Llevamos más de una semana con el chascarrillo nacional y lo que te rondaré, morena. A ojos de muchos, toda la polémica relacionada con Tamara Falcó y la camarilla de distintas personas que viven del famoseo de una u otra manera es tan sólo fango de lo más pedreste, algo a lo que no deberíamos dedicar ni un minuto de nuestro tiempo. Sin embargo, de todo lo hasta ahora acontecido (estas cosas parece que se retroalimentan a sí mismas en un bucle infinito al que exprimir hasta la última gota de show televisivo que se pueda rebañar) se pueden extraer diferentes cuestiones que apuntan a problemas filosóficos de fondo, con los que explicar de una forma relativamente sencilla la sociedad posmoderna que nos ha tocado habitar.
El intríngulis filosófico comenzó, recordemos, en El hormiguero. Tamara Falcó mantuvo una divertida discusión contra Juan del Val. Éste afirmaba que la fidelidad es algo antinatural, provocando gran indignación en la hija de Isabel Presley. “¡Es biología!”, afirmaba del Val, con la misma convicción con la que se defiende que el agua hierve a 100º. Falcó encandiló al público con el gesto burlón con el que imitó las palabras de su compañero.
Me fascinó la reacción porque imaginé a Aristóteles, a Santo Tomás de Aquino y a muchos otros pensadores riéndose también: ¿para qué dedicar horas de estudio, reflexión y escritura a refutar argumentos absurdos, cuando basta con burlarse un poco de quienes los mantienen? Claro que está que la filosofía no trata de ir señalando qué es absurdo o qué no, si no de demostrarlo contundentemente con argumentos racionales, que es lo que resulta francamente complicado. Debemos recordar aquí a San Agustín:
“¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé. Lo que sí digo sin vacilación es que sé que si nada pasase no habría tiempo pasado; y si nada sucediese, no habría tiempo futuro; y si nada existiese, no habría tiempo presente”
Trocotró. Lo mismo ocurre con la conversación entre la ex de Onieva y del Val. “¡No somos monos, tú controlas tus impulsos!” Ah, ahí está la madre de todas las batallas filosóficas: ¿somos animales un poco evolucionados, pero animales al fin? Si respondes afirmativamente te cargas de un plumazo la ética y, con ella, el derecho y la filosofía política. Al lado de Tamara había una chica rubia -me da pereza buscar quién era en Google, lo reconozco- que, con ánimo de poner paz, recurrió a la salida manida, fácil y equivocada de raíz, tan típica de nuestra era: “Si da igual, cada uno de los que estamos en esta mesa vamos a opinar una cosa distinta”. Pero vamos a ver, alma de cántaro, si os sentáis para discurrir sobre un tema es porque cada uno está convencido de tener gran parte de razón. Y, como te diría Aristóteles, no se equivoca de igual forma quien afirma que dos más tres son cuatro que quien defiende que son mil. Si asumimos esto, “estaremos apartados de esa doctrina inmoderada y que impide a la mente definir cualquier cosa”
Tamara y el relativismo
¡Inmoderada, mujer rubia que sale en El hormiguero, que eres una inmoderada! ¿No sabes que, aun no poseyendo nadie la verdad absoluta, siempre hay quien acierta más en sus afirmaciones? ¡De ahí el enfado de Tamara! “Quedan 19 segundos y tengo que cerrar este programa diciendo “Sí, claro, la infidelidad es totalmente normal… ¡PUES NO!” Y en el concepto “normal” encontraron nuestros protagonistas el quid de la cuestión (que es lo que ocurre cuando las personas que dialogan lo hacen porque creen que existen el acierto), y el error: pueden llegar a tener una visión más depurada y cabal sobre el tema.
El concepto de lo “normal” y la “biología” están, en cierto modo, relacionados. Juan del Val asumía que, en tanto la biología nos impone ciertas demandas, es lógico que todas las personas nos parezcamos en algunas cosas: eso sería “lo normal”. Es normal que una persona se desespere cuando lleva una semana sin comer. Y, si no ha bebido, lo normal es que palme. Ahora bien, ¿es lo biológico lo único que resulta normal (común) a todo el mundo? Éste es uno de los temas a los que más vueltas se ha dado -y se sigue dando- en filosofía. La frase “lo normal por naturaleza en el hombre”, junto con las palabras “Dios”, “ente” y “nada” son de las más repetidas en la historia del pensamiento. Se nos han gastado de tanto usarlas.
Tanto Tamara como Del Val asumieron la actitud que trata de promover nuestra democracia liberal: la del diálogo, no como fin en sí mismo, sino como forma de aproximarnos a ciertas verdades
Considerar que lo único normal en las personas es su aspecto biológico conlleva varios problemas. El primero, que no es verdad. El segundo, que, como bien señala Tamara, elimina nuestra voluntad y, con ella, la libertad. El tercero, que conduce inevitablemente al relativismo, es decir, volvemos a la mujer rubia de cuyo nombre no quiero enterarme. Si asumimos que lo único que nos es común son nuestras necesidades biológicas (a las que estamos sometidos, según insinuaba Juan del Val), podemos llegar a la conclusión de que todo lo que no sea puro instinto animal es construcción social, elegida consciente o inconscientemente. En la medida en que cada uno elige qué considera correcto -engañar o no a tu pareja, verbigracia-, desaparece cualquier posible reflexión sobre qué podría ser más conveniente para las personas -el ideal de vida buena-, más allá de comer, dormir y copular. Determinismo biológico y relativismo moral son dos pivotes sobre los que saltar a interés, sin comprender que ninguno de estos extremos es cierto tomado en su totalidad.
