El Foro de la Cultura Del brasero al meme celebrado en Valladolid la semana pasada pretendía dar protagonismo a los jóvenes, y al diálogo intergeneracional, y algo de eso hubo, desde luego, pero lo que se impuso, a la postre, fue la solidez de los pensadores ‘viejunos’, esos que, precisamente por edad, pueden sustraerse a la tiranía de las modas. La presencia de los filósofos veteranos Peter Sloterdijk y Gilles Lipovetsky, del historiador Philipp Blom y del sociólogo Richard Sennett descolló en un entorno con muchas figuras mediáticas que estuvo acompañado del éxito de público, según pudo comprobar Vozpópuli.
Sloterdijk, uno de los filósofos más interesantes de Europa (a partir, sobre todo de su exitoso Crítica de la razón cínica), pero no especialmente conocido por el gran público, llenó, sin embargo, el recinto del Teatro Calderón, la sede oficial del Foro, por el que pasaron figuras como el periodista José María García, el dramaturgo Albert Boadella, los cantantes Soleá Morente y Jorge Martínez (Ilegales), los escritores Ana Iris Simón, Juan Manuel de Prada y Elizabeth Duval, o los cineastas Fernando y David Trueba. Y nada más comenzar se pegó a la actualidad del conflicto entre Rusia y Ucrania, si bien lo hizo a su manera, recordando de dónde vienen los problemas que hoy nos acechan.
“La Revolución Rusa fue, en realidad, casi como un golpe de estado en el que apenas se vertió sangre, pero que tuvo como consecuencia la disipación del proyecto de crear algo parecido a una democracia rusa. Ese intento duró trece horas, en una reunión de partidos que fue saboteada por Lenin mediante el despliegue militar. A partir de ahí se instaura una visión del Gobierno como un complot permanente. Y Putin no es otra cosa que el heredero de esa tradición. El suyo es un gobierno basado en el complot, que sólo sabe ejercer el chantaje político, o como ocurre ahora, el juego de las transacciones políticas”, aseguró.
Sloterdijk y España
La dificultad que entraña enfrentarse con esto es que resulta difícil calibrar la gravedad real de la amenaza “porque este juego de chantajes nunca nos permite saber con certeza cuando el agresor se considerará satisfecho”. Sin embargo, Sloterdijk se apoyó en la opinión de especialistas en geopolítica para mostrar su convicción de que la invasión no es la opción más probable. “Harían falta muchos más soldados de los que Putin ha desplegado para afrontar una invasión militar con garantías”, opina el filósofo alemán, quien invocó, además, la experiencia española de las guerrillas (en la Guerra de la Independencia surge la palabra) para argumentar en contra de esa posibilidad. “Lo que sabemos, por la experiencia de España, es que un ejército convencional no puede derrotar a una guerrilla hostil. Y los ucranianos están muy motivados en estos momentos”.
El filósofo opinó que el consumismo será el sustituto de los opiáceos para dominar sociedades
Y ello pese al tremendismo en el que habitualmente incurren los medios, en su opinión. “Si hay un incendio, los medios, como los poetas, siempre están del lado del fuego y no de los bomberos”, ironizó.Sloterdijk se desmarcó también de las críticas habituales a los populismos y recordó que el rasgo definitorio del mundo moderno es “el empoderamiento de las personas frente a las élites” y la convicción de que el talento no se encuentra sólo en la parte alta de la sociedad, sino también en las clases bajas.
Por ello mismo, recordó el filósofo alemán que las democracias “no pueden mantenerse sin la colaboración de personas, de ciudadanos, que se sientan en buena forma. Si la fatiga es la atmósfera dominante en una sociedad, será difícil realizar nada razonable”. Y en este sentido no dudó en resaltar que “puede haber personas interesadas en provocar la fatiga de las masas”.
Sloterdijk vinculó esta situación de ‘fatiga’ con un episodio histórico, el de la ‘guerra del opio’ entre Gran Bretaña y China, que considera “una gran metáfora” pues, de igual modo que entonces se incentivó el consumo del opio en la China “para mantener anestesiada a la población”, de un tiempo a esta parte podríamos estar viviendo una situación parecida en Occidente, en la que el consumismo sería el sustituto de los opiáceos.
“Uno de los rasgos del mundo moderno es el vaciamiento interior del alma humana. Tocas a la puerta del consumidor y no hay nadie en casa”, aseguró, no sin ironía. Y sugirió que “existe un interés en mantener al individuo lo más vacío posible para llenarlo luego de productos que hay que comprar en el mercado”. Y es que vivimos envueltos en un mecanismo en el que “toda interioridad se llena de imágenes procedentes del exterior”. Y añadió: “Todos nos enfrentamos a una sucesión de representaciones que fluyen por nuestra cabeza de forma desorganizada, lo que nos impide sentir nuestra desorientación. Pero el lujo de estar vacíos nos sale muy caro”. Vivimos en una sociedad en la que los ciudadanos buscan la satisfacción personal “y lo que obtienen son cirugía estética y masajes”.
