Cultura

Sartre, el hombre de las buenas ideas (que estaban todas equivocadas)

La británica Sarah Bakewell conversa en esta entrevista sobre su ensayo En el café de los existencialistas. Sexo, café y cigarrillos o cuando filosofar era provocador, publicado por el sello Ariel.

Tres amigos beben cócteles de albaricoque en el bar Bec-de-Gaz de la calle Montparnasse, en París. Jean-Paul-Sartre y Simone de Beauvoir conversan con Raymond Aron, un compañero filósofo que les habla de un nuevo marco conceptual aparecido en Berlín: la fenomenología. Corre el año 1933 y todo en Europa está a punto de estallar en mil pedazos. Para hacerse entender, Aron explica a sus dos colegas: "Si eres fenomenólogo, puedes hablar de este cóctel y hacer filosofía con él!". El ejemplo dio de sí, lo suficiente como para inspirar a Sartre en la creación de un enfoque filosófico que mezclara la libertad radical, la autenticidad y el activismo político con el hedonismo como experiencia humanística. El asunto pasaría de los clubes de jazz y cafés de la Rive Gauche hasta la mismísima Cuba de los años sesenta y el Nanterre de mayo del 68. Se trataba del existencialismo.

¿Cuál es el papel del intelectual en un mundo que ya no lo necesita? ¿Qué significó todo aquel vitalismo optimista en la Europa de posguerra?

Ese es el punto de vista que elige Sarah Bakewell al escribir En el café de los existencialistas. Un relato épico de encuentros apasionados (Ariel), un libro que mezcla la historia, la biografía y filosofía, una investigación vital sobre lo que los autores existencialistas tienen que decir hoy al mundo. "La historia del existencialismo es la historia misma del siglo XX, así como del mundo de libertades e igualdad en el que vivimos y las instituciones que se erigieron tras el fin de la segunda guerra mundial. Todo eso es fruto del debate de ideas que los protagonistas del libro mantuvieron desde los años veinte hasta los sesenta”, asegura Bakewell, quien ya se dio a conocer en España con Cómo vivir una vida con Montaigne (Ariel).

Sarah Bakewell, que estudió filosofía en la Universidad de Essex y trabajó durante diez años como curadora de libros antiguos en la Wellcome Library de Londres antes de dedicarse a la escritura, es una mujer con un sentido del humor de los que hay que cuidarse. De tan afilados, sus chistes podrían dejar cojo a uno de sus protagonistas. Sea Focault o Sartre, a quien por cierto regala en esta conversación no pocas dagas, ésas del tipo: "Oh, no. Claro que no lo critico. Sartre me parece un hombre con ideas magníficas, el problema es que estaban todas equivocadas", dice ante una taza de té a medio beber. El papel del intelectual en un mundo que ya no lo necesita, la irrupción de un vitalismo optimista en la Europa de posguerra, el pensamiento como una celebración de la existencia. Esos son algunos de los temas que atraviesan el ensayo… y esta conversación.

"Su mayor rasgo fue una necesidad enorme de inventar formas nuevas de hacer las cosas: relacionarse, enamorarse, divertirse"

-¿Llama usted frívolo a Sartre y los existencialistas ?

-No exactamente. La idea de la libertad y la autodeterminación, que Sartre ya tenía clara en 1949, es uno de los mayores elementos sobre los cuales se levanta el mundo de la posguerra. Al final de la II Guerra Mundial los existencialistas pensaban en construir un mundo que no cometiera los mismos errores que el que acababa de destruirse. Eso implicaba crecer y hacerse adulto muy rápidamente, porque teníamos que ser capaces de manejar el pánico ante un mundo que comenzaba la carrera nuclear. Si bien se desarrolló un cierto entusiasmo asociado a la forma de pensar y vivir el existencialismo, su mayor rasgo fue una necesidad enorme de inventar formas nuevas de hacer las cosas: relacionarse, enamorarse, divertirse. Formas que fueran completamente distintas a las que sus padres usaron. Justamente porque muchas de aquellas ideas prosperaron y se convirtieron en una conquista, no deberíamos olvidarlas.

