Cultura

Saúl Jiménez Fortes: el torero que amaba las matemáticas y dejó plantada a la muerte

Los milagros a su favor ya los consumió, dice el joven torero malagueño. Tras sufrir dos brutales cornadas, volvió a los ruedos con el más luminoso de los trajes: su empeño.

Son las nueve de la mañana de un sábado de octubre. Llueve a cántaros. En la estación de trenes de Atocha un turismo gris detiene la marcha. El conductor baja del coche. Tiene 26 años y 16 heridas por asta de toro; le faltan apenas diez más para completar su edad con cicatrices. Empapado por los goterones del aguacero, el torero Saúl Jiménez Fortes (Málaga, 1990) tiende la mano para estrechar la de quien se presenta como periodista. Nunca unos buenos días fueron tan parecidos a una suerte cargada: la pierna de salida adelantada, el brazo seguro que atiende al saludo como si ejecutara un cite con la muleta. En Fortes hay elegancia y escarmiento. También ojos limpios, puntualidad y el paso firme de los que regresan de la muerte.

Saúl Jiménez Fortes tiene 26 años y 16 heridas por asta de toro; le faltan apenas diez más para completar su edad con cicatrices.

Los milagros que tenía a su favor ya los gastó en Madrid y Vitigudino, dice Jiménez Fortes mientras, ya al volante, busca la vía menos congestionada para incorporarse a la M-30 en dirección San Sebastián de los Reyes. En media hora ofrecerá una clase de toreo de salón para aficionados prácticos. Tras casi un año de su reaparición, no se fía el diestro, no de la ruta del navegador, sino de si habrá para él un tercer milagro. El primero ocurrió en la plaza de Toros de Las Ventas, luego de que un toro de Domenqc casi le cortara la yugular. El segundo fue tres meses después, en Vitigudino, un pueblo a 70 kilómetros de Salamanca, cuando el tercero de la tarde levantó a JIménez Fortes del suelo enganchándolo por la barbilla. Le hundió el pitón derecho hasta casi llegar a la base del cráneo.

El torero Saúl Jiménez Fortes durante uno de los momentos del reportaje.

Para referirse a Vitigudino, el malagueño usa expresiones genéricas. 'Lo que pasó'. 'Aquello'. 'Esa tarde'. Salvó la vida de forma asombrosa y afrontó una recuperación en la que tuvo que aprender a hablar y comer. Reapareció seis meses después, un 21 de febrero de 2016, en la madrileña plaza de Vista Alegre en un mano a mano con David Mora, quien también volvía a pisar el albero dos años después de que un toro le arrancara la femoral. El 2016, que comenzó como una apertura de la realidad –eso que ha de ocurrir  y atestiguarse para que lo excepcional sea considerado milagro-,  ha transcurrido para Saúl Jiménez Fortes de otra forma, casi con otra velocidad, la de quienes vuelven a la vida tras dejarse la yugular prendida en los cuernos de una tarde de verano. 

Los milagros que tenía a su favor ya los gastó en Madrid y Vitigudino, dice el torero malagueño Jiménez Fortes mientras conduce en dirección de San Sebastián de los Reyes.

Esta temporada Saúl Jiménez Fortes ha hecho el paseíllo en varias ocasiones, siempre tocado por ese brillo que proviene no de los canutillos de los caireles, sino de esa rara luz que proyectan quienes han entendido lo importante: que en esta vida, siempre se está de paso. Un sonido molesto y regañón recuerda que hay un cinturón de seguridad sin abrochar. Es la fotógrafa, que se ha zafado para retratar, un poco más cerca, al hombre de ojos claros y 16 heridas que conduce, bajo la lluvia, en dirección San Sebastián de los Reyes.

 Saúl Jiménez Fortes durante una sesión de toreo de salón.

                 La primera vez que Saúl Jiménez Fortes toreó con público fue un primero de enero del año 2006: el día de su cumpleaños número 16, la edad que sus padres convinieron para que se plantara ante un novillo. Ni antes ni después. El chico ya tenía dos años en la escuela taurina de Málaga, ya entonces tenía en mente el toro pero también la Ingeniería Industrial. Saúl es el hijo menor del matrimonio entre Gaspar Jiménez, un banderillero que se retiró para ser empresario taurino, y Mary Fortes Roca, una de las primeras mujeres toreras de la transición española.

