Uno de los capítulos de esta curiosa serie comienza preguntándose por la dificultad de encontrar un baño público en Nueva York y termina entrando en las profundidades de un silo lanzamisiles subterráneo de la Guerra Fría y en el búnker en el que se hubieran refugiado los dirigentes estadounidenses en caso de catástrofe nuclear. En el caso del silo, un entusiasmado de las armas trata de convencer a su familia de vivir bajo tierra en lo que ahora es un enorme agujero con un esqueleto industrial oxidado. La mujer duda: “No se verá la nieve desde el salón…”
Es la serie antispoiler, le podrán decir el entramado de aventuras por los que pasa cada capítulo que le dará igual, los episodios de media hora de How to with John Wilson (HBO Max) le engancharán como ninguna otra serie. Con el formato de cámara al hombro a lo Callejeros, el reportero John Wilson recorre Nueva York y otras localizaciones estadounidenses con una poderosísima capacidad narrativa capaz de enlazar temas tan diversos como saber valorar el vino con los conciertos a capella, para terminar la aventura de ese mismo capítulo colándose en la casa de un excéntrico multimillonario propietario de una marca de bebidas energéticas.
Wilson plantea una pregunta y marca una narración acompañada de un metraje con planos y más planos del día a día neoyorkino. Él mismo ha confesado en uno de los capítulos de la serie que solo simulo una escena, a su vez basada en un video viral de internet. El resto “estar en el lugar adecuado” y miles y miles de horas de metraje en el que Wilson encuentra el particularismo en el día a día estadounidense.
El elemento friki tiene cabida y lo hace a la máxima expresión, los frikis de los reportajes son frikis a la americana, frikis industriales
La brillantez radica en la capacidad del reportero para hallar humor y humanidad en los lugares más inesperados, convirtiendo tareas aparentemente mundanas en aventuras divertidas y conmovedoras. El elemento friki tiene cabida y lo hace a la máxima expresión, los frikis de los reportajes son frikis a la americana, frikis industriales que dejan boquiabierto a cualquiera. Un vecino que en su patio trasero ha instalado enormes cañones y que casi infarta al reportero cuando le sorprende con una llamarada gigante escupida por su lanzallamas, para acto seguido hacer unos trompos con un quad.
El humor marca la serie pero hay un tono entrañable en la narración de Wilson que evita ridiculizar a los personajes que no lo están pasando del todo bien, como la reunión de estudiantes del idioma na'vi, de los personajes azules de la saga de películas Avatar. Una decena de hombres adultos se reúnen en una sala frente a una pizarra para silabear las difíciles consonantes y practicar frases sencillas del idioma de los seres reptilianos llevados a la pantalla por James Cameron. Después pasan por el enésimo visionado de la cinta de este peculiar club social, que no es otra cosa que un refugio para un grupo de personas inadaptadas que buscan compañía.
Cuando el propio reportero se convierte en protagonista transmite la imagen del perdedor que tanto gusta al espectador. Aprovecha su nominación a los Emmy como mejor guion en programa de no ficción para reflejar esta imagen de loser, sintiéndose tan alejado del mundillo del famoseo que no está ni invitado a la fiesta posterior a la gala. Cada minuto de la serie, con planos de palomas peleando por comida o con un Ronald McDonald gigante derrumbándose en mitad de la Gran Manzana, transmiten una autenticidad insuperable.
Junto al humor, Wilson deja una capa de reflexión y hasta crítica social en cada capítulo. El frikismo de algunos de sus personajes sirve para señalar la mercantilización estadounidense a cualquier nivel inimaginable. En su último capítulo comienza tratando el tema de los envíos a domicilio y termina en una convención donde “neuro pacientes” firman un contrato para que les congelen las cabezas en una empresa de criogenización. A cambio de un seguro de vida y dejar todos los bienes a esta futurista compañía, la empresa asegura conservar el cuerpo entero o solo la cabeza, pero sin la certeza de una descongelación segura. “Saben cómo congelar los cuerpos, pero todavía no cómo descongelarlos”, se escucha en la numerosa reunión en la que uno de los ancianos que pagaron la cuota para que conserven su cabeza confiesa que de joven se auto mutiló los genitales preocupado por su libido excesivo.
Tres temporadas de seis capítulos de media hora que se pueden ver sin ningún tipo de orden y que no le durarán más de un fin de semana.
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