Una de las cosas positivas que ha traído consigo la batalla cultural es la reapertura del debate sobre el aborto. Desde hace unas décadas se ha considerado un tema zanjado cuando no lo está en absoluto, al menos en términos filosóficos. La progresiva laxitud de las leyes que regulan el aborto están dando la razón a quienes vienen advirtiendo desde hace tiempo de las consecuencias que tiene el no analizar el tema desde su raíz más profunda. Conviene, por eso, aclarar algunos términos y aspectos de este debate para que deje de ser la jaula de grillos en la que se convierte en la mayoría de las ocasiones.
En primer lugar, es importante señalar que se trata de un debate filosófico, no jurídico ni científico. Quienes defienden el aborto suelen argüir que la madre tiene derecho a decidir sobre su propio cuerpo. El problema aparece cuando se señala que, a pesar de que el embrión se aloja dentro de ella, ya no se trata de un asunto individual: una nueva vida entra en juego. El quid de la cuestión radica entonces en determinar si ese nuevo ser es una persona o no, y aquí la ciencia no tiene nada que decir, pues distinguimos entre “ser vivo de la especia humana” y “persona”.
La ciencia lo que nos señala es que el nuevo individuo es genéticamente distinto a la madre que lo alberga, y nos va dando información sobre el desarrollo del embrión hasta que se convierte en un feto a término. El concepto de “persona” es algo distinto, pues es un concepto filosófico laxo -o restrictivo- que suele llevar asociadas una serie de características y atribuciones tales como la de su dignidad intrínseca o la de ser sujeto de derechos y obligaciones. El primer derecho, por supuesto, es a la vida.
Cuanto más se restringe la definición de persona, más amplio es el abanico de seres humanos que quedan excluidos de su dignidad y derechos. Este problema de la consideración de quién es o no persona no es nuevo. La idea de seres vivos de la especie humana que no son considerados en toda su plenitud -al menos tal y como lo concibe la sociedad occidental actual- recorre la historia del ser humano. No hace falta remontarse a la noche de los tiempos para ser conscientes de que siempre ha habido untermenschen o infrahumanos, según terminología nazi. Aristóteles argumentó a favor de la esclavitud -que fue abolida muy recientemente-, las mujeres éramos tratadas como menores de edad hasta hace muy poco y no quedan lejos en el tiempo los circos occidentales que exhibían a personas de otras razas como si fueran animales.
Cuanto más se restringe la definición de persona, más amplio es el abanico de seres humanos que quedan excluidos de su dignidad y derechos
Estos ejemplos pueden parecer capciosos y dramáticos, pues ningún abortista actual se ve reflejado en las actitudes que acabo de mencionar. Tampoco los que consideraban inferior a la mujer, al extranjero, a la persona de otra raza o al esclavo pensaban que estaban actuando mal, más bien lo contrario: en muchas ocasiones se hacía desde un sentido de la moralidad en el que se interpretaba que ese era el orden justo y natural de las cosas. Desde ese orden, una persona entendida en su plenitud debía cumplir una serie de características: racionalidad, sexo, color de piel, etc. Las características que se pueden incluir -o excluir- a la hora de decidir quién es persona son infinitas y arbitrarias.
Por tanto, ante una nueva vida humana, la actitud ha de ser siempre la de protegerla, nunca la de acabar con ella.
El problema en la arbitrariedad de la definición de quién es persona es que se cae en lo que se conoce como “pendiente resbaladiza”: si ponemos como plazo límite para abortar las 12 semanas de gestación, ¿por qué no 13? ¿Por qué deberíamos llevar el embarazo a término si no está sano? Una simple ojeada a las diferentes legislaciones sobre el aborto confirma lo expuesto: las hay que lo prohíben en todos los casos hasta las que permiten acabar con la vida del no nato hasta la última semana de gestación. En algunos lugares del mundo se está planteando incluso el aborto post parto. Algo que nos puede parecer aberrante, pero que responde por completo a la lógica de definir a voluntad quién es persona y tiene derecho a la vida y quién no.
La postura provida tiene en mente toda esta problemática, y desde ella su postura es clara: cualquier criterio que tenga la aspiración de determinar quién es persona -y tiene derecho a la vida- y quién no es arbitrario y falible. Por tanto, ante una nueva vida humana, la actitud ha de ser siempre la de protegerla, nunca la de acabar con ella.
Pepito Grillo
Hay una realidad científica, hasta ahora, irrefutable: El resultado de la fecundación humana es un nuevo ser vivo de la especie humana, una simple célula. La RAE define “Persona” : 1. f. Individuo de la especie humana), luego en castellano o español, no hay duda. Un embrión, un feto, tenga una, tres, miles o millones de células, tamaño, semanas, meses es una persona en una de las fases o estadios de su desarrollo hasta que alcanza la condición de adulto aproximadamente a los 25 años. El aborto es dar un derecho a una persona (a la madre, el padre no lo tiene) para matar a otra (a su hijo). El otorgar el derecho a matar si es una cuestión ética, moral, filosófica. El debate es ¿Esta bien o mal dar derecho a matar a una madre a su hijo ¿ Yo no voy a debatir nada, mi postura es clara NO ROTUNDO A MATAR UNA MADRE A UN HIJO. Desde el punto de vista evolutivo, el aborto va en contra del instinto de reproducción de la especie ……... eso si me hace pensar y filosofar sobre el futuro de la humanidad “deshumanizada”……….¡¡¡¡ y mucho¡¡¡¡¡.
S.Johnson
1º La "reapertura" del debate sobre el aborto tiene una finalidad evidente: QUITAR VOTOS a la derecha. Si las "derechas" pican el anzuelo y entran al trapo harán a Sánchez eterno. El que avisa no es traidor, cuidado. 2º El embarazo NO es un cáncer. La mujer decide si quiere tenerlo o no. No se trata de hechos irreversibles que caen del cielo sino de decisiones de a quienes les atañen directamente. El resto cháchara de sacristía. Nadie tiene derecho a decidir por otro. Se llama sociedad civilizada.