Durante más de tres décadas, el toreo a pie estuvo prohibido para las mujeres y no fue hasta 1974 cuando una sentencia legal abolió la medida. Unos meses más tarde, Mary Fortes Roca, la madre de Saúl, debutó en Vélez Málaga un 25 de septiembre de 1975. Toreó 60 novilladas pero una lesión en la rodilla  le impidió continuar. Tras retirarse, se dedicó a dar clases en la escuela taurina de Málaga. A su primera hija la llamó Verónica y al siguiente Saúl. En esta familia vientre y bestia han estado cerca. Y mucho.

-A usted lo de torero le viene desde antes del paritorio.

-Sí, mi madre fue de las primeras mujeres toreras, en los años setenta. Mi padre fue su banderillero. Después se retiró y se dedicó a ser empresario taurino. En aquel entonces, mi madre tenía apalabrado tomar la alternativa en Jaén, pero justo un mes después tuvo un percance con un toro que ya estaba prácticamente agonizando. El animal pegó un arreón y cayó sobre ella. Su pierna quedó debajo del novillo. Aunque se operó varias veces, quedó la lesión. Siempre sentía molestias. Por eso se retiró.

-Su madre era la menos indicada para decirle que no se dedicara usted a torear. Asumo que no se lo impidió.

-Cuando mi madre dijo que quería ser torera no la ayudó nadie. Mi abuelo le dijo: 'Oye Mary: o toro o casa'. Ella le respondió: 'Papá, haré como que no he escuchado nada. Mañana, si quieres que me vaya de casa, me lo vuelves a preguntar'. Al día siguiente, mi abuelo le dijo: 'Mary: he visto que hay una novillada en Castellón. Si quieres vamos juntos'. Fue su manera de pedirle perdón y mostrarle su apoyo.

Fortes es el hijo menor del matrimonio entre un banderillero que se retiró para ser empresario taurino y Mary Fortes Roca, una de las primeras mujeres toreras de la transición española.

-En una España como aquella, ¿por qué su madre quiso hacerse torera?

-En realidad pasó de querer ser monja a querer ser torera. Yo la entiendo, porque está más relacionado de lo que parece: un torero tiene que buscar mucho dentro de sí mismo y sacrificar muchas cosas. Aunque, claro, desde fuera no se comprende tanto.

-Usted tiene una hermana mayor. Verónica, ¿cierto?

-Sí. Ella y yo nos llevamos seis años. Cuando dije que quería torear no se lo tomó muy bien. Ahora sí, pero en ese momento no.  Creo que el día que me retire será un alivio para ellos.

- ¿Su madre lo corrige?

-Ya no tanto, al comienzo sí. Pero, claro, yo de ella lo que quiero es una madre no una torera. Paso mucho tiempo fuera y cuando estoy en Málaga con ella, deseo compartir como hijo. Mi madre tiene 78 y todavía tiene la actitud del toreo.

"Cuando mi madre dijo que quería ser torera no la ayudó nadie. Mi abuelo le dijo: Oye Mary: o toro o casa".

-Usted nació junto al mar, pero pasa la mayoría del tiempo en el campo. ¿Por qué es tan importante para los toreros?

 -Cada día aprecio más el mar, especialmente al volver a Málaga. Pero el campo es otra cosa. Encierra el proceso entero de preparación. Estás mejor ahí que en la plaza. Te centras en el animal, la mirada del toro, en comprender su instinto. Cuando consigues hacer eso en la plaza, olvidarte del público y centrarte en la relación el toro, es cuando pasa lo importante.

-¿Pero por qué el campo? ¿Acaso porque no hay público, ni burladero? ¿Por qué les resulta tan místico a los toreros?

-Parece que no, pero en la plaza hay mucho ruido. En el campo los sonidos y olores son muy fuertes. Eso en la plaza no existe o no se da de la misma manera. Al no existir el callejón, en el campo hay menos presión y más belleza. Todo es mucho más intenso. Hasta el olor a pintón quemado se siente más en el campo.

-¿Pitón quemado?

-Es muy curioso –Fortes ríe, es la primera vez que lo hace desde que comenzó el viaje-, porque al reventar contra el burladero o embestir contra una superficie y cuando los pitones del toro chocan, se produce ese olor tan característico.

