Si bien El Padrino nos enseñó en el cine que los negocios se hacen mejor en familia y que la familia siempre está presente en los momentos más difíciles, Succession llegó a la parrilla televisiva en 2018 para demostrarnos justo lo contrario.
Los lazos familiares son en la casa de los Roy tan solo la correa con la que el patriarca, Logan Roy, maneja a su descendencia a su antojo y les ata en corto en función de su vanidad, sus intereses empresariales en su emporio de medios de comunicación y entretenimiento o, simplemente, su falta de confianza en ellos. Uno nunca lo tiene claro y ahí reside uno de los atractivos de esta ficción, que llega a su fin con la cuarta temporada y cuyo primer capítulo ya se puede ver en HBO Max.
El primer episodio de Succession arranca con la fiesta de cumpleaños de Logan en su casa. Decenas de invitados sujetan sus copas de vino en las distintas estancias del lujoso hogar del magnate y le cantan con una emoción entre fingida y desganada el clásico cumpleaños feliz, ante lo que él disimula alegría durante unos segundos hasta que la música termina y puede girarse avergonzado para continuar con su ritual diario: soltar unos cuantos "fuck off", repartir amenazas y barbaridades por teléfono y tratar de reflotar su empresa sin que nadie lo impida. Y caminar rápido, muy rápido, con un afán desmedido por encontrar cuanto antes una solución.
Durante uno de los últimos capítulos de la tercera temporada, poco antes de la boda de la exesposa de Logan, Caroline, ella le dice a la hija de ambos, Shiv, algo revelador sobre el padre: "Cuando él ama alguna cosa le pega la patada para ver si sigue volviendo con él". En el capítulo final, Logan deja a todos sus hijos al margen de sus decisiones sobre una posible venta o fusión y les arrebata no solo el poder de decisión, sino también la confianza en sí mismos.
El padre que no deja crecer a sus hijos, que les invalida y les condena a estar amparados y controlados para siempre, frente a unos hijos treintañeros y cuarentones que quieren escapar del cuidado paterno, madurar y desarrollarse en la edad adulta sin que nadie se lo impida. La clásica pugna entre conservar el poder y desafiar a la autoridad para avanzar en la vida funciona en esta ficción de maravilla.
Succession: alianzas, venganzas y traiciones
En la fiesta de cumpleaños que sirve de apertura para esta deseada última temporada, tan solo está presente el hijo mayor, el primogénito, el primero en el orden de sucesión y, sin embargo, al que menos se tiene siempre en cuenta en la posición que ocupa porque sus contribuciones y sus ideas son siempre tan prescindibles como banales. Los otros tres vástagos, Kendall, Roman y Shiv, que hasta entonces se habían turnado el antagonismo del resto de hermanos, no aparecen en la celebración, sino que traman reunidos como una piña y con el mismo deseo empresarial el futuro de sus inversiones.
Lo que la última temporada promete más allá del primer capítulo, que esta redactora de Vozpópuli ya ha podido ver, es un nuevo espectáculo de pirotecnia, tensión, adrenalina y puro caos ante el que todos esperan con palomitas para comprobar quién cae primero: el padre que se resiste a perder el protagonismo o unos hijos siempre dispuestos a tener más dinero, más poder y más problemas.
Lo que la última temporada promete más allá del primer capítulo es un nuevo espectáculo de pirotecnia, tensión, adrenalina y puro caos
Que Logan Roy es un psicópata capaz de todo lo peor queda claro desde la primera temporada y que esta última vuelta de tuerca a las alianzas, corrupciones, venganzas y traiciones familiares prometen el caos se advierte en los primeros minutos del primer episodio de este final.
Aunque HBO nunca quiso terminar tan pronto la exitosa ficción, finalmente aceptó por respeto a la voluntad del creador de la serie, Jesse Armstrong, y ni siquiera los actores protagonistas eran conscientes cuando empezaron con el rodaje. Y ya se sabe lo que se dice de las retiradas a tiempo. Solo hay un puñado de capítulos para gastar la munición y, aunque serán escasos, prometen un buen banquete.
En la resaca, al día siguiente, todos echarán de menos la banda sonora de la serie, compuesta por Nicholas Britel, esa que no deja de sonar durante la trama con mayor o menos protagonismo y que a pesar de ello nunca cansa, que todos escuchan en la cabecera y nadie se salta, porque es tan adictiva como la propia serie. El síndrome de abstinencia será duro.
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