Cultura

Sergio 'Maravilla' Martínez: “El boxeo está mal enseñado”

En el brazo izquierdo lleva Sergio 'Maravilla' Martínez (Quilmes, Buenos Aires, 1975) tatuada la palabra “victoria” y “resistencia” en el derecho. Es noche cerrada en Vallecas. El campeón entrena en

En el brazo izquierdo lleva Sergio 'Maravilla' Martínez (Quilmes, Buenos Aires, 1975) tatuada la palabra “victoria” y “resistencia” en el derecho. Es noche cerrada en Vallecas. El campeón entrena en el gimnasio Detroit y al acabar la entrevista se pasará a hacer la compra. Hay luna llena, la llamada “luna del cazador”. Le pega a Maravilla, que no le gusta ni perder a las canicas. El Fútbol Club Barcelona, por cierto, va ganando desde el minuto treinta y seis al Dínamo de Kiev. Otro partido de Champions y carreras para no perder el Cercanías, la única victoria que se puede permitir un obrero a estas horas.

Hay lágrimas que dejan arruga mientras caen. Sin embargo, Maravilla no gasta de eso. Al menos no tanto cuando sonríe. Calza cuarenta y seis palos y hace menos de un mes ganaba al británico Brian Rose en la Plaza de Toros de Valdemoro en su tercer combate de vuelta al bocho tras haberse retirado en 2014. De hecho, y mientras tanto, se encuentra representando la obra Bengala en los Teatros Luchana de Madrid. Dice que le hace "extremadamente feli"» saber que el cuerpo y la mente todavía le responden a buen nivel, que puede seguir exigiéndose y que, de haberlo, todavía no sabe cuál es el techo. Se siente afortunado por ello, sabe que no mucha gente ha podido continuar en toda la historia. Piensa: “¡La puta madre! Puedo ser uno de los pocos que se da el lujo de seguir poniéndose metas de gente veinteañera". Por eso sigue en el ring, porque está bueno el desafío.

Facundo Quiroga

Pregunta: ¿Qué diferencia hay entre un muerto y un dormido?
Respuesta: No hay mucha diferencia. Lo poco que puede haber de diferencia es que si estás muerto la gente que te rodea te va a llorar. No todos, pero algunos te van a llorar, mientras que por el dormido no. Algunos se pueden apiadar, pero también se pueden cabrear. Una persona dormida puede llegar a molestar y un pueblo dormido entero puede ser muy fácil de dominar. Si una persona se duerme, hay que levantarla, despertarla y abrirle los ojos. No sé si hay que ayudarla, creo que no; solo hay que despertarla nada más. La gente no necesita ayuda. La gente necesita incentivos.

¿Cómo se despierta a alguien que está dormido?
Mostrándole la realidad, los beneficios que tiene el estar despierto. No hace falta indicarle el camino, porque el camino lo tiene que tejer uno solo. Cuando a veces me dicen que no encuentran motivación, yo les respondo: “Si no encontrás esa motivación, en algún momento te vas a morir y lo harás haciendo nada, sin dejar huella. Morís antes de irte al cielo". Te puedes morir así o te puedes morir a lo grande. Quien no se despierta con eso no se despierta con nada.

Todavía necesito charlas con psicólogos; hice terapia, pero cada tanto vuelvo

Entonces, ¿mejor arder deprisa que quemarse poco a poco?
Como la canción Hey hey, my my (into the black) de Neil Young. Es feo esto de la muerte, es muy injusta, muy traicionera, y no tendría uno que morirse. Pero está bueno saber que uno se muere, porque ahí encontrarás la felicidad. La felicidad no está en lo infinito, está en lo finito, por eso la felicidad es espontánea; se apaga en un instante y dura un momentito. Creo que se puede ir uno por la puerta grande sin arder. Poco a poco.

