¿Tiene sentido a estas alturas volver a hablar de una película como Showgirls? El lector tiene la última palabra, pero no hay duda de que la desconcertante película de Verhoeven nos sigue interpelando casi treinta años después. Incluso podríamos decir que es una obra que se entiende mejor ahora que cuando se estrenó, porque su visión del sexo en el cine, que se percibía extraña en 1995, en pleno apogeo del cine erótico, se ha vuelto ahora de lo más habitual.
La sofisticación y el misterio son sustituidos en la película que protagoniza Elizabeth Berkley por un naturalismo crudo que se auto prohíbe estimular al espectador, y que viene siendo la forma más habitual hoy de mostrar la sexualidad en cine y series. En cierto modo podría decirse que Verhoeven, que llevó el género erótico a la cima con Instinto básico (1992) y Sharon Stone, lo desmontó tres años después con Showgirls.
Estamos ante una película que no se deja atrapar fácilmente. Es la película comercial con más desnudos de toda la historia del cine y, al tiempo, una de las menos excitantes, sexualmente hablando. Esta es la razón por la que desagradó a todos por igual: a los puritanos, por el exceso de exhibición de carne, y a los libertinos por el escaso rendimiento de tantos estímulos aparentes. Pero éste es sólo uno de los misterios que envuelven a Showgirls, que inició su recorrido como fracaso comercial y artístico -fue la gran ‘triunfadora’ de los Razzies de su año como la peor película- y ha terminado convertida en obra de culto.
Una parte de este recorrido se recoge en el documental You don’t Nomi de Jeffrey McHale, que dio mucho que hablar hace poco más de tres años, cuando se estrenó. Ahora puede verse por fin en castellano, como extra de la nueva edición en Blu-ray de Showgirls (A contracorriente), la más completa y de mejor calidad visual de toda una larga serie de ediciones. Porque la película de Verhoeven sería un fracaso en las salas de cine (sobre todo en Estados Unidos, un poco menos en Europa), pero la aparición del video doméstico relanzó su vida comercial hasta hacer posible su plena resurrección. En este formato triunfó sin paliativos, hasta el punto de convertir un fracaso económico en éxito: gracias al VHS y DVD se recuperó todo lo invertido y más.
El documental de McHale da una clave del interés que todavía despierta la película: “Volvemos a Showgirls porque no hemos terminado con ella”. La película se nos resiste, aún hoy, porque no es fácil amarla apasionadamente -aunque tiene un puñado de fans acérrimos- pero reconocemos en ella muchos elementos de interés. Y no es fácil entregarse incondicionalmente, en gran medida, por el tono crispado de interpretación que Verhoeven impuso a su actriz. “Quise un estilo hiperbólico para contar la historia. Me pareció lo adecuado para un film sobre las Vegas”.
Lo que nos desconcertaba de Nomi en 1995, como espectadores educados en tantas grandes historias, era la pobreza de sus aspiraciones: que pudiera considerar un triunfo vital, de los que justifican una existencia, el llegar a ser primera bailarina en un club tan kitsch como el ‘Stardust’. Algo que no encajaba ni en la visión tradicional ni en la feminista, que, entonces y ahora, ofrecía a las mujeres otras aspiraciones: ser astronautas, ingenieras, astronautas o presidentas de un Tribunal Supremo.
Ya entonces algunas voces nos advirtieron de que existían chicas así (y chicos), sobre todo en los barrios y suburbios, con visiones de la vida que no tenían por qué coincidir con las de la clase media. Pero hoy, casi treinta años después, ya no cabe la sorpresa. El ‘modelo Nomi’ se ha extendido -casi podríamos decir que se ha impuesto- y ya no es percibido como extraño, ni extravagante. En España no hay grandes casinos ni espectáculos como los de Las Vegas, pero el modelo Onlyfans no está tan lejos en cuanto a la utilización del sexo como recurso. Por no hablar de otras variantes no tan explícitamente eróticas: hoy tenemos a muchos jóvenes que aspiran a ser influencers, o que buscan lograr fama pública por las personas que frecuentan o con las que se acuestan, un éxito que no dependa de una capacidad especial. El único talento que cuenta es la autopromoción.
En rigor, ni siquiera nos sorprende ya el tono crispado de Nomi, ese vivir a la defensiva, como si la vida fuera un permanente pulso, o un combate, pues también esa visión se ha extendido entre las mujeres. En cierto modo, la protagonista de Showgirls encaja ahora en alguno de los paradigmas de mujer empoderada y podemos ver el eco de sus rasgos en personajes públicos.
La protagonista, Elizabeth Berkley, lo resalta en el documental You don’t Nomi. “Siempre nos quejamos de la falta de mujeres fuertes en la pantalla. Pero en esta película sale una mujer cargada de pasión, fuerza, poder, sexualidad y más cosas fantásticas que me apetecía explorar, reivindica la actriz, que sufrió en sus carnes el rechazo visceral que despertó la película.
El documental de McHale no oculta que la travesía que ha llevado a Showgirls desde la miseria hasta la gloria ha sido bastante peculiar. Inicialmente la película encontró su público entre los aficionados más frikis, que veían la película de Verhoeven como una de esas ‘malas películas’ que la nueva cinefilia surgida hace tres décadas consideró adecuado reivindicar. La película se proyectaba con intención de echar unas risas con los excesos del personaje y el tono de los diálogos. Empezó a reivindicarse, por tanto, desde el humor, como una excentricidad, lo que seguramente permitió liberar a los espectadores de ideas preconcebidas y terminó dando fruto: la aparición de nuevos grupos de fans que ya la reivindicaban en serio, justamente como una obra adelantada a su tiempo.