-¿Qué piensa de la relación de Sartre con el Comunismo? Al Daniel El Rojo de entonces no lo convenció, porque lo echó de Nanterre en mayo del 68. 

-Sartre estaba buscando algún tema que él pudiese trabajar y darle perspectiva política. Él creía en la idea de un mundo sin pobreza, ni guerra, ni fascismo. Había optimismo en su creencia. Se dio cuenta de que la filosofía debía comprometerse,. Eso en cierta forma acercó sus ideas a corrientes como la del comunismo.

-¿A qué lo atribuye: candidez, eurocentrismo, adanismo?

-No estoy de acuerdo. Sartre tuvo magníficas ideas, el problema es que estaban casi todas equivocadas. Habría que rescatar ese impulso optimista de querer creer en algo como eso. Incluso admiro que continuara buscando una solución.

Un detalle de la portada del ensayo de Bakewell.

-Simone de Beauvoir y él hicieron su propio Safari ideológico, prácticamente un road-show…

-Eran muy curiosos y fueron a muchos sitios: Cuba o China, por ejemplo. Pero también es cierto que la gente también sentía mucha curiosidad por ellos y por eso los invitaban a todas partes.

-Las primeras 'celebrities' de la fenomenología, casi.

-Ellos emergieron en un momento de eclosión de la cultura de masas y los medios de comunicación, y eso se extendía a una noción y un acercamiento al mundo: la capacidad de publicar, de mover y difundir información, tener una rápida respuesta a lo que escribían, todo eso influyó. Que sus obras y los que ellos escribieran circulara más rápido y llegara a más personas, formó y generó una explosión de escritura y discusión filosófica.

"El espíritu de la ocupación pulverizó la vocación de libertad de cada individuo. Parecían desencantados y desentendidos de la posibilidad de ser libres"

-¿De qué forma la culpa que sintió Europa en la posguerra intervino en el pensamiento de los existencialistas?

-Si quieres libertad debes responsabilizarte de tus decisiones y de las consecuencias que tienen, incluyendo la culpa, que debes llevar con suficiente cuidado para que no te paralice. El espíritu de la ocupación pulverizó la vocación de libertad de cada individuo. Parecían desencantados y desentendidos de la posibilidad de ser libres. El debate de la culpa tiene distintos contextos y discusiones y el existencialismo entró en ese campo, porque el existencialismo es todo lo contrario de poner excusas.

- ¿Por qué se extinguió la figura del hombre de letras del XIX? Si incluso sobrevivió al XX, ¿qué pasó?

-Los personajes que hoy emergen invitando a pensar y actuar ya no son intelectuales. Incluso, ha dejado de existir tal cosa como un intelectual público. Ahora existen otros campos en los que esas mismas ideas se diseminan. Hay modeladores de opinión que se manifiestan en Twitter, que escriben blogs. La idea de ese intelectual que lo sabía todo y escribía sobre todo ha desaparecido. En una sociedad donde todo el mundo tiene Twitter, no tiene sentido la figura del intelectual que alumbra y descubre el mundo a las personas, entre otras cosas es porque no somos capaces de aceptarlo.

-¿Qué pensaría Foucault de Twitter?

-Foucault se habría enganchado al Twitter. Seguro no habría parado de usarlo: encantando al ver cómo un tuit suyo se retuitea miles de veces al día.

"En una sociedad donde todo el mundo tiene Twitter, no tiene sentido la figura del intelectual que alumbra y descubre el mundo a las personas"

-A raíz de Charlie Hebdo las personas comenzaron a leer y comprar El Tratado de la tolerancia, de Voltaire. Irónico, ¿no? Vivimos en el  menos tolerante de los mundos.

-Puede que tenga un punto de eso, pero si lo ves en perspectiva comprobarás que no es así. Antes, si disentías o contradenías el orden, eras ejecutado, condenado. La más mínima defensa era impensable.

-Bueno, ya se encargan de mantener el orden algunas de las hordas de personas tolerantes que andan sueltas.

-Ya, pero no hemos retrocedido a resolver las cosas con un Auto de fe. Hay que ver los hechos con perspectiva. Cuando pensamos que algo está peor, es porque en realidad hemos mejorado.

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