¿Qué era la felicidad para ti?
Tengo una infancia que cada día que miro para atrás me cuesta más aceptarla. Yo era muy raro. De hecho, el apodo mío era 'El raro'. Tengo partes en las que sufrí mucho bullying por ser raro. Lo sufrí en todos lados, incluso en mi propio entorno. Tengo una infancia que es muy difícil de digerir. Todavía necesito charlas con psicólogos. Hice terapia, pero cada tanto vuelvo a hablarle a un amigo psicólogo. Tuve una infancia con un padre muy ausente y yo estaba muy apegado a él. Eso hizo que dificultara las cosas con mi madre y con mis hermanos, que se aferraron a ella. Entonces era muy feliz cuando venía a casa mi padre, porque trabajaba lejos. En Argentina, en los años ochenta o setenta, cien kilómetros ya era lejos y él tenía que quedarse tres meses, que es el tiempo que estaba sin ver a mi viejo.

Eres el segundo de tres hermanos…
Soy el de los traumas (risas).

Cuando naciste, el 21 de febrero de 1975, el campeón mundial del peso medio era Carlos “Escopeta” Monzón, que había ganado por KO a Tony Mundine en el Estadio Luna Park de Buenos Aires el 5 de octubre de 1974. Mantuvo el título hasta que se retiró en 1977. Sin embargo, a ti lo que más te tiraba era el fútbol.
En realidad, más que el fútbol, era amante de los deportes. Empecé a jugar al frontón de chico, casi como quien sin darse cuenta entra un día a un sitio y ve que están jugando a algo contra una pared, pegándole a una pelota que rebotaba. Eso debía estar bueno. Me puse a jugar, me encantó, me volví loco. Después conocí el tenis y me enamoré. Luego conocí el ciclismo y me volví loco otra vez.

Hasta que te robaron la bicicleta.
El 31 de diciembre de 1990 a las diez y veintidós de la mañana. Estaba a media cuadra de mi casa, a cincuenta metros, y aparecieron dos tipos con un revólver cada uno. El pibe más grandes que yo me pegó cuatro tiros alrededor de las patas. Me bajé de la bici y me quedé quieto y se la di así. También me iba a sacar el reloj, pero solo querían la bicicleta. Miraron para los lados, por si los había visto alguien, pero nadie los vio, y si los vieron no miraron. Se guardaron el revólver, miré la hora en mi Casio (las diez y veintidós de la mañana) y se fueron con mi bicicleta. Después tuve una bici que me regalaron mis padres. Ahorraron y compraron una usada. Pero ya nunca más anduve en bicicleta con ánimo y con ilusión.

En el fútbol no hay huevos, hay inteligencia, y a mí me faltaba eso

¿Y el fútbol?
Lo conocí al poco tiempo. Hice todo lo que puede hacer una persona que está loca por el fútbol y por jugar en un club. Probablemente habré hecho todo mal. Me iba a la puerta de los clubes, paraba a los jugadores, hablaba con el entrenador, con la gente, con el utillero, y les preguntaba si necesitaban jugadores. Pero carecía de lo fundamental para un deporte como el fútbol: yo venía de jugar al frontón, al tenis, de hacer ciclismo… Eran tres deportes individuales y el fútbol es un deporte colectivo en el que necesitas confiar en tus compañeros, pero yo no confiaba en ellos. Soy muy calentón para el deporte, odio perder. Yo juego al fútbol con mi madre y le parto las piernas. Después la abrazo y le digo que la amo, pero es que yo quiero ganar a todo y en el fútbol tenía compañeros que carecían del temperamento que yo necesitaba. Tenía compañeros temperamentales y me llevaba de puta madre con ellos, pero no todos eran así. Es lógico, ¿no? Tienen otro carácter, otra vida, otra crianza y somos diferentes… No podía encadenar un juego colectivo con todos mis compañeros. A veces buscaba a tal o cual para darle el balón, porque sabía que aquél tenía huevos y yo jugaba en base a huevo. Pero en el fútbol no hay huevos, hay inteligencia, y a mí me faltaba eso.