En el tratamiento del sexo, ciertamente, lo es. En el cine clásico, el sexo, que se sintetiza habitualmente en el beso de los enamorados, queda habitualmente fuera de campo y está ligado a un proyecto vital de pareja y de familia. Hay una promesa trascendente que apunta hacia el futuro tras la atracción física y emocional. En los años 60 y 70, de la mano de la revolución sexual, el sexo cobra vida propia y se hace más explícito, no se oculta, y se muestran los cuerpos desnudos (sobre todo el de la mujer), pero todavía conserva un halo transgresor. Y se ofrece como algo excitante. El cine erótico eleva la apuesta al hacer cada vez más explícito el contenido sexual, pero lo intenta compensar con una estrategia de sofisticación que juega con el misterio y la seducción. Instinto básico del propio Verhoeven es un ejemplo perfecto, y la escena del cruce de piernas de Sharon Stone, su paradigma: por primera vez se muestra una vagina (no el pubis, más habitual de ver), pero se hace forma fugaz, incluso equívoca, como si fuera una visión en un sueño: ¿Fue real?
En Instinto básico hay misterio, y hay ambigüedad, pero, sobre todo, hay peligro: el peligro del sexo. Ese peligro ha estado ligado tradicionalmente a dos causas: por un lado, al riesgo que siempre entraña el encuentro de los cuerpos -posible fuente de todo tipo de malentendidos, fracasos y sufrimientos- sobre todo si es un encuentro informal y no regulado institucionalmente (o sea fuera del marco del matrimonio y la familia); y, por otro, al temor real de que tal pasión conduzca a la generación de una nueva vida inesperada, con la responsabilidad que ello conlleva, algo que, por otra parte, siempre ha contribuido a dotar de una especial densidad al acto sexual. El aborto y los anticonceptivos han contribuido a diluir este temor, pero no lo han hecho desaparecer. En Instinto básico, Verhoeven, y, sobre todo su guionista Joe Eszterhas, recurre a un argumento alambicado que le permite recrear con eficacia ese ‘peligro del sexo’ sin tocar el asunto de los hijos. Y es que Catherine Tramell (Sharon Stone), la sospechosa con la que el detective Nick Currant (Michael Douglas) se acuesta, podría ser una psicópata que asesina a sus amantes tras el acto sexual, como una Mantis religiosa. El sexo como riesgo, con la excitación y tensión que implica, es el tema de Instinto básico y uno de sus alicientes.
El cine erótico eleva la apuesta al hacer cada vez más explícito el contenido sexual, pero lo intenta compensar con una estrategia de sofisticación que juega con el misterio y la seducción
Sin embargo, es imposible encontrar nada parecido en Showgirls, una película en la que el naturalismo en el tratamiento de las escenas sexuales es tan extremo que no cabe ningún misterio. No cabe en el chabacano club ‘Cheetah’, pero tampoco en el sofisticado 'Stardust', donde a las bailarinas se las exige que exciten sus pezones para que aparezcan enhiestos. A veces, no cabe ni siquiera culminar el sexo; se queda a medias.
El sexo en Showgirls es así: pura apariencia sin foco, sin futuro, a menudo sin culminación. Cuerpos desnudos que no conducen a ningún lugar. En los bailes colectivos la cámara se mueve frenéticamente y es muy difícil fijar la atención más de unos instantes en ninguna de las protagonistas. La película finge satisfacer la pulsión escópica, pero en realidad se burla del ojo al obligarle a vagar sobre muchos cuerpos desnudos sin poder detenerse, ni deleitarse, en ninguno. No hay propiamente aquí mujeres que sean objeto de deseo -una novedad que se ha instalado en el cine contemporáneo- en parte por los tabúes feministas contra las fantasías sexuales -que Leticia Dolera dejó ver en su Vida perfecta- pero, sobre todo, porque hoy incluso el deseo es líquido y tiene dificultades para fijación en un solo objeto. En Showgirls, desde luego, se le ponen todos los obstáculos inimaginables al deseo. Y cuando el sexo se consuma, como en la escena en la piscina con el director del espectáculo Zack (Kyle MacLachlan), los movimientos de Nomi son tan exagerados y aparatosos que es imposible que el espectador entre en la escena. Por descontado, el sexo se identifica exclusivamente con el placer, aunque también con los juegos de poder, y sólo aparece vinculado a la maternidad (y paternidad) por dramático accidente; no se concibe como la expresión de un lazo que apunte hacia el futuro. Pero esto no es nuevo en rigor; ya está apuntado en ‘Instinto básico’. En una escena, Currant se juega literalmente la vida al imaginar un futuro con hijos con Sharon Stone.
El sexo convertido en mero placer pierde mucha de su densidad, pero si ni siquiera los juegos de seducción, los rituales de cortejo y las fantasías están permitidos -por desconfianza hacia su posible dimensión manipuladora- eso que llamamos erotismo desaparece y la sexualidad se convierte en mera exhibición, o simulacro, pero sin nada sólido que pueda interpelar al espectador. Eso es lo que ocurre en Showgirls. Hace 27 años ver una película así fue una sorpresa. Hoy esta mirada descarnada y fría sobre el sexo es, sin embargo, el pan nuestro de cada día.
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