En las últimas décadas ha prosperado la idea de que la ciencia es incompatible con la religión. El hombre occidental-contemporáneo-posmoderno está convencido de que, cuanto más progrese la ciencia, cuanto más sepa sobre el hombre y sobre el universo, más improbable e innecesaria devendrá la hipótesis de Dios.Pero ¿y si esto no fuese así? ¿Y si los avances científicos, más que negar a Dios, apuntasen hacia él? ¿Y si cada vez resultara menos razonable rechazar su existencia? He aquí la tesis que defienden Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies, autores de un libro -Dios, la ciencia, las pruebas-, que ha triunfado en Francia y que acaba de llegar a España de la mano de la editorial Funambulista.
Pregunta: Por qué decidieron escribir este libro?
Michel-Yves Bolloré: Olivier y yo nos dimos cuenta de que no existía un libro así. Cuando nos pusimos a buscar un texto semejante ―que hablase al gran público y que lo hiciese de una forma precisa y abarcando todos los ámbitos del conocimiento―, nos percatamos de que no lo había. Además, somos unos apasionados de la ciencia y de la metafísica; en concreto, de la ciencia y de la metafísica que trabajan para iluminar la cuestión de Dios.
P. ¿Por qué, en concreto, la cuestión de Dios y no cualquier otra?
Michel-Yves Bolloré: Es una cuestión fundamental, una que todos debemos plantearnos por lo menos una vez. Lo que nos proponíamos, en este sentido, es darle al lector los argumentos suficientes para poder reflexionar al respecto. En definitiva, reunir todo lo que la razón y la ciencia tienen que decir sobre Dios.
P. De Dios, la ciencia, las pruebas llama la atención que, siendo un libro científico, no sea cientificista. Conscientes de las limitaciones de la ciencia, ustedes se apoyan también en otras disciplinas del saber: la filosofía, la historia, la teología…
Olivier Bonnasies: Este libro es una investigación sobre un solo tema: la existencia o la inexistencia de Dios. He ahí la única cuestión que abordamos en nuestro ensayo. No nos pronunciamos sobre quién es Dios, sobre cómo acercarnos a Él… Simplemente sobre si existe o no. Es fácil.
P. Volviendo a mi pregunta…
O. B.: La razón, la racionalidad, el logos es el único ángulo desde el que abordamos la cuestión. Pero no nos constreñimos a la razón científica. Hay una razón filosófica, una razón histórica, una razón teológica…
M-Y. B.: Abordamos el tema desde un solo ángulo, pero a través de doce capítulos ―como dosieres independientes― de distinta naturaleza. Algunos, buena parte de ellos, son científicos, pero otros tienen que ver con la filosofía o con los enigmas de la historia. Lo que queremos es que el lector sea una suerte de juez que, una vez tenga sobre la mesa todos los argumentos, decida si es razonable pensar que Dios existe. Nuestra conclusión ―atención, spoiler― es que sí.
Es cierto que las personas piensan ―y se equivocan― que no hay una relación entre la ciencia y la metafísica. Sí la hay".
P. En el imaginario colectivo, la relación entre ciencia y fe es inversamente proporcional: cuanto más progrese la ciencia, más improbable devendrá la hipótesis de Dios. Ustedes contradicen esta idea.
O.B.: Es importante que el lector vea que sí hubo, en un determinado momento, un divorcio entre la ciencia y la metafísica. A partir del siglo XVI, con los primeros descubrimientos científicos, se impuso la idea de que Dios ―la hipótesis de Dios― no era necesario para explicar el mundo. Esto ha cambiado en los últimos cien años, pero aún somos deudores de esa inercia.
M-Y. B.: Hay dos aspectos. Primero, es cierto que las personas piensan ―y se equivocan― que no hay una relación entre la ciencia y la metafísica. Sí la hay. Pondré un ejemplo. La cuestión de la existencia de Dios es binaria, tiene dos respuestas posibles: sí o no. Si respondemos que no, hemos de aceptar las consecuencias ―metafísicas, filosóficas― asociadas a nuestra respuesta.
