Tardaron año y medio en rodarlo. Lo hicieron solos, sin apoyo financiero y con prácticamente ningún conocimiento audiovisual, lo cual -en honor a la verdad-, se nota en ocasiones. Pero lo sustantivo es otra cosa. Aquí lo importante no es el tiro de cámara que no da en la diana, ni el pulso vacilante de quien sigue a otro tras el objetivo. Aquello que significa está en otra parte, acaso en el tiempo verbal, en la formulación de la pregunta que da nombre a este asunto. La interrogación, bien utilizada, siempre será un garfio. Hablamos de Vida y ficción: ¿por qué seguimos escribiendo?, un documental de los escritores José Ovejero y Edurne Portela que reúne el testimonio de 15 escritores que responden, de formas diferentes, a la misma pregunta: qué motiva a determinados hombres y mujeres a colocarse ante la página en blanco y vaciarse ante ella como quien dispara en un bosque en el que –a juzgar por las cifras de lectores- nadie escucha. Si el árbol que cae sin testigos, ¿realmente se desploma?
La interrogación, bien utilizada, siempre será un garfio. Hablamos de Vida y ficción: ¿por qué seguimos escribiendo?, un documental de José Ovejero y Edurne Portela
Escritores como Marta Sanz, Luisgé Martín, Andrés Neumann, Sergio del Molino, Fernando Royuela, Antonio Orejudo, Juan Gabriel Vásquez, Sara Mesa, Rosa Montero, Aixa de la Cruz, Juan Carlos Méndez Guédez, Manuel Vilas o Ana Merino aportan coordenadas en la árida estepa de la vocación… y del oficio. Todos intentan regar con sus respuestas ese lugar sin frutos en el que se ha convertido la literatura… para algunos. El tema, insisto, es otro: se gesta en las preocupaciones de un hombre o una mujer, sean o no ganadores del Anagrama, y en cuyo interior resuenan los agobios de otros, incluyendo a quienes escuchan en la oscuridad, tomando apuntes, en una sala de proyección. Ahí también se desploman los árboles. Ahí también.
La infancia, la recuperación de la inocencia, la conexión con el pasado, el compromiso con el presente, la tesela del individuo y el mosaico de todos… ¿Qué no cabe en las razones de estos escritores? Mejor dicho, ¿qué queda fuera de ellas? La respuesta dura lo que este documental en el que un narrador siempre de espaldas al espectador, José Ovejero, hace las veces de guía. En este relato, un escritor sin rostro da pie a una Rosa Montero que pasea sus perros en un bosque o a un Antonio Orejudo al que lo devora la ventisca de un desierto. Uno tras otro explican qué buscan en la página en blanco. Arar el espacio que queda entre el cursor que titila y el corazón que retumba. Esa pagoda de la que, a veces, salen los libros.
Sus responsables esperan a que la televisión pública lo difunda. Hasta que eso ocurra, Portela y Ovejero intentarán proyectarlo en festivales y encuentros literarios.
Al preguntar la razón por la cual eligieron a estos escritores en lugar de otros, tanto Edurne Portela como José Ovejero tartamudean. En un comienzo pensaron en 30 autores, dicen. Visto así, el asunto rozaba lo irrealizable. Por eso comenzaron a recortar; y de la treintena pasaron a la mitad. No descartan una segunda entrega. De momento, todo depende de cuán lejos llegue lo que, con ojos prácticos, parece un brindis al sol. Y ojalá no lo sea. Pero, al grano: el documental, de momento, no puede verse en ninguna sala comercial. Sus responsables esperan a que la televisión pública lo difunda. Hasta que eso ocurra, Portela y Ovejero intentarán proyectarlo en festivales y encuentros literarios. Habría que decir, porque toca, que todo en este documental es literario, hasta el compositor de la música: David Villanueva, músico y editor de Demipage.
Entre medias, entre lo hecho y su fruto, quedan joyas. Por ejemplo, el escritor colombiano y Premio Alfaguara Juan Gabriel Vásquez, quien se explica ante una mesa de pool: "Todos mis libros tratan de responder a la idea de qué hacemos con nuestros muertos. Escribo para saber de qué formas nuestras violencias pasadas se van heredando. La literatura es donde protegemos nuestras verdades del poder del olvido". Y también a un Juan Carlos Méndez Guédez, sentado en el banco de un parque que lo supera, quien explica cómo entre Venezuela y España busca su propia sutura geográfica: “La literatura puede mezclar en un mismo párrafo dos lugares y dos tiempos distintos. Siempre me fascinó eso (...) Escribo para que los lugares no nos olviden”.
"La novela te salva de la disolución, te defiende del agujero de la muerte y te une a los demás", dice Rosa Montero
Pero hay más, un Antonio Orejudo que se ríe de sí mismo: "Me siento cercano a los escritores del XVII español, una escritura con humor que viene del desengaño. De que las cosas no fueron como nos dijeron (...) Tenemos una visión penitencial de la cultura, siempre sospechamos de los libros que nos hacen reír". O acaso, también, un Rafa Reig que toma partido, en el lado siempre contrario, o a una Rosa Montero que exclama, a voces –Portela y Ovejero no contrataron técnicos de sonido-: "La novela te salva de la disolución, te defiende del agujero de la muerte y te une a los demás".
Eso es este documental, un andar por casa bello en su concepción aunque derrape, ya casi al final, en queja libresca del incomprendido. En esta historia hay muchas verdades y cada una lleva su parte de razón: la literatura tiene menos espacio en los medios, se lee menos y peor; se publica más y de menos calidad… pero hay algo más. Si todavía hoy existen quienes todavía escriben, es acaso porque un garfio sujeta con fuerza. Sea la de quienes pertenecen a sus muertos o confecciones dos países en un mismo párrafo, entre dos signos de interrogación queda lo importante … la pagoda en la que realmente arden los libros: la de quienes escriben y la que quienes leen. Ese es el fuego y el árbol. Ese es el incendio. Ése.
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