacando algún disco cuando toque y alargando en lo posible el paseo por los estadios. "Si esta gira fuera la última, sería muy buen regalo y legado”, explicaba Antonio García de Diego en prensa el martes. 

Tras la retirada de Serrat y Sabina, se abre un abismo para la canción de autor. Hace tres años que se marchó Aute, no llega a uno de la muerte de Pablo Milanés y el gran Silvio Rodríguez también apura su recta final. El público que dejan huérfano podrá refugiarse un tiempo entre propuestas maduras como Leiva e Ismael Serrano, pero no parece claro que el género pueda continuar con el empuje de siempre. Terminaron ya las batallas culturales de los sesenta, se convirtió en normativa la figura del bohemio y las mejores metáforas han sido ya usadas y recicladas varias veces. O viene una generación capaz de renovar la estética o figuras como Sabina serán realmente el fin de un linaje. ¿Cuál habrá sido su mayor mérito? Recordar al gran público el valor de la poesía en un mundo donde cada vez queda menos espacio para ella. 

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