P. ¿Cuáles son?
M-Y. B.: La primera es la eternidad del universo. Como dijo Boecio y antes Parménides, ex nihilo nihil fit ("de la nada, nada proviene"). Si el universo existe, cosa que sabemos a ciencia cierta, hay también dos posibilidades y sólo dos: o bien que Dios lo haya creado, en cuyo caso tendría un comienzo, o bien que no lo haya creado, en cuyo caso sería eterno. Todo esto es filosofía, lógica, metafísica.
P.¿Y si hablamos de la ciencia?
M-Y. B.: Desde hace más o menos un siglo, la ciencia tiene cosas que decir sobre la eternidad del universo. Es aquí donde la física se une con la metafísica. En los últimos tiempos, la ciencia ha hallado pruebas que apuntan a la existencia de Dios.
P.En el libro mencionan el segundo principio de la termodinámica: la entropía.
M-Y. B.: Desde el Renacimiento, todos los descubrimientos permiten que la gente piense que se puede explicar el mundo sin Dios. A su vez, desde el momento en que la gente piensa que se puede explicar el mundo sin Dios, deja de creer en él. Se llega incluso más lejos. Se empieza aseverando que Dios no es necesario, se continúa diciendo que no existe y se termina ―Marx, Freud― que hay que suprimirlo.
Comparo el universo con el fuego de una chimenea. Cuando estamos ante él, podemos extraer dos conclusiones: o bien que se va a extinguir o bien que es eterno".
¿P. ¿Qué papel desempeña la entropía en todo esto?
M-Y. B.: Es cuando comienzan las complicaciones para los materialistas. "Termodinámica" y "entropía" son términos complejos que utilizamos para decir algo muy sencillo: que el mundo se gasta. A finales del siglo XIX, una serie de científicos ―Carnot, Clausius, Boltzmann― descubren la termodinámica, es decir, que el universo se desgasta. Sabemos ahora, gracias a ellos, que el universo nació hace cuatro mil millones de años y que en cinco mil millones de años habrá desaparecido. Es algo muy sencillo, pero inaceptable para los materialistas.
P. ¿Por lo que decía antes? ¿Que el comienzo implica una creación…?
M-Y. B.: Comparo el universo con el fuego de una chimenea. Cuando estamos ante él, podemos extraer dos conclusiones: o bien que se va a extinguir y que, por tanto, alguien lo ha encendido hace unas horas, o bien que es eterno. Pero si fuese eterno ya habría extinguido. La idea de fondo es que la certeza de un final implica la certeza de un principio. Por eso la entropía, que prevé un final, apunta hacia un inicio.
-¿Hay alguien que cuestione hoy este descubrimiento?
M-Y. B.: Los científicos se resistieron a reconocerlo, porque la existencia de un final implica la existencia de un principio y la existencia de un principio ―recordemos a Parménides― sugiere la existencia de una creación. Esto era inaceptable para muchos. Sin embargo, hoy no queda nadie que cuestione ni la termodinámica ni su segundo principio.
En el libro mencionan otras pruebas, además de la entropía.
O.B.: Hay dos temas que inquietan a los materialistas. El primero, ya mencionado por Michel-Yves, es el origen del universo. El segundo es el ajuste fino. Se trata de un descubrimiento que data de hace relativamente poco ―sesenta años― y que va enriqueciéndose poco a poco.
-¿En qué consiste?
O.B.: Lo que viene a decir es que, si cambiáramos ligerísimamente, inapreciablemente, los factores que conforman el universo ―la masa de los protones, la carga de los electrones, la velocidad de la luz―, la vida, e incluso el mismo universo, serían imposibles.
-¿Está todo el mundo de acuerdo en esto?
O.B.: Sí. Con lo cual hay, de nuevo, dos opciones. La primera es que una inteligencia superior se encarga de hacer estos ajustes. Es lo que sostienen los creyentes, cierto, pero no sólo: también Einstein. Según él, cualquier persona que se dedique a la ciencia acabará concluyendo la existencia de un espíritu superior que ajusta las leyes del universo.
