Al escuchar un tango viejo sabemos que hubo hombre valientes, dijo Jorge Luis Borges una tarde de octubre de 1965, en el número 82 de la calle General Hornos, en el barrio Sur de Buenos Aires. Entre el público estaba Manuel Román Rivas, un inmigrante gallego y antiguo productor musical. Rivas acudió a ésa y a las tres conferencias siguientes. Las grabó todas con un magnetófono. En el año 2002 las cintas llegaron a manos del escritor Bernardo Atxaga, quien digitalizó y confirmó la autenticidad del material que hoy llega a las manos y los oídos de los lectores en el volumen El tango. Cuatro conferencias (Lumen), un libro que además de incluir las transcripciones, contiene un código que permite escuchar las grabaciones originales con la voz del argentino.
Al escuchar un tango viejo sabemos que hubo hombre valientes, dijo Jorge Luis Borges una tarde de octubre de 1965, en el número 82 de la calle General Hornos, en el barrio Sur de Buenos Aires
El volumen incluye las conferencias Orígenes y vicisitudes del tango, El Compadrito, El Río de la Plata a comienzos de siglo y El tango y sus deliberaciones. El conjunto de los textos sirvieron a Borges para condensar sus investigaciones, que comenzaron en 1929, en ocasión de un estudio sobre su antiguo amigo, el poeta Evaristo Carriego, de quien cita su poema Tríptico del tango, incluido en el libro Centenario, para referirse a la naturaleza trágica y truculenta de las historias que aquella música refleja: “azotando con sus carnes como lenguas/ de una hoguera/ las vibrátiles entrañas de aquel chusma del amor”.
El poema de Casariego que da pie a Borges relata la historia de cómo un hombre –un compadre, un malevo- ha matado a la mujer que le ha sido infiel. De ahí que Borges hable de un origen infame del tango: "Y esto lo confirma algo que he visto muchas veces, algo que ví a principios de siglo siendo chico, en Palermo, y que vi, mucho después, por las esquinas de la calle Boedo, antes de la segunda mitad de la dictadura. Es decir, he visto a parejas de hombres bailando el tango, digamos al carnicero, a un carrero, acaso con un clavel en la oreja alguno, bailando el tango al compás de un organito. Porque las mujeres del pueblo conocían la raíz infame del tango y no querían bailarlo".
Borges: "He visto a parejas de hombres bailando el tango, digamos al carnicero, a un carrero, acaso con un clavel en la oreja alguno, bailando el tango al compás de un organito"
Partiendo de esa génesis, Borges retrata el Palermo y el Sur de antaño, los poblados y barrios de compadritos, las casas de mala fama y milongas. Se recrea también en los mitos y la lírica de la música emblemática del Río de la Plata. Y justamente ahí, en las posibilidades literarias y de ficción que consigue en ella es donde el libro aporta más riqueza: “El tango nos da a todos un pasado imaginario. Estudiar el tango no es inútil; es estudiar las diversas vicisitudes del alma”. Las conferencias tienen su punto de partida en el lugar de la ciudad donde se celebraron, en el barrio Sur, ese del que provienen todos los porteños incluso aunque no hayan nacido allí, dice el autor de Ficciones. “El Sur es una suerte de corazón secreto de Buenos Aires; podríamos decir: aquí está Buenos Aires. En todo caso, si quisiéramos agregar otro barrio, ese barrio sería el Centro; creo que todos somos hombres de Florida y Corrientes, somos hombres de nuestro barrio particular, y somos, esencialmente e irrevocablemente, hombres del Sur, tan vinculado a la historia argentina”.
Al leer a Borges –o escucharlo- es posible entender de qué forma la historia de los argentinos es la historia del tango. Para dejarlo claro, Borges recorre el paisaje con el dedo imaginario, se lleva a quienes lo escuchan a la amplia y agreste llanura de la pampa, donde señala con el especial énfasis el imaginario melancólico y a su manera trágico del Gaucho. De hecho, el gaucho o el criollo, dice él, devendrá en “compadre” o “los compadritos “que ya se emplean en las letras de los tangos y que forma parte de los asegura Borges son los tres personajes que fundan el tango: el compadrito o malevo, el arrabal y finalmente una mujer que desencadena o precipita la historia.