Y a los veinte llega el boxeo.
El martes 2 de mayo del año 95. Digo martes porque el 1, que era lunes, el gimnasio estaba cerrado. Y el miércoles supe que iba a ser campeón del mundo. No soy vidente, pero a veces siento que va a pasar tal cosa. Y pasan los años y sucede calcado tal cual. Hay pasajes de mi vida que yo vi veinte años antes. Mi segundo combate de amateur fue el 8 de julio del 95 en Los Bomberos Voluntarios de San Francisco Solano, en un barrio de los suburbios de Quilmes. Recuerdo que me había lastimado la muñeca, porque pegué muy bruto, no sabía, era nuevo, hacía dos meses que boxeaba. Un día estaba trabajando con mi hermano en la herrería que teníamos con mi padre. Hacía un frío tremendo. Golpearon la puerta, abrí, y apareció un hombre flaquito, alto, viejo, un hombre mayor, muy mayor, calvo, que saludó y entró con una canasta de mimbre donde llevaba cremas que él hacía en su casa con alcohol, yodo y aloe vera para los dolores, torceduras… Mi hermano le dijo que yo me había torcido la muñeca boxeando, entonces el hombre me agarró la mano y se me quedó mirando. Me preguntó cómo me llamaba y le dije mi nombre completo (Sergio Gabriel Martínez). El tipo me seguía mirando y no me soltaba la mano.

¡Qué incómodo!
Incomodísimo, con esas miradas largas… Me dice: “Cuídate. Vas a llegar lejos. Escuchame lo que te voy a decir: Vos vas a llegar lejos, donde acá no llegó ninguno. Lo vos que vas a hacer no lo hizo nadie. Cuídate. Y la crema te la regalo”. Imaginate ese momento incómodo a las diez u once de la mañana, trabajando en un taller sucio y lleno de óxido. “Vos ya sabes cómo cuidarte. Vas a ser muy grande”, me volvió a decir. Se dio vuelta y se fue. Cerré la puerta, hablé con mi hermano tres segundos y salimos a ver si estaba el hombre, pero no había nadie. Nunca más lo vimos. Buscamos por todo el barrio, porque no se podía haber escondido, pero no estaba. Nunca me olvidé de ese tipo y siempre supe que iba a llegar lejos.

¿Te aplicaste la crema?
No me hizo nada [risas]. Pero nunca me olvidé de ese hombre. Siempre lo tenía presente. Yo ya sabía de antes que iba a ser campeón del mundo, aunque no sabía cómo ni de qué manera. No soy muy talentoso, lo reconozco, pero soy extremadamente trabajador y obsesivo con la perfección, obsesivo con el trabajo y obsesivo con la búsqueda de mis sueños. Sé que el talento que tengo me lleva a destino y yo me doy cuenta, porque confío en esa chispita de luz que tengo, que es la que tiene el talentoso, el que sabe que va a llegar a destino, aunque no sabe cómo.

Tus primeros entrenadores fueron tus tíos, ¿verdad?
Rubén fue el primero, un año. Después, Carlos y Raúl seis años más. Luego, Alberto “Coca” Andrada, y hasta que me retiré en 2014 estuve con Gabi Sarmiento.

¿Tus tíos también veían que ibas a llegar lejos?
Sí. A los cuatro meses de haber empezado a boxear yo ya tenía patrocinadores y cobraba dos mil dólares por mes. ¡Y hacía cuatro meses que había empezado a entrenar! Entrenaba tres días por semana. Mis tíos se juntaron con mi padre y Luis Blanco, un amigo, que hacía como de periodista pero que en realidad se llamaba Luis Blancou, lo que pasa es que era jurado de la Federación Argentina de Boxeo y no podía decir que estaba ayudando a un pibe. El hombre me veía trabajar muy serio y le dijo a mi padre y a otro de mis tíos que me ayudó muchísimo de entrada: “Síganlo, apóyenlo, póngale un buen apodo”. O sea, mi apodo es una búsqueda de marketing. Me pusieron “Maravilla” y los hijos de puta me mataron [risas]. Hoy en día hablan de Maravilla Martínez, de los campeonatos mundiales, de Las Vegas, Nueva York… Pero te dan ese apodo con veinte años de edad y te dicen: “Andá, viví y llevate con hombría ese apodo”. Al principio lo tomé como una carga y después supe que era una responsabilidad. No le puedes poner “Maravilla” a (Mike) Tyson y a mí “El hombre de hierro”, porque no lo soy. Me ponés “Martillo” Martínez y me arruinás la vida… Y con “Maravilla” tenía que rendirle honor a mi apodo, porque si me equivocaba no sería “Maravilla”. Entonces me vi obligado a hacer todo lo mejor posible, y lo mejor posible significa hacerlo bien y de ninguna otra manera.