-¿Cuál es para usted el momento de más tensión y miedo en la plaza?

-Cuando el toro va a salir.

Saúl Jiménez Fortes, durante la sesión de toreo de Salón.

               Llueve sin parar desde hace cuatro días y en lo que va de mañana, el asunto no mejora. La plaza de toros de San Sebastián de los Reyes está cerrada a cal y canto. Con la arena mojada es imposible dar siquiera cuatro pases de toreo de salón. Un par de calles más arriba del coso, los organizadores han conseguido un lugar amplio y bajo techo donde celebrar la clase. De camino al lugar, Jiménez Fortes confirma la cantidad exacta de las heridas que ha recibido. Son 16. Una cifra en la que sólo considera aquellas que ha recibido por pitones, el resto no. "Estos son otra cosa –dice señalando con normalidad sus manos astilladas por cicatrices–, son cortes. Me los he hecho con banderillas, a veces entrando a matar. Pero heridas de cornada son 16", explica.

"Justo después de la cornada estuve mes y medio con una sonda gástrica. Tenía el paladar roto, tuvieron que reconstruirlo casi todo"

Antes de llegar al lugar acordado, Jiménez Fortes busca una farmacia. Constatar que los toreros beben café con sacarina y toman antigripales puede descolocar a quienes tienen en la cabeza que sólo beben agua en un vaso de plata. Un catarro mal curado y casi media hora de conversación hacen que la voz de Saúl Jiménez Fortes comience a fallar. Le quedan por delante casi dos horas de clase y aunque nunca se ha visto que alguien mate a un toro con la voz, estaría bien que los aficionados que lo esperan pudieran escuchar sus indicaciones . Ya en la farmacia, Jiménez Fortes se hace con la medicina y aunque podría, e incluso debería, no quiere dejar de conversar. Estará afónico, pero es un hombre de palabra.

-La última cornada ha sido la peor de su carrera. Ocurrió en agosto de 2015 y usted reapareció en febrero de 2016, en Vista Alegre. ¿Qué pasó en esos seis meses?

-Justo después de la cornada estuve mes y medio con una sonda gástrica. Tenía el paladar roto, tuvieron que reconstruirlo casi todo. La cornada llegó a la base del cráneo. Fue un proceso complicado. Perdí mucho peso y quedé muy débil, también tuve anemia. Pasó un tiempo para que pudiese andar sin apoyarme en algo.

-Ésa –quien pregunta señala la cicatriz en cuello- fue apenas un mes antes, ¿cierto?

-Sí, fue ésta, lado a lado… dice señalando la marca con normalidad, sin jactancia alguna. Ocurrió en mayo en Las Ventas, durante San Isidro. Reaparecí en junio. Tuve mucha suerte porque el pitón apenas cortó el músculo. Fue un milagro. Me costó un poquito más volver torear pero lo asimilé muy rápido, dijimos: venga, fue un milagro, y volví. Y entonces llegó agosto y pasó eso.

"Tuve mucha suerte porque el pitón apenas cortó el músculo. Fue un milagro. Me costó un poco más y reaparecí. Entonces pasó lo que pasó"

-¿Con 'eso' se refiere a Vitigudino, cierto?   

-Sí, fue una corrida en un pueblo a 60 kilómetros de Salamanca. Fue una cornada parecida, en el mismo lugar. Aquello fue como decir: ‘Ya va un segundo milagro. Quizá no haya más.

- ¿Qué diferencia al Saúl Jiménez Fortes de hoy del de entonces?

-Soy distinto, claro, pero sin proponérmelo.  De manera natural ha cambiado mi percepción sobre lo que ocurre, incluso sobre el tiempo. Veo las cosas de otra forma, aprecio mucho más las horas que comparto con mi familia y mis amigos. Antes era un poco más egoísta (el mundo del toro absorbe mucho) o incluso vanidoso. Después de una experiencia como ésa, comienzas a tener claro que estás aquí de paso.

-Antes de reaparecer, y en la plaza donde ocurrió todo, lidió dos reses de la misma ganadería y usó el mismo traje de aquel día. ¿Por qué?

-Antes de reaparecer, se montó un pequeño evento en esa plaza y sí, fue con la misma ganadería. Ya había toreado en el campo, pero quería saber si había superado lo que había ocurrido antes de reaparecer en Vista Alegre.

