Sabina Puértolas es una de nuestras sopranos más apreciadas tanto a nivel nacional como internacional, y no faltan razones para ello: una carrera larga y llena de éxitos avalan a esta apasionada de la vida en general y de la música, el canto y la escena en particular. Una profesional que se mete en la piel de cada personaje con todo su conocimiento, su experiencia vocal y un enorme talento escénico para dejarnos actuaciones memorables. Una gran diva por derecho, con los pies bien amarrados a la tierra, mientras “toca el cielo con los dedos” cuando se sube a un escenario. Coincidiendo con la nueva producción de Marina (Emilio Arrieta) en el Teatro de la Zarzuela que ella protagoniza y que estará en cartel hasta el 20 de octubre, nos concede esta entrevista.
Respuesta:
Así es. Tengo que decir que me hace especial ilusión debutar el personaje de Marina, no sólo porque es emblemático para la música española, sino porque Arrieta era de Puente la Reina y yo, de Tafalla. Hay que decir que Arrieta escribe una de una manera que no nos lo pone nada fácil, porque siempre tensa mucho la cuerda, aunque ya conocía las dificultades que plantea porque tengo un disco que se llama "Los cisnes en palacio" (ed. Ibs classical, 2023) con sus canciones para canto y piano junto a Rubén Aguirre. Ahí ya me hice una idea global de su tipo de escritura y lo complejo que que puede llegar a ser para la voz.
El título proviene de la última de las canciones, un encargo nuestro a Alberto García Demestres sobre un texto de Antonio Carvajal, que trata sobre la vida de Isabel II y sus amores con Arrieta. Que por cierto, cuando se acabó la relación escribió "Abajo los Borbones" (que se convirtió casi en himno nacional en tras su estreno en diciembre de 1868, al inicio del Sexenio Democrático y dos meses después de la Gloriosa), con el retintín navarro, quizá por los celos.
R: Marina es un compendio de esas dificultades que encontré en sus canciones, así que sí, me vino muy bien todo ese trabajo previo de estudio de su estilo. Y por supuesto, gracias al Maestro Pérez-Sierra, que siempre te ayuda y te lleva ligero, todo ha supuesto un crecimiento impresionante a lo largo de los ensayos.
R: Adoro a Bárbara y ya hemos hecho muchas cosas juntas siendo ella asistente de otros directores, aunque ésta ha sido la primera vez que me ha dirigido en algo suyo. Desde el primer momento me dijo que quería una adolescente, así que yo contesté que, como tengo un hijo de 19 años, iba a imitarle. ¡Qué bien lo pasamos! Y es verdad que Marina es una adolescente y las hormonas están completamente disparadas. Marina quiere a Jorge y Jorge no lo sabe; Jorge quiere a Marina ¡y Marina no lo sabe! Es lo que le pasa a la gente adolescente, y en la obra se producen unos gags muy cómicos. Cuando recuerdo lo que hacemos en escena y sólo me vienen sonrisas. Es muy fácil trabajar con con Bárbara porque lo hace todo como muy sencillo, muy bien explicado. Además me gusta mucho que me lleven a la psicología del personaje, que me expliquen lo que tengo que sentir y no tanto "muévete de izquierda a derecha, de arriba a abajo". Hemos disfrutado todos mucho. Y estar en la Zarzuela es como estar en casa, desde el recepcionista hasta la producción, el jefe de luces... todo el mundo es estupendo. Ha sido todo muy bonito.
R:
Anna Bolena la concebimos desde el puro belcantismo, pensando mucho en la línea vocal y además tenía una escena maravillosa, realmente muy bella y que nos ayudaba porque había mucha madera y no estaba abierta. Ha sido un auténtico lujo y la verdad es que tuvo mucho éxito. Era una obra tremendamente difícil, no sólo para cantar, sino para llegar a sentir el sufrimiento de Anna Bolena, la impotencia, el juego de poder... De hecho la escena era un ajedrez. Fue una experiencia interesante que espero volver a repetir porque la verdad es que Anna ha quedado marcada a fuego en mi piel.
R:
Pues sí, la verdad es que he pasado un verano que no se lo recomiendo a nadie.
R: Hacía trece años que no cantaba Traviata y volver a hacerlo en el Villamarta, que es otro teatro en el que estoy como en mi casa, con el director de orquesta Manuel Bustos y con el director de escena Paco López, con quien he trabajado en muchas grandes óperas, ha sido un placer. Volver a vestirme de Traviata y a sentir como ella, cantar Verdi de nuevo, fue una vorágine maravillosa. La verdad es que llevo un año muy intenso porque también estuve en el Rigoletto de Miguel del Arco en el Euskalduna de Bilbao, dirigido por Daniel Oren y junto a Ismael Jordi que la verdad es que fue una experiencia fabulosa: cómo te dirige el Maestro, cómo te lleva, cómo saca lo mejor de ti sin ponértelo nada fácil porque exige siempre un alto rendimiento. Pero a mí eso me encanta claro.