El relativismo no sólo es preocupante, pues ya hemos visto que Tamara y del Val consiguieron llegar a cierto acercamiento y con la doctrina del “nada es verdad o mentira, todo depende del color del cristal con que se mira” esto no habría ocurrido. El relativismo, además, es mentira también. No conozco a ningún relativista: ¿conocen alguna persona que esté encantada de que le roben, y que afirme que todo es cuestión de perspectiva? James Rhodes o Risto Mejide y su visión sobre los impuestos no cuentan, aunque seguro que no les hará maldita la gracia si les asalta la cuenta corriente una organización terrorista. ¿Ven? El relativismo es mentira. Si todo es relativo, también lo es la frase que considera que todo es relativo. Zasca.
Volvamos a la frase “lo normal por naturaleza en el hombre”. Si aquí entendemos lo normal como lo frecuente, y naturaleza como lo biológico, estamos cometiendo un error de bulto tremendo. Porque la naturaleza de las personas, tal y como la entendemos cuando pensamos en Tamara, Juan o la mujer rubia, nada tiene que ver con cómo serían ellos si hubieran sido criados en un entorno que atendiera únicamente a su biología. Sobre esto hay bibliografía más que suficiente: los llamados niños-lobo. Si las crías humanas no crecen entre seres de su especie que les hablen y convivan con ellos, no son capaces de desarrollar más adelante las capacidades lingüísticas y cognitivas propias del ser humano. Propias. ¡Naturales! Resulta que, para que una persona nos resulte normal, necesita ser educada en un entorno no natural, en un sentido biológico del término. ¡Lo natural en el ser humano es no ser natural (motivo por el cual Tamara le dijo a del Val que no somos animalitos, y que podemos controlarnos)! Y aquí radica la grandeza, complejidad y misterio del ser humano, porque de este hecho esencial se derivan muchos otros, igual de fascinantes.
Lo interesante de ese encuentro fue que, tanto Tamara como Del Val, asumieron la actitud que trata de promover nuestra democracia liberal: la del diálogo, no como fin en sí mismo, sino como forma de aproximarnos a ciertas verdades o puntos de vista que consideramos que son más acertados que otros. Hasta aquí parecería que todo tuvo un final feliz, pero el posmodernismo tuvo que venir a arruinarlo todo. El posmodernismo, recordemos, es un conjunto de asunciones sobre las personas y la sociedad que asumen la perspectiva de la chica rubia: cada uno tiene su punto de vista, todo es relato, etc. Su consolidación se produjo gracias al impacto que crearon los horrores de los movimientos totalitarios en el siglo XX. Se difundió la idea de que gran parte de la culpa de todos estos sucesos la tenía el hecho de tener convicciones muy firmes e intransigentes. De ahí que se fomentara, de una u otra manera, aquello de “haz el amor y no la guerra” y el relativismo entendido como fuente de convivencia pacífica y armoniosa.
El problema radica en que los seres humanos somos morales por naturaleza (por naturaleza, de nuevo). Algunos dirán que es por una cuestión espiritual (tenemos un alma inmortal que nos dota de un sentido para captar qué está bien y qué está mal) y otros apelarán a la biología evolutiva (somos animales organizados y necesitamos establecer una serie de normas para que esto no se convierta en un guirigay). Quienes ondearon la bandera de la tolerancia y del pluralismo cometieron el ingenuo error de pensar que no se producirían colisiones entre diferentes formas de pensar y ahora observan, aterrados, que hay ciertas ideas que pueden derribar ese mundo happy flower que se han montado: ¡qué manía de estropearlo todo con ocurrencias incorrectas! ¿Tanto te cuesta pensar como yo lo hago?
Ante estos desconciertos la democracia liberal propone el debate serio y racional de las ideas. En principio un conato de esto se dio en El hormiguero, pero quedó pronto en agua de borrajas tras acudir Tamara Falcó a un congreso sobre las familias en México y hacer unas declaraciones sobre qué entiende ella que es una sexualidad sana. Jorge Javier Vázquez puso el grito en el cielo, y va a hacer falta echar mano de todo el equipo de limpieza de la comunidad de Madrid para poder limpiar toda la ira que derramó. Indignación en Twitter. Intolerancia con el intolerante (burda manipulación de Popper). ¿No resultaría más constructivo sentarse de nuevo a hablar, y retomar el tema sobre qué le es natural a la persona o no? Con argumentos racionales y esas cosillas que tenemos un poco olvidadas. No. ¿Para qué? Quien manda establece qué sexualidad es adecuada y cuál no, qué cosas son violencia sexual, e incluso qué es el sexo y de cuántas formas se manifiesta. Lo hemos visto hace unos días con la sobrerreacción a los gritos que se lanzan unos universitarios a otros, y también lo comprobamos con la tramitación de la Ley Trans, que se ha llevado a cabo con un silenciamiento y purga de gran cantidad de feministas del PSOE. Por lo visto, la convivencia pacífica entre personas sólo se puede alcanzar si el que aplica por decreto qué cosas son relativas y cuáles es quienes abandera determinadas corrientes de pensamiento. La posmodernidad era esto. Para este viaje no hacía falta alforja.