La citaremos por enésima vez: "La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa". La cita de Hegel con la que Marx abrió su 18 de brumario de Luis Bonaparte, nos es útil para comparar el regreso de Carles Puigdemont con el de Josep Tarradellas. Ha sido el propio Puigdemont el que ha querido ponerse al nivel del president en el exilio reformulando el célebre "Ja sóc aquí!" ("Ya estoy aquí") , que Tarradellas pronunció en su regreso a Cataluña tras 38 años en el exilio por la dictadura franquista.
En su última performance, que cuando se escribe este texto todavía no ha tenido resolución, el expresident de la Generalitat Carles Puigdemont ha reaparecido en el centro de Barcelona tras siete años fuera de Cataluña, fugado de la Justicia española, para volver a desaparecer después de pronunciar un mitin. Puigdemont ha llegado al acto que el Consell de la República (CdRep) ha convocado en el Passeig Lluís Companys de Barcelona para recibirle de manera "institucional", donde miles de personas le esperaban con 'esteladas' y máscaras con la cara del expresidente. El discurso de Puigdemont apenas ha durado cinco minutos. El político ha instado este jueves a no renunciar a la autodeterminación de Cataluña, señalando al mismo tiempo que un referéndum "ni es ni será nunca un delito": "Aunque les hemos visto su cara de represores, hoy he venido aquí para recordarles que aún estamos aquí", en un trasunto de la mítica frase de Tarradellas.
Tarradellas se exilió de España en febrero de 1939 cuando la guerra estaba virtualmente ganada por Franco y fue presidente de la Generalitat en el exilio desde 1954 hasta 1977. La frase de un anciano Tarradellas que volvía a su patria tras la muerte del dictador sigue sobrecogiendo, la de Puigdemont es el último petardo de la fiesta de un ser políticamente trasnochado y devorado por su propio personaje que, como los fantasmas del Sexto sentido, todavía no sabe que ha muerto.
Las primeras palabras de aquel 17 de octubre desde el balcón del Palau de la Generalitat mostraron el talante integrador y conciliador de un hombre que había pasado la mitad de su vida lejos de su hogar. El "Ciutadans de Catalunya, ja sóc aquí!" (Ciudadanos de Cataluña, ya estoy aquí) no fue nada improvisado, y posteriormente el político señaló que utilizó la palabra "ciudadanos" en lugar de "catalanes" para aludir a todos los habitantes de Cataluña y no solo a los nacidos allí. Si algo hizo durante su presidencia Puigdemont fue menospreciar a la mitad de los catalanes que no votaban por la independencia.
La comparación se vuelve mucho más grotesca en cuanto a los motivos por los que uno y otro se fueron del país. Tarradellas huyó en el contexto de una guerra civil y el nacimiento de un régimen criminal que, de haber conseguido su extradición, muy posiblemente lo hubiera torturado y asesinado como a otros políticos nacionalistas como Lluís Companys. Puigdemont lo hizo para escapar de las leyes de un Estado democrático con libertad y plenas garantías procesales.
El golpe de Estado de julio de 1936 atentó contra la voluntad de los españoles expresada en las urnas unos meses atrás en las que venció la coalición de partidos que conformaban el Frente Popular. Fueron las últimas elecciones libres y democráticas que celebró España por las cuatro larguísimas décadas de dictadura franquista. El 'golpe de Estado postmoderno' como lo bautizó Daniel Gascón fue comandado por Puigdemont y trató de violar la Constitución, las propias leyes de autogobierno de Cataluña y atentó contra los derechos políticos de los ciudadanos catalanes.
Tarradellas contra Pujol
Tarradellas no fue un político independentista y durante la Transición se enfrentó a Jordi Pujol al que acusó públicamente de corrupto ya en el año 1980, por el caso Banca Catalana. También alertó de las líneas discursivas que seguiría el principal partido nacionalista catalán, entonces Convergencia: "Conociendo al personaje, yo lo tengo claro. Luchará y pactará hasta con el diablo para ser president, porque ahí espera tener su mejor escudo. Mire, amigo mío, este hombre en cuanto estalle el escándalo de su banco se liará la estelada a su cuerpo y se hará víctima del centralismo de Madrid... Ya lo estoy viendo: ‘Catalans, España nos roba... No nos dan ni la mitad de lo que nosotros les damos y además pisotean nuestra lengua... Catalans, ¡Visca Catalunya!’. Sí, esa será su política en cuanto llegue a la Presidencia, el victimismo y el nacionalismo a ultranza".
Como heredero de aquella familia política asediada por la corrupción que tuvo que cambiar varias veces de nombre, Puigdemont cumplió a rajatabla los augurios de Tarradellas, sustentando su carrera política en el nacionalismo y el victimismo.
Durante los años más fervientes del procés un amigo me comentaba que su abuela era una de aquellas del "Procesismo way of life". Aquella corriente política había conseguido que jubilados encontraran un nuevo impulso vital. Por la mañana a dibujar pancartas o tejer lacitos, por la tarde a la manifestación. Fueron años en los que una buena parte de la sociedad catalana estaba politizada y movilizada a unos niveles sorprendentes. Si quedaba alguna duda, la asistencia al recibimiento de este jueves muestra que esa Cataluña ha muerto, más allá de los cientos de afiliados de Junts y algún que otro ‘grupi’ de Puigdemont que ha ido a ver con sus propios ojos la parusia del político fugado.
En la mejor y única válida encuesta posible, las últimas elecciones autonómicas, el independentismo no llegó ni a la mitad de los escaños y los socialistas fueron el partido mayoritario. Cataluña ya ha pasado pantalla, pero Puigdemont en su penúltimo truco ha insultado la memoria de los valores democráticos de un hombre que en un exilio real y no imaginario, mantuvo viva la llama de la libertad y de la principal institución de autogobierno de Cataluña.
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