El primer combate que tienes como profesional es el 27 de diciembre de 1997 con Cristian Marcelo Rivas. Y ganas porque a él lo descalifican.
En el primer asalto yo quería cortar cabezas. Lógico. Venía de ganar un torneo internacional con la selección como amateur y en el debut como profesional iba a pelear con un pibe que se llama Juan Villanueva, que era un pedazo de boxeador con el que había combatido una vez. El pibe venía bien promocionado, tenía un cuerpo que era dos veces lo que era yo. Era un boxeador súper fuerte de la provincia de Santa Fe al que gané por knockout con anterioridad. Cayó tres veces y le paró el árbitro contra las cuerdas. Le estaba pegando una marimba tremenda. Hice uno de mis mejores combates de amateur. Pero de profesional, cuando íbamos combatir otra vez, vino su entrenador y trajo a otro boxeador, porque Juan Villanueva era un pibe que venía bien y lo querían cuidar, porque ponerlo conmigo sería un riesgo, pues estaba a punto de explotar. Entonces llegó Cristian Rivas, otro chico que era de una categoría inferior, un súperligero. En el primer asalto salí a buscar el knockout de entrada y el pobre chico intentaba sobrevivir. No se cubría, se tapaba. En un clinch, me dice con el protector bucal puesto: “Dame una buena mano abajo”. ¡El cabrón se quería tirar! Pensé que no le iba a dar ninguna mano abajo, sino que le iba a dar todo hacia arriba, pero no lo pude cazar.

Hasta el segundo asalto.
En el segundo asalto, él sin querer metió la cabeza y el árbitro le advirtió que si no la sacaba le iba a tener que descalificar. Ahí se le encendió la lamparita y entonces metió la cabeza sin ánimo de lastimarme pero sí para que el árbitro lo descalificara. Y lo descalificó. Gané la primera pelea por descalificación.

Los pibes, pobres, aprenden como pueden; a los boxeadores los moldean como si fuesen de barro

Mandaste a dormir a Paul Williams II en Atlantic City con un izquierdazo terrible.
Pobre Williams. Se quedó desconectado unos cuantos minutos. Medía un metro noventa y cuatro de estatura y peleaba como si tuviera un metro setenta. Me facilitaba las cosas. Yo creo que si hubiese puesto un palo de escoba con un guante y lo dejo quieto, Williams se knockea solo. Le metí con todo lo que tenía. El objetivo de él era buscar mi cabeza, así que se la saqué por un lado y mandé la mano por el otro.

¿Por qué boxeas con la guardia baja?
Para mí es mucho más fácil boxear con la guardia baja que con la guardia alta. Si subo la guarda es que estoy en problemas, porque no logro situarme donde tengo que estar, pero cuando bajo la guardia estoy en mi salsa y tengo ya la noción de manejo del tiempo y distancia, cuando ya tengo cogido combate. Es mucho más fácil boxear con la guardia baja que con la guardia alta. Lo que pasa es que el boxeo está mal enseñado.

¿Mal enseñado?
Sí. Los pibes, pobres, aprenden como pueden. A los boxeadores los moldean como si fuesen de barro. Y no, al boxeo hay que darle libertad. Si estamos boxeando y me acerco y te empujo, si vos te quedás y hacés fuerza, sé que vos sos un hombre de avance y ataque. Y si yo te toco y caminás hacia atrás, sé que eres defensivo. Pero nadie te lo hace, sino que te condicionan de una manera que no es productiva.

