A principios de este siglo, todo el mundo hacía el mismo comentario: "Esta serie tiene el mejor final de la historia". Es curioso, porque desde entonces, momento en el que arrancaba la época dorada de las series, probablemente ningún desenlace haya conseguido igualar los últimos minutos de la irrepetible A dos metros bajo tierra, pero también es posible que ninguna otra ficción haya alcanzado la trascendencia de aquella historia: la de una familia con un negocio funerario con la que, hasta el momento, mejor se ha explicado la muerte, el deseo sexual y la enfermedad.
Ahora que termina este 2021, en el que la pandemia se ha instalado definitivamente y, con ella, todas las diferentes maneras de pensar en la vejez, el paso del tiempo y el presente, merece la pena recordar esta icónica serie, creada por Alan Ball (American Beauty, 1999) en la que uno puede encontrar hoy respuestas a los grandes dilemas que plantea la covid, o simplemente sentirse acompañado por unos personajes tan imperfectos y desgraciados que parecen reales.
El 3 de junio de 2001, HBO emitió el primer capítulo de esta serie, que contaba con uno de los mejores arranques televisivos que se recuerdan. Nathaniel Fisher, el patriarca de una familia de tres hijos, muere y su mujer y sus descendientes deciden continuar con el negocio a pesar de las diferencias entre sus miembros y de las adversidades. La comedia negra acapara la atención del primer episodio, pero las cosas no serán tan frívolas ni tan graciosas en el resto de la ficción, compuesta por un total de cinco temporadas.
La fascinación por la muerte abre cada capítulo. Alguien desconocido y ajeno a la trama principal fallece, en la mayoría de los casos de la manera más fortuita, absurda, cruel o incluso cómica, y justo a continuación la imagen se desvanece con un fundido en blanco, el nombre de la persona y su fecha de nacimiento y de defunción. El cadáver llegaba siempre a la casa de los Fisher, donde se trataba el cuerpo y se llevaban a cabo los ritos funerarios, y en ocasiones, durante los preparativos, el muerto volvía a la vida en una licencia onírica para hablar con alguno de los personajes.
Ese ritual funerario formaba parte de sus vidas y de su cotidianidad hasta tal punto que acompañar a la familia y amigos en el duelo, ofrecerles consuelo y mostrar siempre respeto y solemnidad les impidió asumir en sus propias vidas la tragedia y vivir con un poco de la paz que entregaban a los demás mientras los acompañaban en su desgracia. A través de sus más de 60 capítulos tienen que aprender a vivir sin esperar ninguna meta en la vida que, por otro lado, conocen de sobra.
A dos metros bajo tierra: contradicción y realidad
A dos metros bajo tierra, que muchos sitúan al nivel de Los Soprano y The Wire, todas ellas mitos de la época dorada de las series, cuenta con un plantel de personajes indiscutiblemente tan retorcidos y contradictorios como humanos y entrañables. La matriarca, Ruth (Frances Conroy), ha escondido secretos toda su vida que empieza a desvelar tras la muerte de su marido; Nathan (Peter Krause) es el primogénito rebelde e inseguro; David (Michael C. Hall) es el hermano mediano, quien mantiene en secreto su homosexualidad; Claire (Lauren Ambrose), la hermana adolescente que busca respuestas; y la deshinibida Brenda (Claire Griffits) es la pareja tormentosa de Nathan.
Todas las piezas de esta serie encajan a la perfección. La gran virtud de A dos metros bajo tierra es mostrar cada una de las capas de unos personajes con tantas dudas, temores e inseguridades, y las armas que utilizan para lidiar con la muerte y el paso inevitable de la vida.
El desapego, la indiferencia, las actitudes extremas, la confrontación y la tensión son solo algunas de las vías de salida de una familia que todos los días se hace las mismas preguntas y se ve obligada a dar una respuesta coherente a quienes solicitan sus servicios: ¿Qué es la muerte? ¿Por qué morimos? Lo magistral de esta serie, y lo que sus adeptos más agradecen, es que el capítulo final sirve como respuesta, más o menos válida, más o menos repetitiva, pero en cualquier caso un broche perfecto a todas las teorías que plantean sus personajes.