En los primeros días del festival, circulaba por las redes un vídeo revelador, donde se veía al público del Sonorama cantando a voz en cuello “Yo quiero bailar toda la noche”, el clásico veraniego de Sonia y Selena (además de una de las mejores canciones de la historia del pop español). Varios viejos rockeros destacaron que esta elección les daba "mal rollo". Parece una anécdota, pero no lo es tanto, porque apunta un cambio de ciclo evidente: el declive del indie melancólico en favor de ritmos más festivos y hedonistas, incluso dentro de un festival donde el indie ha sido bandera (y es curioso como ciclos económicos expansivos como los 90 inspiren música depresiva y momentos de crisis como este suelen coincidir con ritmos euforizantes). Otras señales de este proceso de deshipsterización fueron el entusiasmo despertado por la versión que hizo Amaia de Bad Gyal o que la estrella absoluta de la edición fuese C. Tangana y, sobre todo, la fuerza y conexión con los fans de los artistas que desfilaron el sábado por el escenario trapero del festival. Resultaba fácil salir del recinto pensando que en cinco años o así los artistas urbanos estarán dominando los espacios grandes y los de pop-rock se verán relegados a las tarimas menores.
Antes de entrar en materia, hay que destacar que este año Sonorama Ribera batió su récord de asistencia reuniendo a 35.000 personas en la jornada del sábado. Ayudó sin duda el enorme tirón de C. Tangana, que ha sido capaz de firmar un espectáculo que tiene todas las papeletas para ser el más recordado de 2022. Su primer gran acierto es de análisis: saber que la voz no es su mejor arma y rodearse del Niño de Elche, La Húngara, Antonio Carmona, mariachis y lo que haga falta para mantener el espectáculo siempre arriba (además con la bendita chulería de bautizar a la gira como Sin cantar ni afinar). Himnos como “Cambia!” certifican su alto nivel como compositor, como sabíamos por clásicos como “Tú me dejaste de querer”, "No me llama" y “Antes de morirme”, que sonaron majestuosos en Aranda, con el público a sus pies.
Mención especial merece “Llorando en la limo”, a la que juraría que ha puesto una nueva base que mejora de largo la original. El cierre con metales mariachis, que incluyen una cita a Juan Gabriel, fue digno de un concierto potente y fluido, que emocionó al público a pesar de celebrarse en un escenario (El Ribera del Duero) donde el volumen parecía menos potente de lo deseable. El placer sádico de la noche estuvo en comprobar que el Niño de Elche suena más intenso cantando rumbitas clásicas (incluso Navajita Plateá) que cuando se pone a hacer los experimentos pseudovanguardistas que le han hecho famoso entre la critica musical más pedante y desnortada. Sin duda estamos ante una de esas carambolas que hacen grande, impredecible y divertido al pop.
Sonorama, trap y autohomenajes
Durante la jornada del sábado, a la que asistió Vozpópuli, el escenario más vivo en el recinto fue el Heineken Silver, dedicado a las propuestas urbanas. Aunque no los vi completos, el pujante Mori demostró su frescura y el clásico Recycled J. su dominio de los recursos. Sencillamente brillante fue el concierto de Chico Blanco, con unas bases adictivas, que hicieron olvidar que en muchos momentos no se entendían las letras, basadas en la poética de las neurosis cotidianas. También sedujo el cierre con Rusowsky, con sus magistrales cambios de ritmo que van de lo ensoñador a lo eufórico, manejando a placer los tempos de una fiesta que enganchaba por completo los sentidos. Sacaron escena al arista arandino Barry B., una de las promesas de la música urbana actual. El cierre con la eufórica "Valentino Rossi" fue uno de los momentazos de la noche (en vivo crece brutalmente respecto a la grabación, algo inusual en los grupos de esta escena).
La actuación más desconcertante y deslavazada fue el autohomenaje del festival a sus 25 años de historia. Consistió en un grupo de pop-rock ensamblado para ocasión, dirigido por el versátil Charlie Bautista, que daba cobertura a distintos invitados. Por el escenario desfiló, por ejemplo, un personaje como Jordi Évole, haciendo “Emborracharse” (Lori Meyers), que era como que te obligaran a presenciar el karaoke de la fiesta de Navidad de una empresa que no es la tuya. Subió el nivel “Toro” (El Columpio Asesino) en voz de Chica Sobresalto, aunque no llegará ni de lejos a la tensión de la original. Otras canciones se salvaron poniendo entrega e imaginación, por ejemplo la versión de “Devil came to me” (Dover), donde Rocío Sáez (The Chillers) echó el resto y además le injertó un fragmento de “Me gusta ser una zorra” (Las Vulpes). Por cierto, Sáez fue la única que agradeció a los músicos de la banda por su nombre: Sofía Comas, Saray Sáez (Tremenda Jauría) y Diana Arenas (Amatria).
La gran versión de Perales por Shuarma demostró, por contraste, que el indie siempre anduvo cojo de grandes vocalistas y que las mejores canciones de los años 70 no han sido superadas
Lo mejor del lote de este extraño concierto de homenaje al festival, con muchísima distancia, fue escuchar a Shuarma (ExElefantes) llevando al cielo un clásico de José Luis Perales, la insuperable “Te quiero”. Su emocionante actuación demostró -por contraste- que el indie siempre anduvo cojo de grandes vocalistas y también que las mejores canciones de los años setenta no han sido nunca superadas por las generaciones posteriores de nuestro pop-rock (el festival lo sabe y por eso incluyó este año a Jeanette y a Raphael en una edición anterior). El subidón que nos regaló Shuarma estuvo en las antípodas de la sosería terminal de Xoel López cantando su mustia “Que no, que no” y de la inexplicable decisión de cerrar el repertorio con una pieza tan menor como el “Grita” de Jarabe de Palo. Con sus aciertos y bajones, el autotributo no era una mala apuesta y esperamos que afinen esta idea para el treinta aniversario.
Conclusiones finales: el Sonorama puede presumir de haber tomado bien el pulso a un cuarto de siglo de indie-pop español, la pregunta ahora es cuánto tardará el público en abandonar a grupos tan mediocres como los irlandeses Kodaline, flojísismos discípulos de la línea Coldplay/Keane. O qué recorrido tienen artistas como La M.O.D.A, atascados en una poesía adolescente de alcohol y desamores que ya se ha hecho antes y mejor en la historia de nuestro rock. O cuánto aguantará la carrera de Amaia si sigue arrastrando ese cancionero tan uniforme, defendido con el único truco de su voz elegante y vulnerable. Mi sensación -hablémoslo en un lustro- es que más temprano que tarde la música urbana se hará con los escenarios grandes del festival, teniendo que asumir el reto de articular espectáculos más elaborados y complejos que los que ofrecen ahora, como ha hecho C. Tangana con enorme habilidad y olfato. Sonorama también merece felicitaciones por la pulcritud con la que manejó la revisión de la seguridad del recinto tras la tragedia del festival Medusa, resolviendo todo en tiempo récord con la mínima factura de un retraso de una hora en la jornada del sábado.
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