-¿Y la segunda?
O.B.: La segunda opción, que es la de los ateos, pasa por decir que ha ocurrido algo tremendamente improbable: que todo se ha ajustado por azar. La mayoría de los cosmólogos ―un ochenta por ciento― defienden hoy una teoría ―la de cuerdas― que intenta demostrar la existencia de innumerables universos.
-¿Por qué es insostenible?
O.B.: En cuanto contrastas un poco los datos, estas teorías se desmoronan. De hecho, acaba de publicarse en Francia un artículo en el que el difunto Stephen Hawking, tras reconocer que ni la teoría del todo ni la teoría del multiverso tienen en qué sustentarse, defiende una nueva teoría incluso más enrevesada.
En el libro aseguran que el principal problema de estas teorías no es que sean enrevesadas ―que también―, sino que son "no refutables". No hay nada en lo real que pueda probar su veracidad o su falsedad.
M-Y. B.: Karl Popper dice que una teoría que no puede refutarse ―no refutable― no es una teoría científica. Yo coincido con él.
Si Dios no existe, ¿qué nos impide pensar que una persona vale lo mismo que un insecto? Si Dios no existe, no hay ninguna diferencia entre aplastar a un hombre y aplastar a un mosquito".
Además de las consecuencias que tiene la (in)existencia de Dios para el universo, mencionan las consecuencias que tiene la (in)existencia de Dios para el hombre mismo y para su vida. Hablan, por ejemplo, de la ética y de la imposibilidad del bien y del mal en caso de que Dios no exista.
M-Y. B.: Cuando planeábamos este libro, coincidíamos en la voluntad de abarcar todos, o casi todos, los ámbitos del conocimiento: filosofía, moral, historia, enigmas… El tema de la moral es especialmente interesante. Cuando todos reflexionamos sobre la existencia de Dios, acabamos reflexionando también sobre la ética.
P. ¿En qué sentido?
M-Y. B.: La moral nos aporta otra prueba de que Dios existe. Pensemos en la posibilidad de que no lo hiciese. ¿Qué significaría el hombre? ¿Sería acaso más que un mosquito? Si sí, ¿en función de qué podríamos determinarlo? Si Dios no existe, ¿qué nos impide pensar que una persona vale lo mismo que un insecto? Si Dios no existe, no hay ninguna diferencia entre aplastar a un hombre y aplastar a un mosquito. Dios da un sentido a la realidad, también una jerarquía y un orden.
P. ¿A qué creen que se debe el éxito del libro en Francia?
O.B.: En realidad, era un éxito previsible. Abordamos una cuestión fundamental, decisiva. En función de si nuestra respuesta al interrogante de Dios es afirmativa o negativa, concebiremos el mundo de una manera o de otra. Cambiará nuestra imagen de la sociedad, nuestra imagen del mundo y nuestra imagen de nosotros mismos. Pero hay algo más…
Adelante.
O.B.: La gente piensa que es un interrogante que no puede responderse. Y, en verdad, tiene sentido que lo piensen. Hay muchas personas inteligentes que creen y muchas otras, también inteligentes, que no creen. La conclusión que extrae el común de los mortales es que estamos ante una pregunta bizantina, una que no puede dirimirse. Esto, ya lo hemos dicho por activa y por pasiva, no es verdad. Gracias a los grandes descubrimientos de la ciencia, ahora sí podemos responder, cambiar las cosas e iniciar un debate.
P.¿Se atreverían a decir ahora algo sobre su naturaleza?
M-Y. B.: ¡Mejor que no! A mí me gusta utilizar la imagen de un edificio con garaje, primera planta y segunda planta. En el garaje están las personas que no creen en Dios; en la primera planta, las que saben que Dios existe; y, en la segunda, los místicos, esos afortunados. Nosotros aspiramos a ser el ascensor de los hombres que están en el garaje. Una vez en la primera planta, habrán de tomar otro.
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