Borges ubica como una fecha de partida para hablar del tango el año 1880. Lo que resulta algo más complicado es el lugar donde tuvo origen, un escollo que el propio escritor resuelve con la misma arbitrariedad con la que resolvería el final de unos de los relatos: "En cuanto a la geografía del tango, ahí las respuestas han sido diversas, según el barrio del interlocutor o según su nacionalidad. Así, Vicente Rossi elige el lado sur de la ciudad de Montevideo, alrededores de la calle Buenos Aires y la calle Yerbal. Así, mis interlocutores, según su barrio, elegían el norte o el sur. Así, algún rosarino se lo llevó a Rosario. Esto debe importarnos poco; es lo mismo que haya surgido en una margen del río o en otra. Pero creo que ya que estamos en Buenos Aires, y ya que yo soy porteño, podemos optar por Buenos Aires”. Y sanseacabó.
Sobre el origen geográfico del tango, si Argentina o Uruguay, dice Borges: "Esto debe importarnos poco; es lo mismo que haya surgido en una margen del río o en otra. Pero creo que ya que estamos en Buenos Aires, y ya que yo soy porteño, podemos optar por Buenos Aires”
Refiriéndose al tango como una música “orillera” –preciosa y olvidada palabra que alude lo arrabalero- , Jorge Luis Borges recompone hasta el origen de los instrumentos. Se pregunta, acaso, cómo siendo una melodía popular que se escuchaba en todos los almacenes de Buenos Aires, fue el bandoneón –instrumento de procedencia alemana- y no la popular guitarra la que sirve de acompañamiento . La conclusión a la que llega Borges es que, aun existiendo el piano, la flauta o el violín, estos no eran populares y correspondían a medios económicos superiores a los del compadrito –aquellos “patoteros” o rufianes armados-, por lo que era lógico que se empleara este otro, también llamado acordeón u organillo . Así, a finales del XIX; en el contexto de las casas de mala vida, los bailes de las carpas y “los casinos de baja estofa” comienza el tango a despuntar en los llamados “bailes carreritos”.
El tango, dice Borges, tiene sus raíces en la milonga y la habanera: “Son letras sencillas, milongas bailadas por el malevaje motevideano hacia el mil ochocientos ochenta y tantos, en las cuales está, siquiera de manera profética, el tango, el tango cuya evolución ulterior veremos en la siguiente charla”. A Borges le toma tres conferencias llegar apenas a los años de 1910 y 1914; valga decir que sus digresiones son muy suyas, muy borgianas. Los primeros 20 años del siglo XX coinciden con Carlos Gardel, cuando el tango milonga –que solía prescindir de la letra- pasa al tango canción. “Y esta transformación producida por Gardel fue, según me dijo anoche Adolfo Bioy Casares, acaso la razón por la cual su padre, acostumbrado al modo criollo de cantar, no aprobaba a Gardel; no le gustaba a Gardel”.
A medida que avanza el libro –y el tiempo de aquellas charlas-, Borges se adentra y ejemplifica elementos musicales en la literatura argentina, en donde comienzan a hacerse algo más frecuentes las alusiones a Bioy Casares, amigo y escritor con el que publicó diversas obras como Antología de la literatura fantástica, una verdadera joya en la que también participó Silvina Ocampo. La última conferencia de Jorge Luis Borges resulta especialmente emotiva, por no decir lírica. Se crece Borges en el coraje y la hombría de sus personajes. Cita tangos como El choclo, El Pollito, Las siete palabras, El apache argentino o El cuzquito. Y justamente ahí donde ese Borges a veces petulante y de voz aflautada, regala a sus oyentes tres párrafos que sirven de cierre
“No importa que hayan muerto los individuos. Sabemos, oyendo un tango viejo, que hubo hombres no sólo valientes, y esto ocurre con la poesía de Ascasubi también, sino valientes en su alegría también.
Y luego dio que el tango nos da a todos un pasado imaginario que oyendo el tango todos sentimos que, de un modo mágico, hemos muerto peleando en una esquina del suburbio.
Es decir, recapitulando todo lo que he dicho, que el tango fue, sobre todo la milonga, fue un símbolo de felicidad. De suponer que esto se aeterno, creo que hay algo en el alma argentina, algopo salvado por esos humildes, y a veces anónimos, compositores de las orillas, algo que volverá. Es decir, creo, en suma, que estudiar el tango no es inútil, es estudiar las diversas viscisitudes del alma argentina”.
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