A inicios de los años noventa César Strawberry, alma de Def Con Dos, y sus amigos hicieron una pintada sobre Sánchez Dragó en frente de la casa del escritor donde llamaba a su “manteo”. Broma que tenía más de chiquillada que de amenaza, tuvo a Sánchez Dragó un tanto contrariado durante meses. Era el síntoma, en perspectiva, del apogeo de Dragó en la esfera televisiva, donde se convirtió en un referente y en la cara visible de los programas culturales en la televisión pública.
En cierto sentido, la imagen que él mismo se creó, no se si sabe si consciente o inconscientemente, le sirvió para esconder su faceta de novelista. Muy precoz, casi siempre egográfica, le venía de su familia periodística acomodada, ya que su progenitor era el periodista republicano Fernando Sánchez Monreal y estaba vinculado a los editores de La Vanguardia. Esto le permitió vivir la posguerra en una situación privilegiada, siempre se llamó “un niño del barrio de Salamanca”, que pronto saldría del redil debido a las primeras luces de la contracultura. Universitario en los años 50, clave en los sucesos universitarios de mediados de esa década, fue militante comunista convencido para abrazar antes que nadie el mundo hippie a finales de los años sesenta.
Dragó, hippie y rojo
Un año antes que los Beatles con el gurú Maharishi Mahesh Yogi, viajó a la India iniciando lo que él llamó “el sendero de la mano izquierda”. Fue, así, el mayor propagandista del ideario de los sesenta, llegó a traer al creador del LSD Albert Hofmann a la televisión pública, a la vez que cosechaba premios como el Planeta o el Nacional de Ensayo en unos 70 que supusieron su apogeo crítico. No duró este mucho: su éxito con Gárgoris y Habidis. Una Historia mágica de España lo estigmatizó en el mundo del misterio, lo cual fue anatema para parte de la intelligentsia cultural más circunspecta (Sergio y Estíbaliz. Una Historia mágica de España llamó al libro Francisco Umbral, tipo que Dragó consideraba “bastante mala persona”).
Su paso del comunismo al liberalismo fue anatema para gran parte del mandarinato socialdemócrata que ganó prebendas y pruebas por apoyo al felipismo más corrupto
Pero quizá el fin de su respeto público, convertido en heterodoxo a su pesar o disfrute (nunca sabías con él), fue su apoyo a los gobiernos de la derecha a mediados de los años 90. Su paso del comunismo al liberalismo, tan común en su generación, fue anatema para gran parte del mandarinato socialdemócrata que ganó prebendas y pruebas por apoyo al felipismo más corrupto y obsequioso. Ahí empieza esa imagen cruel, bufonesca, que mucho petimetre del PSOE -el hijo de Javier Pradera- endosó a un tipo que estaba muy por encima intelectualmente. Allá ellos: ninguno de ellos logrará superar la moción de censura de Ramón Tamames que instigó él como obra situacionista.
Este ya es el Dragó de la vejez -aquel que admiraba con nostalgia de primer lector a Maupassant y le imitaba en salidas eróticas fotografiadas de manera indiscreta- y que se había convertido en un figurín de cera para la izquierda más puritana. Pocos leyeron, se podía enfadar Nacho Escolar y retirarles la colaboración, el lírico y trabajado Muertes paralelas o el triste opúsculo a la muerte de su felino Soseki. Inmortal y tigre. Quizá obras pagadas de sí mismas, pero con una voluntad de estilo y, en el caso de la primera, una investigación admirable. Todo lo tapaba su dimensión mediática, que disfrutaba como un chiquillo, y que escondía a en el fondo a nuestro particular Ken Kesey que a falta de furgoneta colorida tuvo como vehículo los rayos catódicos.
Este Kesey celtibérico de alma riojana ganó todos sus premios literarios mucho más por su talento que por cualquier influencia y jugó a la heterodoxia sin final de alguien que tenía un corazón adolescente y juguetón. Este se paró este día 10 de abril en Castilfrío de la Sierra, Soria, a los 86 años. Estaba preparando, según me confesó, un libro sobre el apocalipsis de San Juan que quería ser opúsculo casi póstumo y testimonio de un infarto que casi se lo lleva de este mundo en uno de sus encuentros eleusinos de 2022.
Esperemos que su proyecto de erigir como su tumba una pirámide con sus libros se cumpla. Por el momento, quedémonos con el párrafo que cerraba El camino del corazón; testimonio inadvertido de un hombre y su época:
“Sigo viéndole. No se va de mis pupilas. Está sentado, casi a ras del suelo, en la cama turca del cuartucho que él mismo ha bautizado con el nombre de salón de música. Son, apenas, diez metros cuadrados y dignificados por los cachivaches recogidos en el curso de nuestras andanzas. Pinturas, vasijas, fotos, botellas de licores extraños, máscaras, monedas, ídolos de rostro desencajado, talismanes, cojines, espejos, carteles taurinos, revistas de otras épocas: todo el ajuar, la cacharrería y la quincalla de los restos de un naufragio”.
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