El feminismo se ha convertido en una doctrina insostenible. Es un barco ballenero que se hunde entre captura criminal y captura criminal, y que hay que abandonar antes de que nos haga cómplices del exterminio de todos nuestros derechos. Gran parte de las mujeres que ejemplifican los valores que el feminismo dice defender (es decir, mujeres independientes, libres, que no necesitan la protección paternal del chulo de turno) lo han abandonado ya, y siendo las únicas “feministas” en la práctica son las primeras en decir que no lo son. Hablamos en casi todos los casos de mujeres de derechas, que atravesando todos los estratos sociales, desde Cayetana Álvarez de Toledo hasta Begoña Gerpe, se declaran como contrarias al feminismo. Suelen ser aquellas más incapaces por subyugadas (puestas a menudo a dedo como en un teatro de marionetas o en un anuncio de Famosa) las que se proclaman feministas y las que aseguran contra toda lógica que ser de izquierdas es ser feminista. ¿Cómo hemos llegado a este embrollo?
Lo primero que hay que señalar es que estamos ante una ideología tan noble como monstruosa que en sus aspectos esenciales siempre ha sido una corriente propia de la derecha liberal y capitalista, por más que la izquierda la reclame como suya de manera trapacera y suicida y la derecha pretenda lavarse las manos olvidando que es su verdadera autora intelectual. Inserto en una lógica férreamente liberal, el feminismo apuesta por una teórica igualdad entre hombres y mujeres que, al ignorar la existencia de clases sociales, apenas ha cambiado la vida de aquellas mujeres que alimentan el imaginario de la opresión estructural femenina, aun cuando ha servido para conseguir una serie de importantes derechos formales (sufragio femenino, acceso a la esfera pública, etc.). Es innegable que existe una larga tradición de feministas socialistas que desde la mitad del s. XIX intentaron expropiar la defensa de los derechos de la mujer al feminismo burgués en boga, pero las Flora Tristán, Aleksandra Kolontái, Clara Zetkin o incluso Emma Goldman nunca consiguieron librarse de un inconsciente degeneradamente liberal al analizar las causas de la discriminación femenina. Podría parecer que las cosas cambiaron en las últimas décadas cuando al estilo de la legendaria Nancy Parsons, figuras como Silvia Federici, Nancy Fraser o Angela Davis han trabajado desde postulados de la izquierda real por un feminismo para el 99%, pero el sujeto ideal del feminismo (de manera paradójica, sobre todo del denominado feminismo de izquierda radical) ha seguido siendo una mujer sin hijos o una mujer liberada de ataduras económicas que puede externalizar el cuidado de los hijos y el hogar en otras mujeres para llevar a cabo su empresa de emancipación personal. Es decir, según el feminismo hegemónico emanciparse significa convertirse en una versión femenina, pansexual y subrepticiamente elitista del tan denostado varón blanco heterosexual.
El borrado de la mujer común que encarna las condiciones estructurales de opresión femenina (trabajadora precaria con hijos que participa en una división del trabajo con su pareja) ha traído como consecuencia que hoy en día cualquier macho pueda declararse mujer con solo desearlo. La izquierda ha sido en gran medida la causante de esta catástrofe al asimilar como universal la guerra de sexos burguesa en la que mujeres que ni trabajaban ni eran encargadas de llevar a cabo las labores de cuidado, reclamaban desempeñar un papel como el de sus maridos: en las clases bajas, por el contrario, hombre y mujer participaban de una brutal división del trabajo esencial para la supervivencia que causaba que el opresor real de la mujer no fuese el marido sino las condiciones económicas imperantes que le impedían a esta ser autónoma. Sin embargo, la izquierda, por medio de un análisis grotescamente engelsiano que asumió que la relación hombre-mujer era la explotación de clase originaria, ha acabado interiorizando que las causas de la opresión femenina no se encuentran en la estructura económica, sino en la naturaleza vil del hombre común con el que la mujer conforma o pudiera conformar una familia.
En consecuencia, la solución al machismo estructural no solo pasaría como dicta ahora la doctrina woke por convertirse en “mujer” a fuerza de deseo para así purificar todos los males que el hombre común representa, sino también y, sobre todo, en que la mujer se libere del yugo que simboliza el marido e incluso los hijos para entregarse a las bondades emancipadoras del mercado. Las enormes incoherencias de este enfoque son resueltas con un salto teórico-político al vacío que asegura que el hombre común expresa al mismo tiempo lo peor del patriarcado y del capitalismo, como si fuese posible ser inmovilista y tradicionalista (patriarcal) pero también innovador y destructor de toda vida anterior, formas de vida patriarcales incluidas (capitalista).