R:
Pues sí, hicimos no ya un bis sino un "tris", porque cantamos tres veces “La Vendetta”, que yo no sé ya ni cómo di el agudo (risas). Estábamos todos entusiasmados y ese entusiasmo hace que te olvides del cansancio, del miedo o del "no voy a poder hacerlo". Y eso que faltaba todo el tercer acto ¡y encima después me moría! Pero salió estupendamente todo.
R: Pues mire, cuando estaba haciendo Il Turco en Italia en 2023 en el Teatro Real -que como todo Rossini es difícil de cantar y además llevaba una escena muy complicada y completamente cronometrada-, en la misma semana, entre función y función, tenía los ensayos de la Luisa Fernanda del Teatro de la Zarzuela y coroné los siete días con el concierto homenaje a mi carrera en la Fundación Juan March, en el que cantaba de todo: canciones del disco de Arrieta, ópera, barroco, verismo, zarzuela... Pues recuerdo que cuando iba a hacer la prueba de acústica y a hacer el concierto ¡me dormí en el taxi! Es increíble lo que puedes estirar tu ser con ganas, con técnica y con fuerza interior.
Respuesta: Sí, hay que poder, o sea, primero hay que tener un instrumento preparado y luego por supuesto no permitirse flaquear. La técnica es un 70% y el 30% restante es ganas, preparación física y estar mentalmente segura de mí misma. Lo fácil es flaquear; lo difícil, seguir adelante, no permitirse flaquear y pensar “yo puedo hacerlo”.
P: ¿Y de dónde viene esa valentía suya a la hora de enfrentarse a los retos?
R:
La primera vez que yo me subí al escenario, tenía 8 años. Fue cantando jotas en Tafalla. Se me olvidó la letra y no me paré, y ahí estuve, diciendo “la la la la la la” hasta que me volvió a la cabeza. Y es que nunca sentí miedo escénico, siempre he tenido sangre fría para solucionar accidentes. Claro que surgen problemas, desde que se te olvide el texto hasta caerte en mitad de una escena, pero no hago cortocircuito. También tenemos días malos, porque somos humanos: el día que te duele la garganta, el día que te duele el pie, el día que tienes un problema con el marido, con el hijo, con tu padre, o una enfermedad o lo que sea y lo sobrellevas y y te pones el mundo a la espalda y sigues para adelante, porque es tu trabajo y además es lo que más te gusta hacer, claro. El otro día en el ensayo general de Marina me preguntaban si estaba nerviosa. Pues yo sé que me pongo nerviosa unos segundos antes de entrar, pero en el momento de estar ahí, voy a intentar disfrutarlo a tope con lo que tenga, con el dolor de estómago, con la preocupación… todo eso se queda fuera. Por ejemplo, en el mismo ensayo general, me retorcí el pie antes de la cadencia con la flauta, pero tenía tantas ganas de acabar bien ¡que es que era un toro miura! En aquel momento hice la escena hasta el final, como si no hubiera un mañana.
R:
Voy a seguir cantando Marina, seguro, y me gustaría retomar Anna Bolena. Está mal decirlo, pero yo cantaba esa Anna Bolena para mí, disfrutando completamente. Tuvimos momentos en que la fusión entre cantantes y director fue absoluta, y te da la impresión de que aquello fluye sólo con mirarte a los ojos y estás haciendo música en perfecta unión.
Pocas veces he vivido eso, muy pocas veces: sin miedo ninguno, gozando cada momento. En la escena final toqué el cielo con los dedos. Yo tengo que reconocer que estoy completamente enamorada del personaje. Y ahora en Marina, que también tiene belcanto y es una ópera española, también estoy disfrutando muchísimo. Además estamos un grupo de compañeros que somos titanes, que llevamos muchos años cantando, nos conocemos muy bien y trabajamos muy cómodos, nada más y nada menos que con Ismael Jordi y Juan Jesús Rodríguez.
R: Lo que aflora es el cariño, el respeto y la admiración. Se me pone la carne de gallina, pero es cierto que siento una gran admiración por mis colegas, y eso hace que nos escuchemos los unos a los otros y todo eso es como un soufflé que sube.
P: No me gustaría dejar pasar ese asunto de las jotas de sus comienzos en la niñez. ¿Cómo fue el paso de la jota al clásico?R: Todo fue pura casualidad. Nadie en mi familia tocaba un instrumento, pero mi padre y mi familia sí cantaban jotas aragonesas. Las monjas del colegio les dijeron a mis padres que yo tenía buena voz y a los ocho años me llevaron a la Escuela de las Hermanas Flamarique, que eran referenciales en el mundo de la jota navarra. Abrí la boca y al mes estaba cantando en un concurso allí en Tafalla y después ya me dejé llevar: fui al Conservatorio y empecé muy joven a estudiar canto, con 14 años. Fue todo seguido, o sea, que no sé si yo quería o no quería, pero me encantaba cantar, así que simplemente me dejé llevar y mis padres también. No sé, quizá estaba predestinada pero no fue algo calculado ni pensado, en absoluto. Pero también es cierto que en Navarra, como en Aragón, todo el mundo canta. Las corales están llenas de gente con trabajos que no tienen nada que ver con la música, el uno carpintero, el otro en el campo, el otro tiene una tienda… y tienen unas voces impresionantes. Cuando hacemos una barbacoa en casa, seguimos cantando, yo me pongo con “Sempre libera” y mi familia canta lo que puede, no saben cantar, pero es que no hay mayor felicidad que compartir algo como la música, con nada de técnica o con toda la técnica del mundo, qué más da soltar un gallo, lo importante es cantar y compartir esa alegría.