Entonces, ¿el boxeo es más defensa que ataque?
El noventa y nueve por ciento es defensa y lo que resta se divide con el uno por ciento que queda. No gana quien más pega, gana quien menos recibe.

Te he leído decir que te empezaron a tocar la cara al final de tu carrera.
Cuando la cosa se puso picante, cuando ya jugaba por el money, por los títulos… Lógico, porque ahí ya hay un nivel muy alto, todos pegan duro, todos encajan los golpes y no se caen, todos tienen hambre de gloria… Por algo están ahí.

Julio César Chávez Jr. pelea contra ti el 15 de septiembre del 2012, casi veinte años después y en el mismo escenario (el Thomas & Mack Center de Las Vegas) donde su padre levantó el cinturón mundial de los súper ligeros contra Héctor Camacho el 12 de septiembre de 1992. Aunque te llegó a tirar una vez, Junior perdió, porque por decisión unánime te dieron a ti el combate. Venía de alta cuna, era hijo de otro campeón… ¿Crees Chávez Jr. estaba condicionado?
Es todo un tema. Uno, para boxear e intentar ser campeón necesita carencias. Pero no me refiero a que le falte la comida, sino a muchas carencias. Los problemas de Junior con su padre y con las drogas fueron brutales. Yo no le desearía ni a mi peor enemigo lo que él padeció con su papá. Eso por una parte. Después, hay que tener un poquito de carencia en cada cosa de la vida, y él no las tuvo. Pero la presión para él es la misma que puede tener cualquier otro boxeador. Estás arriba del ring, suena la campana y te olvidás de tu papá, de tu mamá… La presión que tenía Junior era que delante de él estaba yo y que quería comérmelo crudo.

En el séptimo asalto ya estaba Junior sangrando por la nariz, aunque seguía bravo.
Pobre… Le pegué mucho. Tuvo varias fracturas en su cuerpo. Fue demasiado duro para él. Para mí también, pero ya venía de combates picantes: Kelly Pavlik o Paul Williams II, con el que peleé dos veces. Junior no tenía eso que yo había tenido. No había pasado por esas carencias mías y por esas exigencias que yo tuve.

Uno, cuando boxea, ¿está golpeando a su propio padre?
No al padre del rival, sino al suyo propio. Sí. Pero no lo digo yo, lo dicen los psiquiatras y los psicólogos. Cuando boxeamos, estamos golpeando a nuestro papá, porque nosotros boxeamos para agradar a nuestro papá, para demostrarle de qué estamos hechos, que tenemos lo que hay que tener. Por eso boxeamos. Pero no es la parte consciente nuestra, es el subconsciente.

¿Se pierde igual en Las Vegas que en Nueva York?
La derrota es derrota y no se puede negar. La derrota es dolorosa porque uno pierde frente a su propia hombría, a su propia autoestima, y a mí el ego me duele acá y me duele Nueva York y me duele en Las Vegas.

Miguel Cotto te dio una buena en el Madison Square Garden…
Sí. Con Cotto ya estaba derrotado.

Aguantaste hasta el noveno 'round' y caíste por KO técnico.
Sí, pero es igual. Era una mierda, porque perdí.

Ibas con las rodillas vendadas, muy maltrechas. ¿Era un suicidio pelear contra Cotto?
La derrota es la consecuencia de una sumatoria de errores propios y una sumatoria de aciertos del rival. Cuando gané a Chávez, él hizo muchas cosas mal y yo otras muchas cosas bien, pero cuando perdí con Cotto yo hice muchas cosas mal y él hizo muchas cosas bien.

¿Qué crees que hiciste mal?
Haber forzado mi máquina al máximo y haber buscado respuestas de mi propio cuerpo cuando ya no las tenía. Se hicieron mal sin cabeza, sin un equipo inteligente y sin sabiduría, y yo no tuve la inteligencia ni la sabiduría. Tomé decisiones apresuradas.

