Será cosa de la edad lo mismo, no digo yo que no, pues cuando se cumplen lustros es inherente la experiencia y, por tanto, la inevitabilidad de comparar. Y es que me ha ocurrido tras unos cuantos fines de semana que he tenido que pasar en casa, el constatar fehacientemente lo que me sospechaba a diario: me aburre mucho la televisión. Muchísimo.
No, no voy de estupendo. Me encanta la tele. Soy de aquellas familias burguesas que al principio de los 60 ya tenían la suerte de contar con ese armatoste enorme de convexa pantalla en blanco y negro, y que necesitaba calentarse para que fuera apareciendo poco a poco esas imágenes en grises y blancuzcos, y que sólo tenía programación a unas horas. Nada de día y noche emitiendo sin parar, aunque sean tarotistas y teletiendas de artilugios de cocina indispensables o convertidores de flácidas panzas en auténticos ralladores de pan duro como abdominales, y que muchas veces son lo mejor de tantas programaciones de tantos canales inútiles.
Programación en aquellos tiempos única en el único canal al que todos estábamos abonados, aquel llamado VHF, y que a partir de 1966 se complementaba vespertinamente con un segundo canal que transmitía en UHF. Era el canal de los auténticos connaisseurs de la televisión, embrión de lo que hoy conocemos como La 2, que actualmente no hay persona que no quiera quedar de ordinaria, que no asegure por la Biblia de Santa Gadea, que no se pierde programa de la misma ni documental sobre el lamido Serengueti que se emita, así luego no sepa diferenciar un ñu de un búfalo, pero seguro sepa de corrido los amoríos y desgracias de los pendones y pendonas que saltan, cantan, gritan y edredonan en los variados programas de coprofagia visual.
Pues sí que al final me voy a poner elitista hoy, ¿y saben por qué? No porque eche de menos esos Estudio 1 que me llevó a amar y a leer teatro y me impulsó a verlo en directo (en 3D se diría ahora). O aquellos viernes donde esperaba que el tema no fuera muy truculento para que no me pusieran reparos y pudiera quedarme a ver La Clave. Aquella UHF cultural que no quería competir con ese primer canal hermano, era de un nivel tal, que todos los Discovery, History y Whatever Channel que existen ahora con más colorines y medios, no le llegan ni a la carta de ajuste.
Me quiero poner elitista porque, ¡claro que quisiera que volviera ese increíble canal!, pero sobre todo quiero ver un canal normal: quiero concursos entretenidos y no patéticos o pedantes (que de un extremo a otro nos vamos). Quiero viajar al fondo del mar con el almirante Nelson, tener un pastor alemán como el cabo Rusty, o desentrañar crímenes desde una silla de ruedas. Quiero volver a ver cine en blanco y negro que no sea a las dos de la mañana (¡qué tonterías digo, si a esa hora está la teletienda!), y que los niños de ahora se rían con Buster Keaton, Fatty, Laurel & Hardy o los Hermanos Marx. Quiero pelis de serie B y alienígenas con el meñique enhiesto. Series que esperas de semana en semana, siempre en su día y a su hora, y no tres episodios de golpe a la hora que le pete al programador y entre miles de anuncios. Esperar Estrenos TV y ver donde se posa el haz de luz (¿tocará hoy Banacek, MacMillan y esposa o Mac Cloud?). Y no me importaría pagar por canales de pago, si me dieran calidad, y no me repitieran lo mismo de manera cansina. Quiero, tan solo, entretenerme delante de mi querido y ahora enorme y planísimo televisor. Pero lo que hay ahora ni me entretiene ni me divierte, qué se le va a hacer. Quiero que vuelva el UHF. Y el VHF, más.
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