"Soy un padre de familia con una hija subnormal y desearía que todos los españoles nos ayudasen porque nuestro problema vendrá cuando faltemos nosotros, ¿qué será de nuestros hijos?", comentaba un ciudadano de la provincia de Zamora en 1985 a una cámara de Televisión Española, antes de pedir ayuda al gobierno por el futuro de su hija. En la misma emisión, habitantes de varios pueblos de Zamora, Salamanca, Ávila y Jaen se mostraban preocupados por el terrorismo, la situación de las madres solteras o las pensiones para las personas con discapacidad.
Este padre de familia era una de las decenas de habitantes de la España vacía que durante el año 1985 participaron en el programa ‘Suspiros de España’. El formato del programa era bastante simple, una caravana recorría varios pueblos y pequeñas ciudades de la geografía española, dando un minuto para que cualquier persona pudiera decir lo que le pareciera oportuno. “Hoy comienza un nuevo programa con el que TVE ofrezca a todos los españoles un pequeño espacio donde se puedan comunicar y contar sus preocupaciones", señalaba Enrique Nicanor, director de la segunda cadena.
Cada capítulo arrancaba con la furgoneta de TVE llegando a una localidad sobre la melodía del famoso pasodoble que daba nombre al programa. A pesar de lo limitado del plano, el interior de una caravana con una tela al fondo, los capítulos son un auténtico cuadro costumbrista de una España que estaba cambiando a pasos agigantados. Por el habitáculo circularon todo tipo de perfiles, hombres desdentados, nacidos a comienzos de siglo XX y que se soltaban ante la cámara cantando una copla o un poema, a jóvenes universitarias fumando y reclamando una sede de su facultad más cercana a su localidad.
Los contrastes entre generaciones se aprecian tanto en las preocupaciones como en la apariencia. Cincuentones y jubilados con jerseys de lana y gafas con un efecto lupa que agiganta sus ojos, se mezclan con jóvenes con tintes de colores, camisetas sin mangas y cadenas de plata. Mujeres con escote que en el programa de Benidorm del mes de septiembre quieren fiesta y reclaman la "llegada de chicos guapos", la niña de Madrid que manda un saludo a sus “colegas” de la capital, varios machegos que se quejan de los altos precios de los alquileres de la ciudad levantina, y otra mujer que protesta porque el turismo se estuviera enfocando a los visitantes extranjeros con carteles y espectáculos en “cualquier idioma menos el español”.
El programa fue utilizado también como vía de comunicación con varios chavales que dan su dirección postal para hacer amigos de otras zonas de España y adultos en paro que mencionan su experiencia laboral y dejan su número de teléfono en busca de un trabajo. También se perciben los contrastes entre el campo y la ciudad con jóvenes reclamando la concentración parcelaria para conseguir una mayor rentabilidad en los cultivos, con otros que se quejan de que se pueda fumar en las clases universitarias en las ciudades a las que se han tenido que mudar.
En todas las localidades hay un entusiasmo por ensalzar las maravillas de su localidad, invitando al resto de españoles a visitar sus monumentos o fiestas patronales. También aparecen preocupaciones comunes como el paro, el terrorismo o la droga, y asuntos más localizados como la delincuencia o la suciedad de algunas calles.
Sorprenden otros problemas que creemos más actuales como la turismofobia que siente un joven vigués que califica la llegada de turistas como una “nueva forma de terrorismo” que sufren los habitantes de las costas de España. Como solución propone una especie de frontera en cada ciudad costera para que se beneficiara en algo “de todos los desmanes que generan los turistas”.
En el capítulo de Huelva, un chico de 16 años que se identifica como católico practicante expone el problema de los límites de la libertad de expresión, puesto que dice no estar dispuesto a tolerar que haya grupos de teatro o de cine "que vayan haciendo películas en contra de la religión católica", "yo soy católico y no me voy metiendo con los que no practican otra religión", concluye.
Otro hombre con una discapacidad física protesta por el tratamiento que la televisión da a las personas con discapacidad: “Siempre que sacan un minusválido en la televisión tiene que ser un poco subnormal o un poco tontito o alguien mimado por la mamá y el papá, nunca un señor que gana la vida decentemente frente al público aguantando todas las cabronadas que le vienen encima”. También se queja de la actitud “de todo el mundo” cuando ven a una persona en una silla de ruedas, “lo miran como a un extraterrestre y si alguna vez tienen ocasión de tener un romance lo señalan en público como si fuera una aberración”.
Hasta la política internacional tuvo cabida, el programa de Zafra termina con un joven pidiendo: "El Reagan, que se mete donde no le llaman, que deje a los países vivir tranquilamente, que no se meta en camisas de 11 varas, igual al de la URSS, que nos dejen tranquilos a todos porque esto en un show”.
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