El momento de colapso en el que se encuentra el feminismo tiene que ver con no aceptar sus coordenadas ideológicas reales (el feminismo es abiertamente de derechas, o no es) y con lobotomizar las demandas de izquierda real al sustituirlas por una agenda punitivista y puritana. La izquierda nunca debió haber abrazado el feminismo, pues en tanto que fenómeno ilustrado-capitalista el feminismo ha intentado invisibilizar y extirpar del ámbito de lo pensable toda lucha de emancipación de la mujer que no tenga lugar en las asociales coordenadas capitalista-hobbessianas de la guerra de sexos. Si algo está mostrando el fenómeno mediático #Se acabó es que una vez que ha traicionado a la derecha y a la izquierda, el feminismo solo sirve a los intereses poshumanos imperantes (antisexuales y antinatalistas), y que cualquiera que actúe en conciencia debiera enfrentarse a la arbitraria suspensión de derechos básicos que promueve.
El feminismo es el nuevo imperialismo occidental
El feminismo hegemónico ha repetido hasta la saciedad que su milenarista misión es acabar con la visión occidental del mundo propia del varón blanco heterosexual, por más que no haya ninguna otra cultura en el planeta más que la occidental que sea “feminista” o LGTBI+. No en vano, si algo evidencia el lema que las jugadoras de Suecia y España mostraron sororizadas hace unos días (“#Se acabó: Nuestra lucha es una lucha global”) es que el feminismo es la nueva cruzada imperial del hombre blanco occidental para intentar expoliar el resto del globo en nombre de una doctrina a priori noble como pudo ser en su día para algunos, por delirante que parezca, la colonización civilizatoria de la India por parte de Inglaterra, o la hipócrita y sanguinaria defensa de los derechos de la mujer que legitimó la guerra de EEUU en Afganistán. Enteramente supremacista y occidental, esta declaración de guerra global se dirige en especial a las tradicionales sociedades eslavas (como no, Rusia) y a China, que insisten en seguir teniendo hijos y en mantener la familia como unidad básica de la estabilidad social e individual, así como de la riqueza (la disolución de la familia tradicional tiende a acabar con la pequeña propiedad) por más que estén, como nosotros, metidas hasta las trancas en la global revolución poshumana.
Se dirige a ellos aunque no solo, pues gran parte del circo mediático alentado por las jugadoras de la selección española de fútbol (excepto Athenea de Castillo, ¡heterosexual y del Real Madrid!) pretende mostrar al mundo de mano del Gobierno PSOE-Unidas Podemos que España es el país más machista y racista de Occidente para así legitimar la necesidad de una victoria electoral que conlleva, además, la promesa un disciplinamiento poblacional en toda regla. La arbitrariedad y la obediencia mediática es la clave de esta nueva forma de autoritarismo que, tomando como excusa el piquito-bomba de Luis Rubiales, está mostrando en toda su crudeza la “democracia vegana, carnicería medieval” (Ignacio Castro Rey) en la que vivimos. #Se acabó lleva, de hecho, las ansias punitivistas del feminismo al máximo para dividir a la sociedad entre una casta dominante y otra subyugada a la que se puede y se debe someter a todo tipo de vejaciones recibiendo el aplauso político y mediático. Pensemos que se ha aclamado a las jugadoras de la selección española por conseguir sin motivo alguno la destitución del entrenador con el que se proclamaron campeonas del mundo pero aduciendo, según varios medios, en un tono perdonavidas, machista y arbitrario que aunque era un buen tipo no tenía idea de fútbol. El nombramiento de Montse Tomé (hasta entonces segunda entrenadora) fue recibido también en términos distópicamente machistas, pues varias jugadoras parecen haber pedido su cabeza alegando que no dispone de experiencia suficiente para dirigir a una selección como la española, y que además cometió la imprudencia de desobedecerlas al convocarlas contra su voluntad.