"Después de una experiencia como ésa, comienzas a tener claro que estás aquí de paso"

-¿El mismo traje, el mismo lugar? ¿No le pareció…?

-¿Sádico?

-Iba a decir catártico…

-Necesitaba probar, en público y ante el público, cuáles eran mis sensaciones. Si lo conseguía ahí sería más sencillo.

-El hecho de que haya sufrido 16 cornadas, indica que su relación con el toro es muy cercana, muy directa

-Muchas han sido errores míos, o porque he tardado más en asimilar la técnica, pero también porque he mantenido la inocencia más tiempo.

-¿Mantener la inocencia?

-Intento conservar un toreo lo más parecido posible al que tenía en mente de niño o o al que aspiro cuando toreo salón. Me he mantenido durante mucho tiempo intentando mantener esa idea más inocente y más pura.

"Hubo un momento en me pregunté qué hacer. No tenía ninguna secuela física y podía torear, pero no me sentía todavía con fuerzas"

-¿Incluso después de la última cornada?

-... –Fortes hace una pausa–Hace un rato me preguntaste si mi madre se había opuesto a que yo toreara.

-Sí.

-Cuando quise reaparecer,  ni mi madre ni  nadie de mi entorno me dijo: 'No vuelvas',  tampoco 'Vamos a reaparecer'.

-¿Por qué lo dice? ¿A qué se refiere?

-Porque hubo un momento en me pregunté qué hacer. No tenía ninguna secuela física y podía torear, pero no me sentía todavía con fuerzas. Fueron dos avisos muy seguidos. Me dije:  ‘Oye, van dos… y ¿porqué? ¿por qué a mí’?. Que hayan sido dos no quiere decir pueda existir una tercera.

"Fueron dos avisos muy seguidos. Me dije: ‘Oye, van dos… y ¿porqué? ¿por qué a mí’?. Que hayan sido dos no quiere decir pueda existir una tercera"

-¿Tiene miedo?

-Voy a contar algo que quizá lo explique. Reaparecí en Vista Alegre, en febrero. Un mes después, aunque ya estaba de vuelta y activo, toreé en un pueblecito de Navarra. Vitigudino  fue un lugar complicado, cuando pasó lo de agosto había pocos medios para operarme. Esta primera corrida de la que hablo fue en un pueblito, la primera que tenía después de Vitigudino. De camino, en la furgoneta, mientras miraba los nombres de los pueblos que pasábamos, pensaba: ‘Lo más cercano es Pamplona’. Le daba vueltas a la cabeza sobre qué pueblo estaba más cerca para atenderme si pasaba algo. No estuve bien en la corrida, porque estaba pensando en eso. Ya no me ocurre, pero en esos días sí y me afectaba.

-¿Conserva en su cabeza una imagen de lo que ocurrió en Vitigudino?

-No es un tema del que haya hablado mucho… -Jiménez Fortes hace una pausa ante un café con leche corto de café, como para ordenar las ideas-. A veces, los taurinos no vemos la sangre. O no reparamos en ella. Estamos demasiado acostumbrados. Después de lo que pasó, comencé a prestar más atención. Me volví más sensible a la sangre. Durante los días siguientes, tras recuperarme de la anestesia y ya en la UCI, pensé sobre eso. No es que me hubiese vuelto antitaurino, pero me había dado cuenta de algo. Aquel día, lo primero que hice cuando ocurrió todo, fue llevarme la mano a la boca. Sangraba mucho. Yo estaba experimentando la misma imagen de la hemorragia que los antitaurinos utilizan. De pronto sentí que ese mismo dolor que sentía, lo había provocado yo muchas veces. Tuve muchas pesadillas de toros que cogían, muchas.

"Aquel día, lo primero que hice cuando ocurrió todo, fue llevarme la mano a la boca. Sangraba mucho"

-¿Esa imagen todavía lo visita? ¿Vuelve a su cabeza al momento de torear?

-Ya no. Los primeros toros fueron importantes para romper eso. La primera vez que me puse delante de un toro sí me costó mucho. Aunque él no hiciera nada por ir a por mí, me sentía tenso. Me repetía: tranquilo, tú le pones la muleta en el ojo. Si te quedas quieto y se mueve la muleta, él va a ir a la muleta no a por ti. Tuve que racionalizar eso.