P: Usted ha trabajado con dos de las personas que yo más admiro en el mundo musical: por un lado, fue alumna del gran tenor Carlo Bergonzi y por otro, ha colaborado muchas veces con el clavecinista y director Christophe Rousset. ¿Qué le han aportado cada una de esas personalidades tan importantes y tan diferentes?
R:
Bergonzi era un tenor único, maravilloso con el que aprendí muchísimo. Me trataba con un cariño tremendo, me llamaba “La Spagnola”. Fueron unos años maravillosos allí, entre la Toscanini en Parma, la Chigiana de Siena y Bussetto, íbamos de un lado a otro detrás de él cuando yo tenía entre 20 y 24 años. Fueron unos años preciosos. Imagínese, estudiar con el tenor verdiano por excelencia, que lo cantaba bien todo y con su voz hacía milagros gracias a una técnica envidiable que él mismo se trabajó. Era algo impresionante. Y con él tomé conciencia de que fuera del Conservatorio todo es un mundo inhóspito y te lo tienes que trabajar mucho, mucho, mucho, mucho.
En cuanto a Christophe Rousset, fue quien me abrió la mente completamente. Yo no tenía ni idea de cantar barroco y pensaba de jovencita que el barroco lo cantaba la gente que no podía cantar otra cosa. Y resulta que es lo más difícil, porque estás sola tú con tu musicalidad, y como no tengas eso, resulta aburridísimo, tienes que darlo todo. Christophe escarba dentro de tí para que lo hagas bien cantando con tu manera de hacerlo. Me enseñó a cantar barroco con mi voz, con mis posibilidades. Él sonreía y bailaba conmigo, porque yo soy muy bailonga cuando canto. Esa sensación de ser una misma persona, como le comentaba antes, haciendo el mismo camino, la tenía con él. Hicimos muchísimas cosas juntos, la primera de ellas, una Incoronaziones di Poppea en Toulouse. Me presenté a la audición para el papel de Drusilda pero pensando que no me lo iban a dar, porque yo le decía a mi agente: “¡Si no he cantado nunca esas notas cuadradas!” Pero me cogieron y fue un flechazo. Y después la grabación del Stabat Mater de Pergolesi, que fue maravilloso, no sé cómo conseguí cantar así. Mi vida está repleta de momentos en que tocas el cielo, que estás en suspensión y sólo te dejas llevar, y es una gran suerte.
R: Ésa es la palabra: honestidad. Yo no pretendo imitar a nadie. Yo canto con mi estilo, que te puede gustar más o menos y lo hago con todas las ganas de que la gente disfrute con mi canto como yo lo disfruto.
P: ¿Qué mantiene Sabina Puértolas de sus inicios a la hora de estudiar, de enfrentarte a un debut o de llegar a un teatro nuevo?R: Mi mirada al enfrentarme a un nuevo reto es la misma, sigo teniendo la misma sensación. Las mismas ganas, las mismas inquietudes y la misma ilusión. Con más técnica ¡espero! Pero las ganas de vivir eso en el escenario son las mismas.
P: ¿Y qué ha cambiado?R: Que mi piel está llena de muescas, de cicatrices. Y más presión, claro. Pero el recuerdo de esas cicatrices intento que me dure poco cuando estoy en escena, porque esto es lo que me gusta.
P: ¿Cuáles son sus próximas actuaciones en nuestro país?R: Tengo tres conciertos, en Valladolid, León y Medina del Campo, el Mitridate del Real a comienzos de año -otro debut para mí-, después Rigoletto en Trieste con Oren y de nuevo Marina en Oviedo.
P: ¿Qué le queda por cantar o qué papel le gustaría interpretar?R: Quiero repetir algunos papeles que tengo estudiados, que ya llevo muchos cantados y metidos en voz, con el esfuerzo que eso supone. Vivo al día, no deseo nada, porque soy tremendamente feliz con lo que tengo en mi vida: subirme a un escenario y seguir cantando, con compañeros maravillosos, grandes directores, escenas estupendas. ¿Qué más se puede pedir, que hacer lo que más te gusta? Eso, en lo personal y por lo demás quiero decir que hay que llenar los teatros, sea musicales, sea teatrales, hay que ir a los espectáculos del vivo porque cuesta mucho trabajo, muchas energías ponerlos en pie y es necesario apoyarlos y por supuesto, disfrutar.
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