El fascismo no es cosa del pasado. Está vivo y al alza, al menos esa es la teoría que sostiene el norteamericano Jason Stanley en su libro Facha. Cómo funciona el fascismo y cómo ha entrado en tu vida, un ensayo que ha levantado el debate en Estados Unidos y que ahora el sello BlackieBooks publica traducido al español. En sus páginas, Stanley explica los mecanismos que emplea el fascismo para llegar al poder: desde la mitificación del pasado y la propaganda, pasando por la censura, irrupción y tutela de temas como la sexualidad, el humor y la libertad de expresión hasta el uso del victimismo como mecanismo de ataque.
¿Qué signos permiten reconocer un fascismo manifiesto y cada vez más palpable? Hay algunos y no son pocos. La gente empieza a decir que todo tiempo pasado fue mejor. Todos los mensajes que copan el debate son breves y pegadizos. Cualquiera que busque un matiz es un pedante o quiere ser políticamente correcto. Se expresa, por ejemplo, en aquellos empeñados en revisar o reescribir un chiste o una novela desde la raza o el género, que están acabando con la libertad de expresión; también, en la reescritura del pasado para incidir en el presente. “El fascismo evoca un pasado mítico y puro trágicamente destruido –escribe Stanley-. Ya en el presente, el fascismo toma esos mitos como base de la identidad de la nación”.
Stanley ha dedicado años al estudio de los mecanismos que emplea el fascismo para convencer a la gente, especialmente ahora y en su país
Justo por ese motivo la definición de una historia patria es despojada de cualquier episodio oscuro. De ahí que la política fascista busque debilitar el debate público atacando y desvirtuando la educación, los conocimientos especializados y el lenguaje. Pero hay algo aún más específico en la forma en que funciona el fascismo y que tiene que ver con la urdimbre que esconde el uso del pasado. Hijo de emigrantes europeos que escaparon de la Alemania Nazi, Stanley asegura haber crecido en un hogar donde la Estatua de la Libertad presidía el salón. Stanley asegura haber crecido con la idea de que Estados Unidos era la nación más heroica. A pesar de ello, o precisamente por eso asegura él, ha dedicado años al estudio de los mecanismos que emplea el fascismo para convencer a la gente, especialmente ahora y en su país. Todas sus pesquisas lo han llevado a constatar la importancia que tiene el uso del pasado en ese proceso, por no decir que se trata del eje central para acometer un programa que busca ejercer el poder en el presente y de la manera más corrosiva posible.
Otro elemento que incide Stanley es en el uso que hace el fascismo del enmascaramiento. Es difícil que prospere un programa político que diga abiertamente que perjudicará a un amplio grupo de personas, asegura el filósofo, de ahí que la propaganda política sea fundamental para ocultar aquellos objetivos claramente conflictivos de los políticos o de los movimientos políticos haciéndolos pasar por unos ideales que tienen gran aceptación. “Se enmascara lo que en realidad es una guerra peligrosa y desestabilizadora por obtener el poder para hacerla pasar por una guerra que tiene como meta la estabilidad o la libertad. La propaganda política utiliza el lenguaje de los grandes ideales para unir a la gente en torno a unas metas que de otro modo parecerían muy dudosas”.
Ejemplos concretos
Profesor de filosofía en la Universidad de Yale, Stanley aporta ejemplos muy concretos, la mayoría centrados en la política estadounidense aunque homologables a cualquier experiencia política de radicalización, tanto en el pensamiento conversador o de derechas y su expresión más populista como en el uso que ha hecho la izquierda. Stanley contextualiza el uso que ha hecho Trump, por ejemplo, de la figura de Charles Lindbergh , símbolo del heroísmo americano y creador del movimiento America first –entonces opuesto a que EEUU participara en la Segunda Guerra Mundial- para convertirlo en un reclamo ambiguo que busca arrancar las simpatías por la vía del desquite y la revancha. “¿A qué momento pasado se refiere exactamente la campaña de Trump? ¿Al siglo XIX, cuando en los Estados Unidos se esclavizaba a la población de raza negra? ¿A la época de las leyes de Jim Crow, cuando en el sur los negros no podían votar?”, escribe.
El libro, que ha sido traducido por Laura Ibáñez, tiene un prólogo del escritor Isaac Rosa, quien contextualiza el análisis de Stanley de cara a la realidad española y europea: “Soy un alarmista, como supongo os parecerá el propio Stanley si lo leéis. Y tenéis razón: en la España de 2019 estáis muy lejos de que os gobierne un Trump, o un Orbán. Estáis tan lejos como lo estaban los estadounidenses solo un par de años antes del ascenso huracanado de Trump; tan lejos como los húngaros poco antes de que su presidente reformase la Constitución en un sentido ultraconservador, limitase la libertad de prensa, rechazase a los inmigrantes y legislase contra los trabajadores hasta su reciente “ley de esclavitud”.
Especializado en filosofía del lenguaje, ha publicado títulos como Know How, Languages in Context o Knowledge and Practical Interests, que ganó en 2007 el premio de filosofía de la Asociación de editores americana. También se alzó en 2005 con el máximo galardón de la Asociación americana de filósofos, que premia a un solo filósofo al año. Escribe regularmente en The Washington Post, The Boston Review o The New York Times, donde ha alimentado el popular blog filosófico The Stone. De allí surgieron textos para libros como How Propaganda Works. How Fascism Works, que hemos traducido como Facha, su último y más esperado trabajo. Un éxito instantáneo de crítica y lectores. Y una valiosa herramienta para saber leer la alarmante deriva autoritaria de nuestro mundo.
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