En pocos casos la calificación de ‘pionero’ se puede aplicar con más justicia que en el de Sidney Poitier. Nacido prematuramente en Miami, fue criado en la isla Cat de las Bahamas hace 94 años y falleció ayer en Nasáu, capital del país, tras una brillantísima carrera en Hollywood. Fue el primer intérprete masculino negro en ser nominado al Oscar por Fugitivos en 1958 y en ganarlo como Mejor Actor Protagonista, por Los lirios del valle en 1964, pero también la primera estrella hollywoodense de color en rebelarse ante los estigmas asociados a su raza. Antes que él y unos pocos compañeros suyos, el intérprete negro tenía que luchar contra el terrible "síndrome Stepin Fetchit", nombre de la primera estrella de Hollywood afroamericana siempre en degradantes papeles racistas de negro haragán y gracioso, hasta el punto de ser promocionado como ‘el hombre más vago del mundo’.
Poitier arrojó al mar del olvido esa ignominia encarnando la elegancia e integridad en Adivina quién viene esta noche, la valentía en Rebelión en las aulas y la rectitud en En el calor de la noche, todas de 1967. El destino de los actores afroamericanos en Hollywood estaría marcado en ese momento a partir de su icónico inspector Virgil Tibbs, el aguerrido pero tímido protagonista de esa En el calor de la noche, uno de sus cuatro films nominados como Mejor Película por la Academia de Hollywood. Siete de ellos figuran en la Biblioteca Nacional del Congreso de los EE.UU por su relevancia estética, cultural e histórica, un récord para un actor también pionero en los míseros comienzos de muchas estrellas del cine.
El nacimiento casual de Sidney L. Poitier -fue también Caballero del Imperio Británico- en Miami durante una visita familiar marcó su futuro. Gracias a él disfrutó de doble nacionalidad: británica (Bahamas fue colonia hasta 1973) y estadounidense, lo que le permitió viajar a Miami para trabajar con uno de sus hermanos y ayudar económicamente a sus padres, los granjeros de tomates Evelyn y Reginald. Siguiendo siempre una de sus máximas, hacer siempre lo correcto para honrar las enseñanzas de su padre, el joven Sidney trabajó de lavaplatos y otros más que humildes empleos y mintió sobre su edad para entrar en el Ejército en Nueva York para huir de la delincuencia y el dinero fácil, lo que no evitó que fingiera una enfermedad mental para renunciar a un servicio que le alejaba cada vez más de su sueño: ser actor.
La Academia suele premiar a los grandes mitos por su trayectoria profesional, por su peso en la industria o por su influencia en otros pero pocas veces por las tres causas unidas en una sola persona"Denzel Washington, al entregarle el Oscar Honorífico en 2002
El primer y casi único paso para un joven negro con inquietudes teatrañes en la Gran Manzana era ingresar en la ANT (American Negro Theater) y Poitier lo consiguió superando la falta de experiencia y olvidando para siempre un imposible acento bahameño gracias a horas y horas de escucha de programas de radio. Otra pequeña mentira de nuevo sobre su edad, le permitió debutar en el cine a los 22 años con Un rayo de luz (1950), dirigido por el genial Joseph Leo Mankiewicz y sustituyendo a última hora de otro actor de color de, también, brillante trayectoria humana, James Edwards.
La relevancia de Poitier
Su Dr. Luther Brooks encarnaba ya al Poitier del futuro: apostura, elegancia e integridad. Nacía el gran símbolo contra el racismo justo en uno de los lugares donde podía ser más visualizado: Hollywood. En muy contadas ocasiones, quizás solo en su breve pero exitosa carrera como director, Poitier se alejaría de la reivindicación de los derechos civiles, algo por lo que fue siempre reconocido por la mayoría de sus compañeros.
Como dijo Denzel Washington, indudablemente su gran heredero, cuando le entregó el Oscar Honorífico en 2002, la Academia suele premiar a los grandes mitos de la historia del cine por su trayectoria profesional, por su peso en la industria o por su influencia en otros actores y cineastas pero pocas veces por las tres causas unidas en una sola persona, y esta persona es ejemplar y se llama Sidney Poitier. Él fue la razón por la que se hicieron muchas películas. Y esa es precisamente su gran relevancia en la historia del Cine: no solo fue un excelso actor, sino que también fue él mismo un símbolo, una causa, el espejo donde parte de la humanidad debía verse reflejada.
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