-¿Cómo ha cambiado su relación con el miedo?

-Ahora soy más consciente. Pero es relativo. Si hubiese sufrido estas dos cogidas en el primer año de mi carrera, quizá también hubiese seguido, pero el hecho de haber superado otras más, también ayuda.  Aquí hay algo importante: cuál es la cantidad de miedo que eres capaz de soportar –ahora sí, Fortes comienza a perder la voz, que raspa y se atasca-. Llegará un momento de tu carrera en que tienes tanto dominio, tanta confianza, que puedes llegar a dejar atrás el miedo, pero debe pasar tiempo y tener mucha confianza en ti mismo y sin embargo, los días en que más te expones ante el toro, más miedo pasas.

Saúl Jiménez Fortes, fotografiado por Lisbeth Salas. 

          Aquella tarde de invierno, Saúl Jiménez Fortes llegó a la arena de Vista Alegre vestido de salmón y oro. Una pequeña luna de sangre le mordía el ojo derecho, ligeramente ensombrecido por un cardenal. Un percance en el campo, nada especial, dijo su entorno para salir al paso a las preguntas. El asunto no era tan sencillo. Desde niño, Saúl Jiménez Fortes sufre de epilepsia. La cicatriz de aquel domingo era el rastro de un desmayo producto de un ataque que sufrió en la víspera de su reaparición. Para alguien que dejó plantada a la muerte en dos ocasiones, que aprendió a comer y a hablar otra vez, no era momento de echarse para atrás. La medicación indicada, las horas de entrenamiento y una cierta voluntad estoica no impidieron el paseíllo esa tarde. Ni ésa ni las anteriores.

"Para alguien que dejó plantada a la muerte en dos ocasiones, que aprendió a comer y a hablar otra vez, no era momento de echarse para atrás"

Quienes saben de tauromaquia, quienes llevan años dedicándose a ella o apreciándola, dicen que se es torero dentro y fuera de la plaza. Que las verdaderas figuras viven con una disposición parecida a la de su oficio. Algo de eso hay en este hombre capaz de leer a Bram Stoker mientras se recupera de una cornada que le ha roto el paladar. Alguien que lleva impresas 16 cicatrices y que sale todas las tardes, con una espada bajo el brazo, a medirse con un astado de media tonelada. Porque de eso va esto: de morir o vivir, eso que no cabe en una bandejita de tofu y que la sociedad parece camuflar en su creciente rechazo por la tauromaquia, acaso porque sabe que hay razones para temer a esas fuerzas que anteceden a quienes las desafían, tengan o no pitones. Y ése es el caso de Saúl Jiménez Fortes.

-Usted no eligió una profesión sencilla. Pero, además de eso, su epilepsia puede hacer más complejo. Hay un esfuerzo físico adicional. Es, a su manera, un …  

-Un hándicap –dice Fortes, como para sacar de un apuro a quien pregunta. El torero ha recuperado la voz que antes fallaba, como si lo que tuviera que decir fuera más urgente que la irritación de garganta–. Dos días antes de Vista Alegre tuve una crisis. Hubo un poco más de preocupación en mi entorno, porque no sabíamos cómo iba a estar. Me diagnosticaron con poca edad. Tuve unos años de epilepsia infantil. Lo controlamos con la medicación y prácticamente desapareció. A raíz de una voltereta con un novillo, en 2010, tuve un traumatismo craneoencefálico y a partir de ahí se volvió a desarrollar.

-¿Le afecta la medicación para torear?

-Procuro llevarlo con normalidad. Hay días en los que tienes sensaciones más extrañas. Me vuelco en muchos aspectos que debo trabajar no sólo como torero, sino como parte de mi día a día, la velocidad de percepción, por ejemplo. Eso ayuda a sobreponerte mejor de las limitaciones y los problemas.  Es una disciplina que debes cumplir todos los días.

-Respóndame algo: ¿por qué alguien de este siglo se dedica al toreo?

-No sé muy bien. No sé si nací con eso o es un instinto de querer expresar algo. Eso es independiente del tiempo y el lugar en el que vives. Y en buena medida influye el hecho de que sea una tradición presente en nuestra cultura. En África, por ejemplo, puede existir alguien con condiciones para ser muy buen torro y que sienta esa necesidad, que quizá termine expresando de otra forma. Aquí, como lo hemos visto, lo elegimos. Pero la fuerza detrás de eso es universal.