Estamos ante un matonismo que supera las coordenadas disciplinatorias del machismo y naturaliza lógicas deshumanizadoras en las que no existe ni tan siquiera la tiránica excepción del soberano. La antigua capitana de la selección Vero Boquete ejemplifica a la perfección este régimen intimidatorio, pues cual babosa de taberna se permitió humillar y denigrar en público varias veces al seleccionador cesado sin recibir crítica alguna ni rectificar (algo inimaginable si lo hiciera cualquier jugador) y siendo aclamada como aguerrida feminista. Es curioso que si Boquete lucha por la igualdad no cuestione el asqueroso paternalismo institucional que hace que sea ella, y no mitos futbolísticos gallegos como Luis Suarez o Amancio Amaro, la que da el nombre al estadio más importante de Galicia después de Riazor y Balaídos. Esta apología por la arbitrariedad, y por una violencia paródicamente machista que parece inspirarse en lógicas como las atribuidas a La Manada, es la que explica algunos de los videos promocionales del Ministerio de Igualdad reclamando el derecho de las obesas a follarse a pibones (un gordo mostrando interés en una disco por una mujer atractiva sería, claro, un pervertido), o el aplauso mediático a series hembristas como Autodefensa, co-dirigida y co-protagonizada por la prima pija de la pija Rigoberta Bandini (todo queda en casa, sobre todo la revolución, que ahora sí, será televisada).
Estamos ante un matonismo que supera las coordenadas disciplinatorias del machismo y naturaliza lógicas deshumanizadoras
La imposición mediática del movimiento #Se acabó no guarda desde luego relación con la promoción de comportamientos ejemplares (¿nadie ha visto a la estricta Jenni Hermoso hacer cortes de manga en pleno partido a sus oponentes o corear exaltada como representante de España el supremacismo madrileño sobre el resto de españoles?) ni mucho menos con reclamar la igualdad salarial entre hombres y mujeres. El objetivo no es otro que legitimar un régimen plutocrático de dominio ciudadano que el mundo del fútbol representa a la perfección, pues no hay nada más contrario a la igualdad ni a la ética que todo lo que el fútbol significa hoy en día. #Se acabó explota, por eso, la vertiente más distópica del feminismo para promocionar unos modelos de comportamiento anti-humano que son los propios del poshumanismo. El piquito palomo de Luis Rubiales ha sido el sádico detonante porque el puritanismo sexual, promotor de una sociedad de psicópatas que no pierdan el tiempo en engorrosos e improductivos trámites amorosos y se dediquen a producir/consumir, es uno de los puntos de arranque para llegar a un metaverso global formado por individuos aislados en red.
Pero no nos engañemos. El peligro real de #Se acabó radica en que trasciende las coordenadas puritanas de un hipotético Me too del fútbol y convierte a heroínas como Jennifer Hermoso, creadas mediante golpes de estado mediáticos, en defensoras indirectas de una agenda femenina y poshumana que pretende lavarle el cerebro a ciudadanía. El antinatalismo, resultado de una inconsciente banalización del derecho al aborto, es uno de los principales elementos de este nuevo programa que hoy en día va un paso más allá fomentando movimientos como el de las madres arrepentidas ya en su madurez (¿podríamos hablar de padres arrepentidos?) que hacen pensable y practicable la barbarie. #Se acabó pertenece a la genealogía del machismo más integrista porque en lugar de mandar patriarcalmente a los hombres a la guerra convierte a las mujeres en carne de cañón al hacer de ellas los sujetos en los que experimentar la viabilidad de una sociedad poshumana. En pocos años puede que veamos, por ejemplo, como la víctima de toda la fábula del empoderamiento a través del antinatalismo y el enjoy yourself será una mujer en edad no reproductiva que verá como su macho compañero de lucha se reproducirá con jovialidad viejuna.
Es por eso que sí, se acabó. El feminismo ha salido del armario y nos promete que la vida real, liberada de toda la vileza, estupidez biológica e hipersexualidad humana empieza ahora. La nueva consigna es no folles con nadie que no seas tú misma, hazle caso a Miley Cyrus y cómprate tú las romanticonas flores, baila en público cogiendo tu propia mano, háblate durante horas, no tengas hijos (si los has tenido, arrepiéntete que quizás estés a tiempo de salvarte) porque solo así podrás quererte y asegurarte de que nadie invadirá tu espacio sacando más provecho que tú. Es así, quizás, como los poshumanos comienzan a alejarse de nosotros, los homo sapiens.
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