Frente a este engaño del individuo mónada -aunque él no utilizó esa palabra- la experiencia dramática de la epidemia de Covid está poniendo de manifiesto el valor de la interconexión: “La enseñanza más clara de la pandemia es que no puedes desarrollar la inmunidad tú solo. Estás interconectado con tu entorno. Y todo ser humano debería ser capaz de asumir esta verdad”. Por ello, reconoció que, como filósofo, está muy interesado en lo que está ocurriendo. “Me recuerda a la maldición china: ‘Ojalá vivas tiempos interesantes. A la filosofía le convienen estas dificultades de la historia”, aseguró.
Las ventajas del miedo
En relación con esta idea de la interdependencia, y de redescubrir lo que significa vivir juntos, reivindicó la importancia de la mutualidad que él relacionó con una idea de inmunidad grupal. La mutualidad es un concepto que arranca de la filosofía anarquista de Kropotkin, pero que está muy asentado en nuestra sociedad a través de instituciones como las sociedades de ayuda mutua, las mutuas, pero también en los sistemas de salud pública y en otros. “Es una forma de solidaridad en la que la ayuda se presta por adelantado, porque vivir en este mundo significa esperar y anticipar los daños. Por eso las sociedades modernas pueden compararse con un sistema inmune, creando sistemas de defensa frente a daños que aún no se han producido”.
No nos damos cuenta de lo religiosos que somos", defendió Philipp Blom
Esta protección colectiva, sin embargo, está generando temores entre muchos intelectuales europeos, por la sospecha de que los gobiernos pueden estar usando la pandemia para reforzar su poder, e incluso para convertir las sociedades occidentales en otra realidad diferente. En este sentido, Sloterdijk recordó, después de citar a Hobbes, que hay ocasiones en que “sólo el miedo es capaz de introducir la razón en el género humano”. Pero la paradoja es que las sociedades modernas “exigen libertad sin miedo; quieren poder pensar de manera revolucionaria sin atender a las consecuencias”. A juicio del filósofo alemán, los que se oponen a las medidas que adoptan los gobiernos democráticos para luchar contra la pandemia, como los antivacunas, por ejemplo, “no comparten el miedo del resto de la población. Creen que esa apelación a la supervivencia se utiliza como pretexto para el retorno del Gobierno opresor”.
Sloterdijk reconoció que “cualquier político tiene la tentación de facilitarse el trabajo saltándose los procedimientos reglados y actuando mediante decreto”, pero, aun reconociendo esto, le parece muy exagerado afirmar que la democracia esté en peligro. “No veo que los estados de emergencia decretados durante la pandemia puedan verse como una puerta que se esté usando para degradar las democracias occidentales. No lo veo así. Esta percepción me parece un poco histérica; no es realista”. Una “histeria” que es un rasgo de nuestro tiempo porque “hablar a diario de la pandemia hace que nos olvidemos del resto de la realidad”. En verdad, desde su punto de vista, “todos estamos contentos de poder sobrevivir en el contexto de la pandemia. Esto es así. Somos supervivientes con respecto a todos los que fallecieron”.
En una sesión anterior, Lipovetsky y Blom profundizaron en los rasgos que caracterizan el consumo moderno y precisaron algunos de sus perfiles. Así, por ejemplo, Philipp Blom señaló que se trata de una forma de reconocimiento y de generación de identidad. “En otras épocas el reconocimiento social se lograba por las funciones que las personas desarrollaban en la comunidad, ahora se logra mediante la ropa, el coche, las vacaciones…”, los signos de estatus. Blom destacó que “el reconocimiento es importante porque genera identidad, que es lo más importante en nuestro tiempo”.
Lipovetsky, por su parte, añadió que “en el mundo de la hipermodernidad la ligereza es pesada y dura de llevar” y un buen ejemplo de ello es el consumo, “que se caracteriza por la ligereza, pero pesa”. Y prueba de ello es la experiencia de tantas personas que no consiguen llegar a fin de mes, y que viven a cuenta del crédito, lo que se ha convertido en un nuevo tipo de inseguridad, especialmente visible en los Estados Unidos.
Con todo, Lipovetsky matizó a Blom y aseguró que el consumismo no se ve impulsado sólo por la necesidad de reconocimiento, sino que hay otros factores. Y entre ellos citó la salud y la búsqueda del bienestar. “El consumismo no sólo es efecto del márquetin sino que tiene su origen en otras causas relacionadas con la huida del malestar, sobre todo en sociedades que no se arraigan en la trascendencia”.
Blom, por su parte, detectó elementos religiosos relacionados con el consumismo. “A través del consumo participamos del mundo ideal que se nos muestra de un modo similar a como el cristiano participa de Cristo cuando comulga”, aseguró el historiador. “No nos damos cuenta de lo religiosos que somos”.
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