"Me gustaba mucho la física, la matemática, la química. Y es curioso, porque no tiene nada que ver. Es mundo cuantificable, y el toro no es así. No siempre dos más dos son cuatro"

-Si no hubiese sido torero, ¿a qué se habría dedicado?.

-Pues no lo sé… Yo estudié hasta primero de ingeniería industrial. Intenté compaginarlo con el toreo, pero era muy difícil. El toro te exige mucho. Decidí dejar la carrera cuando me di cuenta de que no dedicaba suficientes horas al toro y las que le dedicaba a la universidad tampoco me permitirían llevar la carrera bien. Me esforcé mucho para no dejar ninguna de las dos. En algunos casos, algunos compañeros que se dedican a esto, como les va bien en una competición regional, lo dejan todo y luego se dan cuenta de lo que han hecho. Yo no quería eso. Madrugaba muchísimo, me iba al gimnasio, después a estudiar y luego volvía a entrenar. Comencé a quitarme horas de sueño. Hasta que un día comencé a quedarme dormido mientras conducía y dije qué necesidad tengo. Me gustaba mucho la física, la matemática, la química. Y es curioso, porque no tiene nada que ver. Es mundo cuantificable, y el toro no es así. No siempre dos más dos son cuatro.

-¿Qué busca usted en una plaza de toros? ¿La puerta grande? ¿Demostrar que es valiente?

-Le doy poco valor al triunfo. Prefiero guiarme por las sensaciones. Si lo que he hecho es de calidad, para mí es de calidad. A veces me dicen en que tengo que ser más ambicioso en el triunfo. Pero si lo que he hecho me ha servido para crecer como torero aunque no haya triunfo, para mí tiene valor. Quizá me sirva más que algo que vaya a salir el día siguiente en el periódico.

-¿El ruedo se extiende hasta la vida normal?

-Se es torero todos los días. Hay muy pocos sitios donde no seas torero… Este año me he apuntado a una academia de inglés para sacarme el B1 –Fortes ríe, es la segunda vez en lo que va de mañana que lo hace-. Ahí no soy torero, soy alumno.

-¿Se envanecen los toreros? Viven con un mozo de espada, un apoderado, una cuadrilla que gira a su alrededor.

-Hay mucha gente que depende de ti. Es gente que trabaja contigo, también es cierto que hay otros a quienes les interesa algo de ti y hacen presión. Ahí es cuando puedes llegar a sentirte solo. Ese es el momento en que, tras un día de éxito, tienes 90 guasaps en el teléfono pero el día en el que las cosas no salen bien, no llama nadie. Y lo entiendo: qué le vas a decir a alguien ese día en que no quieres hablar con nadie. Eso no quiere decir que no necesites sentirte acompañado. Es ahí cuando se retrata todo el mundo: el que es tu amigo, el que quiere ascender a tu lado….

Jiménez Fortes en un momento de la sesión de toreo de salón.

           A Saúl Jiménez Fortes lo esperan más de 30 personas. En una silla aguardan un capote y una muleta, también unos pitones de resina para simular el movimiento del toro durante el entrenamiento. Fortes elige un capote. Lo sujeta con los pulgares alzándolo y recogiéndolo. Su voz, inexplicablemente, ha recobrado el timbre y la fuerza que el catarro había hecho mermar apenas unos segundos antes –todo sea dicho, dentro de dos horas no le quedará nada de voz-. Coge los tratos con lentitud, explica sus movimientos.

Quien lo mira, quien lo escucha, quien apunta sus frases en un papel, encuentra en Saúl Jiménez Fortes elegancia y escarmiento. Adivina los ojos claros y limpios de quienes miran el mundo con el corazón, también el paso lento de los que regresan de la muerte después de dejarla plantada, dos veces. Eso es Saúl Jiménez Fortes: un hombre que confiesa su gusto por las ciencias exactas y que sin embargo eligió el lado menos racional del mundo para ganarse la vida. Así está Saúl, a diario, lidiando con bestias: las que re recibe a puerta gayola en el albero pero también esas otras que pastan en su interior.

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