Para retirar el corcho del tronco del alcornoque, uno debe, en primer lugar, clavar con fuerza en una de las grietas del árbol un hacha, bien sujeta con las dos manos. A continuación, girar la cabeza de la herramienta hacia ambos lados hasta conseguir desprender el corcho para después tirar con brío. Hace mucho tiempo, el campo dejó de interesar en el cine y la vida en la ciudad se impuso en el relato con el fin de mostrar, probablemente, hasta qué punto España estaba a la altura de otros países del entorno en cuestiones de modernidad. Hasta ahora.
Tareas que ensucian las manos, como la extracción del corcho, la recogida de los melocotones o cubrir las necesidades del ganado en la montaña, no fueron atractivas a partir de los años 80. Ahora, sin embargo, son el marco perfecto en el que se cuentan las mejores historias del cine español y esto, según señaló recientemente a Vozpópuli el cineasta Rodrigo Sorogoyen con motivo del estreno en los cines de As bestas, no es casualidad.
Suro significa corcho en catalán y es también el título del debut en el largometraje de Mikel Gurrea, una de las mejores películas españolas del año, candidata en la pasada edición del Festival de San Sebastián a la Concha de Oro que finalmente ganó la colombiana Los reyes del mundo, de Laura Mora. Aunque motivadas por diferentes asuntos, en ambas películas los protagonistas emprenden una huida de la ciudad al campo: en la primera desde Barcelona, en la segunda, desde Medellín.
Tareas como la extracción del corcho, la recogida de los melocotones o cubrir las necesidades del ganado en la montaña no eran atractivas, pero ahora son el marco perfecto de las mejores historias del cine español
El campo ha dejado de ser en parte el lugar exótico en el que se convirtió para quienes buscaron un respiro ante los excesos nocivos de la vida urbana y es hoy el escenario en el que se reflexiona, desde la ficción cinematográfica, sobre las paradojas, las contradicciones y los dilemas morales del presente, con el foco puesto en los estragos del capitalismo más voraz, la precariedad o la emigración. Los mejores ejemplos este año son Alcarràs, de Carla Simón, As bestas, de Rodrigo Sorogoyen, y Suro, de Mikel Gurrea.
La ópera prima de este director donostiarra está protagonizada por una pareja que lleva a cabo eso que muchos prometen a la hora del vermut cada domingo: hacer las maletas y empezar una nueva vida en un entorno rural, un destino a priori menos inhóspito que las ciudades deshumanizadas pero, eso sí, donde no existen los días libres, ni las vacaciones ni descanso alguno.
Suro y la doble moral
Helena e Iván (excelente Vickly Luengo y Pol López) son los protagonistas de Suro, una pareja de arquitectos muy enamorada y a la espera de su primer hijo juntos, que decide reconstruir la vieja masía que ha heredado ella, rodeada de varias hectáreas de alcornoques que les proporcionarán una buena suma tras la extracción del corcho.
Este enclave bucólico donde el urbanita espera encontrar la solución a sus problemas existenciales y también económicos dejará pronto de ser tan idílico cuando los roles cambian dentro de la pareja, en el momento en el que da comienzo una relación asimétrica en la que el poder lo ostenta quien tiene la propiedad, es decir, la heredera de las propiedades.
Los protagonistas se dan de bruces con su doble moral, con la sorpresa de descubrir sus debilidades y esa costumbre tan poco glamurosa de defender lo propio
Pronto empiezan también a quedar en entredicho los principios por los que se rige en un principio el personaje de Iván, tan idealista y tan fiel a respetar valores como la igualdad y el respeto, incluso por encima del bien de su familia. Cuando tiene que enfrentarse a situaciones para él desconocidas, sus motivaciones cambian, y cuando lo importante es sacar a tiempo el trabajo para no perder dinero en la extracción del corcho, poco importa la precariedad en la que viven algunos de los trabajadores del campo, liderados por un cacique a quien han elegido para llevarse una cantidad mayor de euros al bolsillo, en lugar de una cooperativa.
Suro discurre como el mejor thriller por los claroscuros de sus personajes, que asumen posturas inesperadas desde sus convicciones, que se replantean el papel que ostentan en su relación sentimental y familiar, y que se dan de bruces con su doble moral, con la sorpresa de descubrir sus debilidades y esa costumbre tan poco glamurosa de defender lo propio. Uno puede hacer la maleta con sus mejores deseos e intenciones, pero las tentaciones y los impulsos del ser humano le perseguirán allá donde vaya.
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