Cotto era cinco años más joven que tú y además llevabas catorce meses sin pelear.
Cotto era un zombie y yo me encontraba en la morgue. Estaba peor que Cotto.

En una pelea en Argentina conecté con un ser superior, con Dios…. Estaba delante de Junior y de repente me encontré como si estuviese viendo el combate desde arriba

Hace unos días, Sandor Martín ganó a Mikey García en Fresno y no ocupó ninguna portada. ¿Qué te parece a ti esto?
Me pareció increíble. Un triunfo así está al nivel de un partido del Real Madrid contra el Barcelona, porque le ganó nada menos que a Mikey García. ¡Casi nada! Y sin embargo no le dieron bola. Pero bueno, habrá que seguir trabajando, supongo. Los boxeadores tendrán o tendremos que seguir trabajando. Sus razones deben tener los medios de comunicación para no sacar boxeo. No tiene que ser solo un capricho, porque por un capricho esas cosas no pasan. Por un capricho pasan cosas espontáneas e instantáneas, no cosas cuasi eternas. En Argentina sucedió lo mismo después de muchos años a un gran nivel y con campeones esporádicos, figuras que a veces eran más famosas por cuestiones ajenas a lo boxístico. Todo eso termina empañando la imagen del boxeo y es una lástima. Si el boxeo llega a tener aquí en España, por ejemplo, a diez Kiko Martínez, te puedo asegurar que hay televisión pública para el boxeo, pero no hay diez Kiko Martínez, sino que hay uno solo.

Sin medios que apoyen el boxeo, es complicado que haya diez Kiko Martínez… ¿Por qué?

Porque la gente no se va a interesar tanto por el boxeo. Pero el que tiene que crece es el boxeador. No hay nivel de boxeadores. La afición va a venir igual. La afición es una consecuencia del buen boxeo. Si no hay buenos boxeadores no va a haber afición. La afición es secundaria. Viene después de que lleguen los buenos boxeadores.

En la obra 'Bengala' haces de diestro y tú eres zurdo.
Bengala es diestro y tiene una cantidad de traumas y de fantasmas internos. Es un personaje tristemente maravilloso, doloroso, duro…

¿Cómo iluminar algo que está fundido a negro?
Empezando de nuevo para darle brillo. Empezando otra vez de cero, haciendo borrón y cuenta nueva. Tiene que haber un giro de ciento ochenta grados. Hay una frase de René de Calle 13 (en "La vuelta al mundo") que dice: “Si quieres cambio verdadero, pues camina distinto”. Si querés cambiar eso que está oscuro, cambiá de hoja, hacé algo distinto.

¿Cuándo uno deja de boxear con el cuerpo para empezar a boxear con el corazón?
Buena pregunta. En realidad con el corazón boxeas siempre. El tema está en saber boxear con el cerebro, con la cabeza, y uno tiene que lograr conectar. Hay una cosa que me sucedió a mí con Chávez y en algunos pasajes contra Kelly Pavlik. No entendía qué pasaba en el sexto, séptimo, octavo, décimo y undécimo asalto. Estaba boxeando y logré conectar de una manera maravillosa con algo que tenemos que a veces llamamos instinto, otros le dicen dios, ser superior o maestro. Estaba delante de Chávez, había diecinueve mil ochocientos ochenta y tres espectadores, que se dice pronto, y muchos eran argentinos. En un estadio cerrado el ruido era tremendo y pasé a quedarme completamente sordo, al punto de solo estar escuchando mi respiración, pero no estaba sordo por problemas de oído. Me dicen que conecté con un ser superior, con Dios, con mi propio maestro…. A mí lo que me pasó fue rarísimo, porque yo estaba delante de Junior y de repente me encontré como si estuviese viendo el combate desde arriba. Fue el mejor momento de mi carrera (a nivel técnico). Tuve la plasticidad más bonita que podía haber tenido, pero si me preguntás cómo lo hice, te diré que no tengo ni puta idea.

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